Esto debe ser así porque las reacciones emocionales suelen ser exageradas, ciegas, confusas y poco útiles, y se prestan a la manipulación interesada y la creación de estados de opinión que convienen a los que “pescan en ríos revueltos”. Por ello interesa averiguar con desapasionada precisión cuánto sucede e intentar determinar sus causas reales a fin de atinar en la respuesta y fortalecer nuestra defensa. Nada se logra, por tanto, en culpabilizar del desastre e identificar a sus autores con la totalidad del colectivo musulmán ni, tampoco, con el fenómeno de la inmigración. Las generalizaciones, aparte de injustas, no hacen más que desviar responsabilidades y camuflar incompetencias y errores. Yerran en el diagnóstico y fallan en la solución de los problemas, como demuestra, precisamente, el presidente Trump en Estados Unidos cuando dice combatir el terrorismo islamista prohibiendo la entrada de todo musulmán a su país. Criminaliza una religión. Y adopta, en su obcecación, medidas extremas que son inútiles y zafias, entre otros motivos porque no se pueden poner puertas al campo ni muros a los océanos, aunque permitan ganarse el apoyo emocional de los que creen que los problemas complejos tienen soluciones simples y, en apariencia, contundentes.
Y es ahora, en que la rabia nos presenta al Islam como el enemigo y al “moro” como objeto de nuestras fobias y peores temores, cuando hay que afirmar con rotundidad que la religión de los seguidores de Mahoma, igual que otros credos, no representa ningún peligro para los fieles del catolicismo en Occidente. Aunque toda religión, por definición, se considera como la única verdadera y fruto de la revelación divina, lo que supone que las demás son falsas, ello no significa que en estos tiempos modernos unas y otras mantengan un enfrentamiento a muerte entre ellas, salvo esos cuantos lunáticos islamistas que, por motivaciones políticas y de dominio ideológico, declaran la “guerra santa”, la yihad, contra aquellos que no comulgan ni acatan su particular interpretación religiosa ni la obligada tutela que esta ejerce sobre la organización civil, social y cultural, allí donde se implanta a sangre y fuego.
Lo que sí se produce es que los descendientes en segunda o tercera generación de esos inmigrantes, que ya nacieron en nuestros países y son ciudadanos occidentales como nosotros, con problemas de identidad y arraigo (no se consideran totalmente europeos, pero tampoco árabes), marginados, sin apenas formación, excluidos del mundo laboral y sin expectativas en su horizonte vital, se convierten en presas fáciles para la radicalización por parte de manipuladores religiosos (emir o imán radicado aquí o a través de Internet), que los convencen de que su identidad islámica está por encima de la europea y han de vengarse de los “infieles” de esta sociedad que impide que “su” Islam se expanda y, como verdadera religión que es, implante su dominio en esta parte del mundo. Así mentalizados, pueden crear una célula de desarraigados musulmanes radicalizados dedicada a practicar la Yihad por su cuenta y riesgo, sin necesidad de estar coordinada por ninguna organización de dentro ni de fuera del país, aunque posteriormente al atentado la más activa de ellas reivindique la autoría de un hecho que ignoraba se estaba preparando. Se valen de esos “lobos solitarios” o células invisibles para amplificar una amenaza que no están en condiciones ni capacidad de materializar. Es decir, no todos los atentados cometidos en Europa son obra del Daesh, grupo armado islamista que prácticamente ha sido expulsado de todos los territorios que había ocupado en Siria e Irak.
Pero ninguno de ha de ser tildado de “moro” como expresión que denota nuestro desprecio y rechazo. Porque no todos proceden del Magreb ni invadieron España en el siglo VIII. Pueden ser sirios, pakistaníes, turcos, marroquíes, sudaneses y hasta palestinos que comparten profesar una misma religión, en cualquiera de sus divisiones, como seguidores de Mahoma. Hay que dejar de usar ese término peyorativo con el que denominamos a todo árabe que practica el Islam, a todo musulmán procedente de África o Cercano Oriente que habla árabe y se arrodilla varias veces al día a rezar el Corán. Si queremos derrotar el terrorismo yihadista tendremos que concretar quiénes son los terroristas y no tachar a medio mundo de ser nuestro enemigo. Así no derrotaremos nunca esta amenaza que nos conmueve hasta las entrañas. Los musulmanes auténticos también se manifiestan en contra de la violencia y el terror.