Es por eso que cuando llegamos a la recta final de una novela, de una película, de una serie, etc, cuando toca despedirnos de esos personajes que nos han acompañado en tantos momentos y nos han aportado tantas cosas, es como despedir a un amigo, como decirle adiós a una persona amada que se marcha para siempre. Cierto es que siempre podemos volver a ellos, pero deja de tener ese cosquilleo de las primeras veces y volver a ellos, es tan solo volver a un recuerdo, a la nostalgia de los buenos momentos, a los dejavú de algo ya vivido. Nunca jamás es como la primera vez, pero eso no significa que deje de ser placentero reencontrarte con aquellos que tanto quisiste, con los que reíste, lloraste, aprendiste, imaginaste... Ese es el verdadero tesoro de la imaginación, el aprender a amar otras vidas que en realidad no existen. A título personal, debo decir que siempre me despido de ellos con amor, pero siempre hay algunos que duelen más por lo que han acabado significando en mi vida.
Me costó despedirme de Harry Potter, de los personajes de Lost, de el señor Darcy y Elisabeth Bennet, de Hamlet... y esta noche me costará despedirme de House, porque durante los últimos 8 años ha sido una parte importante de mí, de mis semanas llenas de teorías, de los recuerdos que me producía escuchar la banda sonora, de aquellas noches de martes que hacían que todo mejorase.