Admiro a las personas civilizadas, las observo atentamente. La inmensa mayoría lo es en apariencia en este país del norte de Europa en que veraneo y primavereo según el día: civilizadas, amables y, en cierto sentido, simpáticas cuando un extranjero perdido se dirige a ellos. Pero tengo la sensación de que podría atravesar el país sin cruzar una palabra con nadie, más allá de la pregunta de rigor para orientarme y las cordiales palabras de respuesta: siempre certeras, sin ambigüedades, sin excesos que denoten un atisbo de pasión.
Pese a nuestra crisis, nuestra intervención teledirigida, nuestro rescate de cada día televisivado por Eurovisión, los suecos que han intuido hasta ahora que somos espanoles (estaremos gritando demasiado?) buscan confirmar nuestra nacionalidad con admiración, curiosidad y algo parecido a la alegría, animada muchas veces por el recuerdo de una estancia pasada en Espana. Y no debe confundirse su moderación en las formas con tristeza. Al contrario, aquí la vida es muy tranquila y esa paz ambiental es absorbida por cada poro de la piel. Teniendo en cuenta que éste es su mes grande de vacaciones, no quiero pensar en la tranquilidad de un día de, por ejemplo enero, cuando los días se acortan hasta casi desaparecer y la vida transcurre en una noche casi perpetua. Incluso su paisaje es tranquilo: sin altas montanas ni zarpazos humanos robando espacio a la naturaleza con autopistas, carreteras comarcales, autovías, vías de alta velocidad y de tren convencional, embalses o polígonos industriales desordenados que afean el paisaje y complican la movilidad. Los numerosos lagos de este país son plácidos y limpios, sus bosques verdes y frondosos. También su fauna más salvaje, el alce, es un animal paciente y de costumbres tranquilas. Hasta los insectos son apacibles. Mientras escribo, un mosquito tigre se ha interesado también por el blog. Le he dejado vivir: debe ser el aire que respiro, limpio, que no conoce la contaminación del ajetreado sur. Cuando transitas por un país donde sus gentes respetan la naturaleza porque ellas también lo son y ven en ello una manera de respetarse y mimarse a sí mismos, el viento te lleva a hacer lo propio.
Usted está aquí
Y así, haciéndome la sueca, aprendo respeto, también para mí misma. Quizá en eso resida la felicidad. Y navego en las apacibles aguas en un ferry para alcanzar pequenos pueblos de la costa occidental. Y navego después en las aguas turbulentas y turbias de la prensa espanola y me llega el eco del Que se jodan como un alarido troglodita de seres deshumanizados, de bestia herida. Sus senorías deberían sustituir sus dietas hipocalóricas en dinero público pero bajas en contenido y vitaminas por una estancia aquí para aprender algo que parece tan elemental como el respeto, que a algunos parece sonar a sueco, y desaprender el Que se jodan que han mamado desde la infancia, las medias verdades y las grandes mentiras que afean el paisaje y destruyen lo natural, la confianza.