El hombre, delgado, calvo, con barba canosa, con ese deje grave que emplean los que saben ser convincentes, se dirigía a la chica diciendo "Hay que aprender con usura". ¿Aprender con usura? me pregunté yo, mientras seguro que fruncía el ceño y centraba mi atención de forma irremediable en ellos. Continuó el hombre sentenciando: "Aprender como el que tiene un tesoro, algo precioso". Las gitanas sonreían sin hacerle caso, como diciendo; ¡Que cosas tiene usted!, pero él no cesaba en su empeño de evangelizar, al menos a la más joven de ellas, para el mundo del conocimiento.
No creo que su charla fuera efectiva ante sus destinatarias principales, pero a mí me llegó al corazón, el concepto de "aprender con usura". Seguro que no es el término más adecuado, ni el de mejores connotaciones, o sonoridad, pero cualquier caso ha pasado a formar parte de mis escasos lemas personales. La pasión por aprender, por vivir, por atesorar conocimientos, que más que con usura, deberán repartirse en el futuro con la mayor de las generosidades.
El cuadro dramático-festivo se coronó instantes después cuando la policía local hizo acto de presencia, y un aguador avisó a las vendedoras ambulantes de forma inmediata. De repente el marisco y varias de las cajas conde se sentaban las mujeres, desaparecieron como por arte de magia. A la jovencita le entró la risa tonta, y la mayor entró en una pequeña carpa cercana al lugar, donde se vendían periódicos, pelotas, cubos, palas y demás elementos playeros por excelencia. Se cuidó mucho de poner cara de interés mientras tomaba en sus manos una revista. Miró hacia el lugar del delito, y de repente se dio cuenta que había dejado una caja, a la sazón mostrador improvisado de mercancías, en su lugar de trabajo. Momento en que se dirigió a mí, y con una tremenda sonrisa me dijo "Anda preciosa, escóndeme la caja", a lo que yo (colaboradora irredenta de delincuentes) me presté inmediatamente, mientras el catedrático nos miraba con cierto pasmo, y la policía se detenía en las inmediaciones.
Coloqué la caja de Coca-Cola entre mis cosas y continué observando al respetable. Las gitana mayor miraba revistas sin ver nada, la joven se moría de la risa, el aguador no quitaba ojo a los policías y el hombre que había soltado la mayor verdad de toda la tarde, se había quedado sin más destinatarios de su charla que uno de sus hijos, y un par de nietos pequeños. Mi hija continuaba dando caña a su Vespa imaginaria mientras esperábamos a su padre y hermana, que salieron antes de que terminara la vigilancia policial, por lo que tuvimos que abandonar las inmediaciones antes de que finalizara el evento. Eso sí, antes advertí a mis inductoras amigas de donde se encontraba la caja que les servía de instrumento para la venta. Quedo así demostrado, que estas mujeres también atesoran conocimientos, al menos para la venta ambulante sin permisos. Aprender con usura nunca sobra, pero no todo se aprende en los libros.