Conozco a Jesús Artacho (Cuevas Bajas, Málaga, 1986) desde hace años. Al principio, más de una vez tropezamos el uno con el otro caminando por internet. Igual que yo, Jesús mantiene un blog de reseñas literarias llamado El cuaderno rojo (ver AQUÍ https://bartleby-elcuadernorojo.blogspot.com.es/). Más tarde nos hemos visto en persona, cuando Jesús ha venido a Madrid. Hace tiempo me envió a casa su primer libro de relatos, El rayo que nos parta, y yo le he enviado algunos de los míos. En 2016, la editorial canaria Baile del Sol publicó su primer poemario y así pasamos a ser también compañeros de editorial. En octubre de 2016, Jesús me envió a casa su libro. Ya he contado alguna vez que con la poesía mantengo una relación un tanto ambivalente: he tenido temporadas de leerla mucho y otras en las que apenas me he acercado a ella. Se me acumulaban los libros de poesía por leer y al final decidí darme un descanso del gran libro de relatos Manual para mujeres de la limpieza de Lucia Berlin y leí Aproximación a la herida un viernes. Casi lo termino en el trayecto de la ruta escolar que me lleva al trabajo. Algunos de los poemas los había leído ya hojeando el libro con anterioridad o a través del blog o el muro de Facebook de Jesús. La verdad es que me ha gustado acercarme por fin al libro y leerlo en el orden establecido por el autor.
Con parte de los poemas de este libro («No llegan al cincuenta por ciento», se apunta en una nota final), Jesús Artacho fue premiado en el certamen Málaga Crea 2014.
El comienzo del primer poema resulta significativo sobre las intenciones creativas del conjunto: «¿Aproximarse / a la herida? ¿Rozarla apenas? / Meter el dedo / más bien. Escarbar, / punzarla, rasparla / con papel de lija.»
Uno de los temas fundamentales es la pérdida de la juventud, una crisis de los treinta que para Jesús cristaliza en versos como éstos: «De pronto / te dicen que eres culto. // Y es como la primera vez / que te llaman señor / o te hablan de usted: / crees que deben referirse / a otra persona.» En este sentido, me ha gustado bastante el siguiente poema:
UNA TARDE CUALQUIERA
Una dependienta ‒más joven que tú‒ te enseña ‒delante de tu madre‒ jerséis de una talla que empieza con equis.
Y tú, alelado, ni siquiera ves un síntoma de que la juventud primera ya ha pasado y que sigues sin levantar cabeza camino de convertirte ‒si no lo eres ya‒ en uno de los pobres inadaptados que acompañan a Pekar en American Splendor.
Además de la pérdida de la juventud («Sentir, con veinte años, / que eres un viejo y estás / acabado»), aquí se habla de la soledad («Después de las horas / y horas sin hablar con nadie»), de la falta de perspectivas («Tendrás que seguir viviendo / esa vida descafeinada, gris, / que llevabas hasta la fecha / con la derrota añadida / de no haber sido capaz / de cruzar esa puerta»), del trabajo como una necesidad inhumana («Vas a una entrevista / de trabajo. / Y qué frágil es todo. / Dos personas / que no te conocen / y a las que nunca has visto / te escrutan, te examinan al detalle, / pareciera que te escuchan. / De ese breve, impersonal encuentro, / de la impresión que puedas dar / pende / tu vida / en los próximos doce meses»), del deseo sexual que duele por insatisfecho («No son ‒concluyes‒ / inalcanzables diosas»). La mirada de Artacho sobre los temas poetizados es la del desencanto irónico, la del desprendimiento y aceptación de la pérdida. En ese sentido, sus poemas me han recordado, por su sencillez no carente de hondura, a los de Karmelo C. Iribarren.
Algunos poemas son tan cortos que se acercan al aforismo en sus planteamientos. Dejo aquí uno de muestra:
MÚSICA FUSIÓN
Dos personas copulando no hacen ruido: practican música fusión.
En algunos otros, que son pocos, Artacho abandona su voz poética y, en tercera persona, narra una pequeña escena ajena. Esto ocurre, por ejemplo, en el poema Night club, que no me ha gustado porque rompe la unidad del conjunto. En otros poemas en tercera persona se habla de un sujeto muy cercano a la voz narrativa principal, como ocurre en Un no querer dejarse llevar, en el que un joven ha de recoger el premio de un certamen literario y siente que debe dejar de presentarse a este tipo de concursos. En estos poemas en tercera persona, el poeta parece estar viéndose a sí mismo desde fuera, y resultan coherentes con su voz narrativa paralizada y distante. Así que son los poemas aforísticos y los pocos que crean un personaje ajeno a la voz poética principal los que menos me han gustado, porque la voz poética de Jesús Artacho, la que está presente en la mayoría del libro, me ha parecido madura y atractiva. Si desea seguir escribiendo poemas en el futuro (sé que ahora le tientan más los diarios), le recomendaría que ahondara en ella. Una voz que, como ya he dicho, tiene ecos de Karmelo C. Iribarren, pero también de Jaime Gil de Biedma, uno de cuyos poemas más famosos se parodia aquí; cuando quita importancia a la propia idea de plasmar su vida en forma de escritura, también se aproxima a la mirada sobre el mundo de Fernando Pessoa, al que también se invoca en estas páginas. En general, creo que Artacho es un descendiente de la poesía de la experiencia, una línea clara de poesía, que se centra en analizar la realidad más cotidiana, desde la ironía y la antirretórica.
El poema Cobijo, sobre la soledad y la agresividad que se vive en las ciudades, me ha recordado a José María Fonollosa. Este poema es uno de mis favoritos del libro. Lo dejo aquí:
COBIJO
Termina un día nefasto. Te tiras en el sofá, pones la tele, empieza «La 2 Noticias». Después de las horas y horas sin hablar con nadie, de pie en el bus, en la oscuridad del cine, en el súper (hola, parking no, gracias, hasta luego), la imposibilidad continua de abrazo y la ciudad que te escupe en las entrañas y rótulos y neones en las retinas y miradas de indiferencia, agolpándose en la mente sin verbalizar nada (solo pensamientos...),
miras ahora la tele, en esa casa –más que hogar prolongación de la intemperie–, y durante media hora, en ese tono, esa cercanía, esa humanidad encuentras algo no muy diferente a una sostenida –y reconfortante– sensación de cobijo en la que hundirse es tierno.
Dejo aquí también Y sin embargo no, que me ha gustado y me parece representativo del conjunto:
Y SIN EMBARGO NO
La acabas de ver –y es de película– hablando por teléfono en la escalera. Con su novio, seguro, aciertas a pensar. Un macizo de gimnasio, no falla.
Con el tiempo, la conoces y resulta que sí que tiene novio, pero un tipo más bien normalito, se diría poco más o menos feo que tú. Qué cosas. A decir verdad no sabes qué es peor. El caso se repite otra vez, y otra. No son –concluyes– inalcanzables diosas, y hasta cierto punto consuela que ese tipo que despierta con ellas por la mañana pudieras –perfectamente– ser tú. Y sin embargo no.
En definitiva, Aproximación a la herida me ha parecido un libro más maduro que El rayo que nos parta, el conjunto de relatos de Jesús Artacho. Un puñado de poemas escritos con una voz sencilla, honda, irónica y coherente, que gustará (como me he ocurre a mí) a los seguidores del ya mencionado Karmelo C. Iribarren.