Me gustan las pequeñas casualidades, esas que se te presentan de vez en cuando y te dejan una sonrisa en el rostro. Cosas como reconocer en una película a un actor del que habías hablado hace poco, sin saber que aparecía, o que te llame precisamente esa persona con la que querias hablar hace cosa de cinco minutos. Pequeñas pizcas de magia cotidiana. Por eso me ha resultado curioso que, haciendo una búsqueda en el blog para otra cosa, me haya encontrado con una entrada que titule “Aquí estoy”, y que escribí un domingo, como hoy. Teniendo en cuenta que la anterior entrada se llama “He venido a vivir”, la casualidad es más completa. Así que no podía sino volver a ponerla por aquí. Porque Aquí estoy.
Aquí estoy, una mañana de domingo con un café en la mano y marzo regalando su sol a Madrid. Aquí estoy, más presente que nunca, entre pasados y futuros, sin que ninguno termine por tirar más que el otro. Tarareando canciones que recuerdo de otras mañanas parecidas. Canciones tranquilas que combinan bien con mañanas de marzo como estas, donde lo más importante es simplemente estar, sin mucho más. Darse una vuelta alrededor de una luz que avanza por el patio a través de una ventana.
Aquí estoy, a pesar de todo y tan lejos de nada. Jugando un solitario con las teclas del ordenador, poniendo cartas de palabras en el tapete de una página en blanco. Lo bueno de mañanas así es que hasta las incertidumbres parecen levantarse tarde. Si no haces demasiado ruido, ni siquiera te acuerdas de que existen. El tiempo se para un poco, como en una estación de tren vacía.
Aquí estoy, buscando canciones que pudiera haber escrito en una mañana como ésta. Canciones que suenen a la única verdad que compartimos. El estar, el ser, el existir. Nadie miente al decir “Aquí estoy”. Por encima de las circunstancias, de lo bueno, lo peor o lo que este por venir. Estamos. Aquí.
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