Hay una cosa mejor aún que seguir una tradición: inventarla. Los sucesos más disparatados, las anécdotas más extravagantes pueden llegar a convertirse (por su originalidad, por su matiz trasgresor) en asentadas tradiciones que resisten el paso del tiempo pese a prohibiciones, censuras y críticas de todo tipo. Eso le ha pasado a "La Tomatina", singular batalla de tomates de la que este año se cumple su 70 aniversario con la masiva afluencia de 22.000 beligerantes y 150 toneladas de roja munición. Lo que empezó siendo una agria disputa entre un paisano buñolés que contemplaba la "tradicional" cabalgata de Gigantes y cabezudos y un grupo de jóvenes exaltados que querían participar rompiendo el protocolo habitual, dio paso a una nueva tradición que, hoy por hoy, ha alcanzado fama mundial. El hecho ocurrió en 1945 y, desde entonces, la fiesta se ha consolidado y resistido censuras de aliento franquista, prohibiciones e incluso encarcelamiento de sus participantes. Los buñolenses se las arreglaron para sortear la censura trocando su fiesta en un "entierro del tomate" que permitió que la costumbre sobreviviera en los años más duros (en 1957 se llegó a penar con fuertes sanciones y cárcel su participación). Como se puede ver la lucha contra el franquismo revestía formas sorprendentes. Los ciudadanos burlaron las leyes represivas convirtieron aquel acto de rebeldía en Fiesta Oficial del pueblo de Buñol y la festividad se consolidó en los años sucesivos. En 1983 TVE no pudo menos que emitir un reportaje sobre una fiesta tan espectacular y en el año 2002 fue declarada Fiesta de Interés Turístico Internacional.
Aunque otras tradiciones como "El palo jabón" (cucaña tradicional) o "Gigantes y cabezudos" se mantienen también en Buñol, es "La Tomatina" la que ha puesto en los mapas internacionales el mapa el nombre del pueblo por su originalidad. Hoy en día acuden a ella gente de todo el mundo: británicos, japoneses, indios, australianos, americanos... gentes de de hasta 90 nacionalidades diferentes se reúnen para arrojarse tomates en una fiesta de la desmesura que raya en lo orgiástico.
Los de mi generación tenemos grabado a fuego aquello que nos repetían a menudo nuestros padres: "No se juega con las cosas de comer" y padecimos la tortura psicológica de cargar con el asesinato de un pobre niño negro que hubiera sobrevivido al hambre cada vez que desperdiciábamos un trozo de pan duro. Como atenuante del vegetal desperdicio hay que decir que los tomates empleados proceden de Xilxes (Castellón), donde son menos costosos y se cultivan específicamente para estas fiestas, ya que su sabor no resulta adecuado para el consumo. A veces el pecado es una liberación parecemos pensar cuando nos entregamos a esta refriega vegetal. Y el color rojo sangre de la verdura parece excitar fuertemente nuestras emociones: sed de sangre, vida, violencia, depredación... claro que con un toque de juego, con el riesgo controlado como al hacer puenting.
No está mal inventar una tradición que sorprenda al mundo mundial. Frente a las "guerras de tartas" llevadas a la fama por el cine mudo, ante "La carrera de queso" en la colina Cooper de Gluscester, los "Encierros de san Fermín" en Pamplona, el "Capeonato mundial de levantamiento de Esposa" (en Sonkjärvi, Finlancia) o contra las multitudes que se reúnen a lo largo de la vía ferroviaria en la Laguna Niguel en California para enseñar el culo al paso del convoy en la "Amtrak Mooning"... los de Buñol han sabido montarse una fiesta la mar de original que sorprende a todos. Como en la famosa expresión española, con acento mexicano, procedente de un anuncio comercial televisivo de Tomates Orlando: "Cuate: aquí hay tomate", los buñolenses parecen decir: Aquí hay tomate... ¡para lanzar! Y el pueblo se les llena.
Tras esta explosión escarlata que tiñe cuerpos y calles de rojo carmesí, tras las espectaculares fotografías viradas de grana y carmesí con una densidad tan alta que agotarían el cartucho magenta de tu impresora; la fiesta se acaba en una hora y después toca una limpieza a base de manguera. Las calles quedan aún más brillantes que antes de la batalla. Como buenos cocineros sabemos bien que el ácido del tomate limpia hasta "lo pegao" de las sartenes.
El ejemplo cunde. En localidades de Colombia, Chile, China, Corea del Sur y Costa Rica ya se está replicado la Tomatina en versiones locales algo más humildes. Hay que ver lo que puede dar de sí un desahogo en un momento de ira en un pequeño pueblo valenciano de apenas unos miles de habitantes. Sin embargo, viendo las imágenes de las últimas "Tomatinas", leyendo las informaciones sobre el desarrollo de los últimos años, percibo que la esencia de la fiesta se está perdiendo. Cada vez queda menos de aquella batalla iniciada por la ira entre vecinos que terminaba entre carcajadas tras el enfado inicial: ahora se ha masificado, la gente no se conoce, no se deja hueco a la improvisación, el tomate se cultiva ex profeso para ella, los tomatazos se aceptan sin esquivarlos, la inicial indignación al mancharse se torna hoy en voluntarios piscinazos en jugo de tomate... Ya vamos por la tercera tomatina "de pago" con aforo restringido, con "chupacámaras" que se arremolinan ante los focos de productoras y televisiones, con 112 medios de comunicación acreditados, con adjudicación de contratas para organizar el evento... El tomate dejó la fiesta; ha vuelto al mercado.
Video de Antena3 con la historia de la fiesta.