Aquella costumbre de "llevarse a la novia"

Por Diana

Leyendo un artículo de Joan Frigolé sobre esa costumbre de llevarse a la novia, recordé una historia que contaba la abuela Rosario de como su hermano Manuel se fugó con Margarita después de ir al pueblo de ella y decirle –te llevo conmigo- . Me imaginaba la escena final de la película “Río sin retorno” en la que Robert Mitchum entra al Saloom y toma a Marlyn Monroe como si fuera un saco de patatas.

Por lo visto esta tradición se daba en las zonas de Levante y Andalucía. Era una forma de esquivar el ritual de la boda y todo lo que ella generaba o tal vez por la oposición al noviazgo de alguna de las familias. La mayoría de las veces era una mera puesta en escena incluso para los parientes que aparentaban disgusto y pesar. Al final los novios visitaban a la familia de ella para recibir el consentimiento paterno y este darle su aprobación sin remedio pues se suponía que la novia ya no era virgen.
La mayoría de las veces esa unión no pasaba por la iglesia aunque la comunidad ya la consideraba un matrimonio en toda regla, pues entendían que al fugarse su unión era legítima.

Representación del rapto de Europa en una pintura romana hallada en Pompeya. Nápoles, Museo Arqueológico Nacional.

Esta decisión de arrebato hacia el otro sexo no siempre ha sido consentida por la mujer complaciente en el –llévame contigo- . La mitología y el cuento que reflejan el imaginario de hechos concretos a raptos por deseo o botín de guerra, ellas iban a la fuerza o engañadas con el enmascaramiento. Pero en algunos casos se daba el dicho de que “el roce trae el cariño” y ahí tenemos a la señora del Averno –Perséfone- . Raptada en un descuido otoñal y llevada a ultratumba por el que luego fue su esposo –Hades- o trasladándonos a una refriega más contemporánea -Átame- en la que Antonio Banderas conquista el amor de Victoria Abril a lo “síndrome de Estocolmo”.


En resumen: el que la sigue la consigue y la historia o la victoria es del que resiste.