El misterio, ambiental y ancestral, anclado en otras vidas, otras civilizaciones incluso, que irradian los fotogramas y proporciona un aura especial a "Cat people" y "I walked with a zombie", se transfigura vertiginosamente, en apenas meses, en terror "moderno", esporádico e insospechado, con una narrativa anti-tópica, sin respeto alguno por reglas establecidas, sin hilos conductores meditados para albergar romanticismos, un mecanismo alimentado por una fuerza más poderosa que miedo o leyenda alguna: la ignorancia.
Nada paradójico tiene por tanto que sea el depositario del único ascua de conocimiento, el regente de ese Museo desangelado, el perfecto negativo de cuanto sucede en el film, salpicado de muertes y peligros sin culpables ni responsabilidades, tan naturales, tan inevitables como la lluvia o la noche, porque han encontrado el mejor aliado posible en la falta de luces de los habitantes del film, ya sean ricos o pobres, viejos o jóvenes, oriundos o forasteros.
Esta pareja de buscavidas (incorporados por Margo y Dennis O'Keefe) expulsados de las grandes ciudades americanas - de las que sólo conocieron bien los peores barrios - que van en busca de oportunidades a costa de otros incautos, de turismo o que fueron a parar con sus huesos a ciudades fronterizas y los iletrados que muerdan el anzuelo de sus gimmicks, son la actualización de tantos y tantos ya vistos en viejos Tod Browning.
Ese mirada a un territorio donde se harán fuertes los Hank Quinlan del futuro, que aún parece naive, inconquistado, es el "punto débil" de este film, el elemento que impide sea trascendente y que quizá lo ha privado de ascendencia crítica.
No hay ley ni por tanto márgenes para salirse de ella (un policía se desentiende de su tarea porque lo fundamental es tener los zapatos lustrosos), buenos ni malos (y hasta algún plano revela que tampoco nada profano ni sagrado, como ese momento fugaz en que vemos a la adivinadora de cartas ante el espejo, por un segundo caracterizada como una Madonna antes de dar una calada al cigarro), sólo una sucesión de movimientos inesperados - aún sin emisario, para eso habrá que esperar a "The seventh victim" - de esa sombra negra que es la muerte.
Producto de esa tarea que emprende Tourneur, resulta no forzada ni postiza, sino perfectamente ajustada cómo filma la redención de los protagonistas, los únicos personajes que de alguna manera Tourneur se esfuerza por comprender.
Desde que aparecen en escena, egoístas y aprovechados, hasta la escenificación final en la procesión, media el único, tal vez el primer, proceso tourneriano, tan inexplicado y subterráneo como perfectamente plasmado en la oposición moral a todo lo que implícitamente combate y trata de rechazar: el desorden, el destino.