Aprender a escuchar

Por Jesus Andría González @creaactividad

Es muy curioso que si tecleamos en Google "curso de oratoria" nos aparezcan 584.000 registros en los que se nos invita a mejorar nuestras habilidades comunicativas a la hora de hablar en público, mientras que si introducimos el criterio de búsqueda "curso para aprender a escuchar", prácticamente la totalidad de los resultados (bastante menos) tienen que ver con saber escuchar idiomas o música clásica. Deduzco con ello que, para la inmensa mayoría de las personas, es más importante hacerse escuchar que escuchar debídamente a los/as demas. Y esto no debería de sorprendernos. Vivimos en una sociedad en la que hemos ido gestando el mal hábito de escuchar a los/as otros/as no con la intención de entender su mensaje, sino de contestarlo lo más precipitadamente posible, a veces incluso sin dejar que la otra persona termine. ¡Qué hay mejor que una respuesta rápida, una sentencia o un consejo!, eso sí, sin analizar ni diagnosticar adecuadamente las palabras de quien nos habla.
 Hablar por encima de todo, pues ello nos permitirá, llegado el caso, imponer nuestros criterios y nuestras ideas, transformarnos en seres más seductores e influyentes o incluso convertirnos en transformadores de creencias y realidades, a veces de forma premeditada, otras inconscientemente. No cabe duda de que el ser humano se erige por encima del resto de los seres vivos porque puede expresarse y comunicarse mediante la palabra, y ese poder hay que refinarlo cuanto más mejor porque ello nos conferirá cierta supremacia sobre los demás.
Pienso que la educación que recibimos tiene gran parte de la responsabilidad (por cierto, palabra que significa -capacidad de respuesta). De niños y adolescentes nuestros referentes paternos hablan y aconsejan infinítamente más que escuchan, incluso siguen haciéndolo hasta el final de sus días (seguramente con todo su cariño). En la escuela, los monólogos son constantes en aras a que sepamos todo (hasta la ultima coma) lo que tenemos que saber para ser ciudadanos cultos. Uno podría pensar que tantos años escuchando a unos/as y a otros/as tendría que hacernos buenos/as escuchantes, pero ocurre todo lo contrario, ya que -como solemos aprender hábitos sociales por imitación- terminamos pensando que hablar es mejor que escuchar, que ya bastante hartos estamos de escuchar todo el día. Por el camino, se va anquilosando nuestra inteligencia emocional, la empatía se va convirtiendo en algo vestigial y olvidamos por completo que hay también un lenguaje que nada tiene que ver con la palabra, sino más bien con los gestos. A la postre, cuando llegamos a la edad adulta, la mayoría hemos perdido nuestra capacidad innata de escuchar activamente el mundo que nos rodea. Ya no digamos gestionar silencios... esta es una asignatura que suspende con rotundidad la mayoría (algunos/as no saben ni cómo puede gestionarse algo que no se escucha). Un silencio puede significar una aprobación, una pausa para pensar, una forma de remarcar algo que se ha dicho, una manera de evitar una discusión, etc.Así que, aun siendo seres dotados de una inmensa capacidad para comunicarnos mediante la palabra, se da la paradoja de que precisamos aprender a expresarnos y a escuchar (yo diría que lo segundo aporta mucho a lo primero). Escuchar antes que hablar, es lo que dicta el sentido común, pero no escuchar de cualquier forma. Hay situaciones en las que oimos pero no escuchamos (escucha pasiva), algo que se da mucho entre el alumnado cuyo estado atencional se satura tras uunas cuantas horas de clase. Es bastante frecuente que escuchemos aquello que nos interesa, haciendo oidos sordos a lo demás (escucha selectiva). Sin embargo, poco o nada hemos desarrollado nuestra capacidad de escuchar siendo un reflejo de la otra persona, prestando atención a nuestro lenguaje corporal como predisposición y respuesta a lo que nos cuentan. Escuchar no sólo lo que la persona está expresando directamente, sino también los sentimientos, ideas o pensamientos que subyacen a lo que nos está contando. Escuchar activamente requiere de un esfuerzo superior al que se hace al hablar y también del que se ejerce al escuchar sin interpretar lo que se oye. Pero ese esfuerzo aporta grandes réditos tanto al que escucha como al que habla. Gracias a que somos seres con una poderosa inteligencia emocional, mediante la escucha activa podemos conseguir generar vínculos emocionales con las personas que nos hablan, hasta el punto de que podemos llegar a influir (no con la intención de manipular) en su comportamiento y en su concepto de nosotros. Es lo que se conoce en psicología y en neuromarketing como rapports, una herramienta potente de conexión a través de la escucha activa y del lenguaje corporal que bien debería ser objeto de estudio en las aulas de nuestras escuelas, institutos y universidades. Educar para escuchar, para convertirnos en espejo de los/as demás, para que los/as que están a nuestro alrededor vean que somos cercanos y estamos comprometidos/as con sus inquietudes y sus ilusiones. ¡Qué importante es esto para los/as maestros/as y profesores/as!, ¿verdad?. Os dejo con un curioso vídeo con el que podéis haceros una idea de la importancia de los vínculos emocionales en nuestra capacidad para conectar con la otra persona, incluso persuadirla, apenas sin hablar.