Aquellos años idiotas…(3)

Publicado el 31 julio 2011 por Francissco

Abierto hasta el amanecer.

La disco Spook se hallaba sitiada de coches y yo dejé el mío casi al extremo del párking,  junto a  las malezas de una acequia. Juanmi -que se meaba- bajó rapidísimo, metió un pié en los matorrales y tuvo tan mala suerte que metió el otro en una especie de desnivel, terminando con el zapato y medio pantalón llenos de barro, jeje, vaya zopenco de los cojones…

Angie le soltó: “Por lo menos termina de mear, tío, jajaajaja”.  Yo no pude evitar la fascinación oyéndola reir, aiss: en ese amanecer estaba como un queso, con su minifalda, botines y medias de rejilla y enfilando veloz hacia la puerta, conmigo detrás.

Vicente nos seguía a los dos con la jeta bastante pálida; algo le pasaba, puesto que ya no soltaba risillas y Carlos “Desmontamecheros” le ponía su mano en la nuca. “Ooye, Frankie, tío, recuerda que las llaves de mi casa  cayeron en tu coche, bajo un asiento y no las pude…”.  Algo así me decía  Carlos, pero le corté pronto: “Ahora no, joder, ya miramos luego, hay que pillar a Pere y que nos pase…”. En el parking se veía un autobús grandote aparcado, aunque en ese momento no sospechaba lo que iba a traernos…ay.

Pere, uno de los “puertas”, se portó: estar encoñado con Angie le facilitaba a esta pasar a quien quisiera.  Y por fin penetramos al antro: allí estábamos, junto al Sonido del Poder, cielos benditos. Nada más franquear el vestíbulo te caían encima los 20.000 vatios brutales. Era avasallador: una catarata acústica, densa y sin apenas distorsión, que te ponía las endorfinas tocando castañuelas.
Y tal y como temía el efecto fue brutal:  debido al diseño futurista del local, era como estar dentro de un gigantesco microondas o una máquina del millón y el LSD que nos habíamos zampado  -como no- lo multiplicaba todo por mil, buuf…

En aquel lugar bailaban todos desaforadamente,  algunos incluso acercando la cabeza al altavoz de los graves. La barra parecía un reparto de víveres con la gente pugnando por una bebida y yo me alarmé al notar que faltaba Juanmi, dioss: “¿Donde está JM?” chillé.  “Afuera, se tenía que limpiar la pernera…”  me soltó Carlos, despacito y con cara de éxtasis. Ja, ya estaba este de nuevo en Babia, lo que faltaba. “Al menos, no te metas por ahí a desmontar mecheros”  le solté irritado.

Mientras tanto, Angie hablaba a gritos en un rincón, con una gótica altísima. Las dos me miraban con ojos ávidos (esa impresión me daba) y parecían relatar el episodio de la carretera. La amiga se me acercó, nos agarró a Angie y a mí del brazo y nos preguntó si queríamos algo. Se lo dijimos y acto seguido se metió por una especie de puerta de servicio, reapareciendo al pronto con el “combustible”. Al parecer trabajaba allí.

“Bueno, me llamo Mila. Termino ya el turno y estoy frita y Angie dice que también y que tú tienes vehículo ¿me acercarías a casa dentro de un ratito?”. Aquello me noqueó. Estar allí, con aquellas dos mujeronas rodeándome, hacía que me sintiera en las nubes, la verdad.

“Bueno, en teoría somos cinco…”  dije vacilante.  “Noo, pero Juanmi ha pasado de entrar, va a su bola”  me cortó Angie, con una mirada intensa que me aturdió un tanto. Estaba bien claro que iba tan colocada como yo pero, en algún nivel, mantenía un puntito de control y de conciencia más alto, lo que -siendo una cabra loca como era- amenazaba con complicar las cosas.

