Le gustaba aquello que permanece, todo aquello que perdura, lo eterno. Porque lo eterno es para siempre y alberga las historias de aquellos que lo crearon y le dieron forma. Las cosas permanentes siguen ahí, impertérritas ante el paso del tiempo, alegrando con su presencia a todos cuantos quieran contemplarlas y disfrutarlas.
Aquel día el destino le deparaba una sorpresa. Pensándolo más tarde se dio cuenta de que lo que aquella tarde sucedió, tenía que suceder, porque ella era la persona adecuada.
Había quedado con sus amigas, las de toda la vida, las que todavía lo son, amigas que también permanecen, eternas. Eran jóvenes y solían salir todas las tardes a tomar café y a hablar de sus cosas. Paseando por una de tantas calles se encontraron con algo en su camino: un contenedor, unas bolsas y un montón de libros esparcidos por el suelo.
Sin dudarlo cogió la bolsa y cargó con ella el resto de la tarde maravillada por su pequeño tesoro, pequeño a los ojos de los demás y enorme para ella. Entre sus palabras rescatadas descubrió con emoción la famosa obra “La Barraca” de Vicente Blasco Ibáñez en una edición de 1953, y no pudo más que preguntarse “¿a quién pertenecería este libro?, ¿disfrutaría de su lectura?¿ qué historias habrá despertado en su imaginación?” pero sobre todo pensó en todas aquellas personas habían estado a punto de perderse la maravillosa historia que escondía el libro si ella no lo hubiera rescatado a tiempo, y por eso supo que hizo bien, muy bien.
Besos
L.I.M.
PD. Espero que os haya gustado la historia. Es real, me pasó a mi cuando tenía unos 18 ó 20años, no lo recuerdo muy bien. Lo que he querido transmitir es que jamás hay que tirar a la basura un libro porque estarías destruyendo historias que son eternas y permanecen en el tiempo, y además estarías privando a muchos lectores de letras y sensaciones maravillosas.