Nuria dibuja sobre la arena de Gijón, con la punta de un paraguas, su mejor deseo para mí en el año que empieza. Es un deseo literario que resulta rápidamente borrado, no por el mar -como parecería propio de una escena poética-, sino por una divertida juguesca de perritos que se persiguen, derriban, y revuelcan a sus pies. Nuestra Betty participa a su manera, con esa encantadora indiferencia dandi que le hace desdeñar a los perros y preferir el trato humano -siempre que sea halagador hacia ella, por supuesto-. Y yo lo observo todo unos metros más allá -el mar, la arena dividida en tramos oscuros y espejeantes, la euforia canina, ellas...- y pienso en que sería excesivo por mi parte insistir en ese mismo deseo. Hay momentos tan felices, tan perfectos, que hacen irrelevantes los sueños.