Mila nos hizo subir al piso de arriba, que permitía ver la pista al tiempo que era menos agobiante. “Por aquí luego se sale más fácil”  dijo. Las seguí un tanto reacio: era muy agradable estar con ellas, cierto, pero no lo era tanto ser el perrito faldero.
Allí, desde el primer piso, la vista hacia abajo era perturbadora: una turbamulta de gente levantando brazos y agitando cabezas como si fueran ñues. Carlos se había quedado allí, apoyado en un pilar y mirando al infinito y de Vicente recordaba verlo meterse en los baños a toda prisa.

Y empezaron -otra vez y para variar- a complicarse cositas. En el mar de cabezas de abajo se produjo un remolino, al parecer una pelea.  Aparecieron de pronto dos moles humanas, los “seguratas”, abriendo la masa de gente como rompeolas y agarrando a los peleones por el cogote como si fueran matojos. Esto provocó que más de uno saliera de la pista, cosa lógica. Pero me llamó la atención uno de ellos por la edad  -unos cincuenta y pico- y por el aspecto corriente y marujón. ¿Que coño hacía en aquel lugar? me pregunté.

Y obtuve una respuesta fulminante, vaya que sí. Noto una mano y unas uñas, la de Angie, que me hacen presa en la muñeca: “eeeeeh, cuidadoo..”  le digo yo y, a continuación de esto, llegó su grito, el del horror: “¡Oostiaaa, nanooo, que es mi padre y sube a este piso, diooss!”…(sic).

“¿…? ¿…Como? ¿de qué vas?”  suelto yo Y coño, por su cara estaba claro que no bromeaba y Mila, al igual que yo, la miraba con cara de pasmo. “Sii, que mi padre es autobusero y lo mandan a un servicio para recoger gente de las discos. Para que no se maten por las carreteras. Jooder, que les dije que estaría en casa de una amiga estudiando”…La leche en bote, con razón estaba aquel autobus aparcado afuera…

Su amiga “vamp”, con grititos agudos, se empieza a reír  “Aay, ja, ja, ja, que fuertee, corre, sal por aquí, anda”. Al tiempo que Mila agarraba a Angie, esta me agarraba a mí y me decía: “Enróllate y llévanos a casa, porfa, ya se lo explicamos otro día a los demás”.

Y en fin, los acontecimientos me superaron. No había forma alguna de bajar si no era cruzándose con Papaíto Aguafiestas que subía, ninguna salvo una puerta que daba a la escalerilla lateral por donde nos llevaba Mila. Así que me dejé llevar. Ya llegábamos a una especie de puerta de servicio, pero los sobresaltos seguían: “La cazadora, ostia, que me la dejo en el guardarropa…”. UufAngie, esa noche, era un amor…

Mila, ya cocida por su jornada laboral, se giró y puso los ojos en blanco: “Dame el numerito y ya voy yo, aaay, esperadme en el coche”. Le señalé donde estábamos y me dejé guiar como un zombie por mi amiguita frenética. El sueño y el contagio de la histeria ajena me tenían  -de nuevo- en trance. Fue entonces cuando me dió por nombrar a Quique, el Primer Perdido: “¿Que habrá sido de el?”  pregunté casi para mi, al tiempo que abria el Ford.

Y ya sentado, viendo llegar a Mila con paso vivo (qué rápida la “vampira” aquella, la ostia), me llegaba la respuesta de Angie: “A saber de Quique.  Siempre que viene de fiesta, como es de Alicante, se queda en casa de Carlos…”

Y me acordé de ciertas llaves por buscar, debajo de algún asiento…y de ciertas carreteras extrañas que te engullen…

Dedicado a Quique, Juanmi, Carlos y Vicente. Os quiero, tíos. Y a Angie, claro, jaja.

People are strange. The doors. (faltaba la banda sonora, oídla que mola)

[Una historia muy larga pero real, lo juro. Gracias por la paciencia y el interés a quien la haya terminado. Pasaron más cosas -y qué cosas- pero de momento ya está bien. Esta semaneta que viene empiezan las desconexiones veraniegas y quizá no pueda comentar a los amiguetes blogueros, salvo breves picoteos. Hasta prontito y besos y abrazos y...bueno, eso.]