Tengo una suerte de affaire con la adulteración. Botellas de ron, latas de refrescos, pomos de soft drink, helado Nestlé, picadillo de pavo y por ahí sigue la lista, que ni es de Schlinder, ni de los Billboards, ni la de los participantes en el trabajo voluntario del fin de semana, sino de los productos alterados por las manitas del cubano, ese ser maravilloso que se enorgullece de joder a su paisano y le llama estar en la lucha. Pero lo reconocemos, y ese es un primer paso. Saber cuán jodidos estamos es elemental para poder superar un problema, por eso buscamos alternativas: dos trabajos, el invento, el desvío de recursos, la corrupción, ¿qué puedes decir? En una balanza pesan más las bocas abiertas que las clases de educación cívica.
Entonces entra el periodismo, quien no reconoce problema alguno y como es lógico no puede resolverlos. ¿Cuándo la prensa va a dar un bendito palo con respecto a la corrupción de este archipiélago? (Por cierto, me enteré que somos de los países menos corruptos del mundo, según una de esas organizaciones sin fines de lucro que parece funcionar con los mismos números incomprensibles del FIFA). En los últimos años, el desfile de problemas relacionados con la palabra corrupción han sido muchos. ¿Cómo nos enteramos del escándalo de Comunales? De flash en flash. En otras palabras, primero ocurren filtraciones en los órganos encargados de impartir justicia antes de ver publicado un buen trabajo sobre el tema en nuestros diarios, semanarios, prensa digital y todas las categorías posible. O peor, es preferible filtrar la información a permitirles a los encargados de informar cumplir con su labor. ¿Corrupción? Aquí no pasa nada.
Si hablas de ron adulterado, te miran con cara de espanto, como si uno fuera un maldito fenómeno de circo de La parada de los monstruos (o si son tan cinéfagos como yo, de Freak) y te preguntan “¿de qué estás hablando? ¿dónde están tus bases para decir eso?”. En mi paladar, el cual no tiene la experiencia de muchos colegas, y si ellos no encuentran problema alguno, por algo será. Además, el ron es uno de nuestros símbolos nacionales (no confundir con el tocororo o la mariposa) y sería una pésima propaganda para los turistas. Está bien, con el ron no pasa nada.
Cuando esos mismos periodistas salen con sus niños y le compran una cola (con k) y para ellos una birra bien fría, les llega una sorpresa que jamás reconocerán ni en algo tan subjetivo como una crónica: la mirada triste de sus hijos y el sabor amargo en sus papilas gustativas quedará como una espina más de la profesión. ¿Por qué? Porque con las bebidas de este país no pasa nada.
Robo cuantioso de cuadros de Leopoldo Romañach en el Muso Cubano de Bellas Artes es equivalente a pequeña mísera nota de algún organismo superior. Es como el cuento del elefante, que de chiquito le sonaron dos trompadas por tratar de zafarse de la soga y ahora ni lo intenta. La fábula es un poco diferente, pero nuestro caso no. Da igual que Raúl Castro, Díaz-Canel y toda la constelación de estrellas ruegue de rodillas una toma de conciencia por parte de la prensa. Aquí no pasa nada.
Como tampoco pasa nada con los helados con sabor rancio, como tampoco pasa nada con las galletas socatas, como tampoco pasa nada con el papel sanitario, como tampoco pasa nada con el cierre de los cines 3D. Como tampoco pasa nada con el salario.
“Los jóvenes periodistas son el futuro, ellos cambiarán las cosas”. No es posible. Delegar esa responsabilidad en los inexpertos y talentosos retoños solo tiene una palabra, la cual es un poco fuerte porque podría sonar a acusación, pero para evitar las dudas, se refiere a la carencia de contenido en el escroto. La vida es más tranquila cuando no pasa nada.
Pero entonces cuando quedan dos o tres “lujitos” como el picadillo de pavo (lo que antes era un manjar por 1.10 C.U.C.) y alguien viene y nos lo convierte en otro engendro de averígualo, sigue sin pasar nada.
“Le echaron soya”. No, la soya no huele a pescado, y mi casa no puede tener el hedor de un barco ballenero cuando se cocina la que antes era una de mis comidas favoritas. “Es imposible adulterar eso en Cuba”. ¿En serio? Es imposible hacer picadillo con cáscaras de plátano, es imposible comerse una frazada como si fuese un bistec, es imposible exterminar la población de gatos de muchos pueblos, es imposible vivir en un país rodeado de agua salada y escuchar “llegó el pollo por pescado”. ¿A nadie le preocupa saber por qué el pescado no es un personaje habitual en nuestros platos? Cuando me dijeron por primera vez (no recuerdo la edad) que en la Antártida no había pingüinos me quedé muerto. “¿Y por qué si eso está lleno de hielo?” Esa debería ser nuestra reacción; coño, si hasta Julito era pescador. Pero como siempre, la prensa ajena a todo. Aquí no pasa nada. Y si pasa, se le saluda.
Nota al pié: los pingüinos están en las costas y aguas de la antártida, no en el continente.