Llega la navidad y recuerdo los momentos que viví con mi familia cuando era niña. Las sonrisas, la calidez y la ilusión que mantenía durante esta época de congelar cada instante y grabarlos como si fuera una película, que pudiera ver cuando deseara. Algo de esos días quedó en mí, porque todavía los recuerdo y los siento, solo que ahora como mujer adulta los percibo de forma distinta.
Actualmente, no pienso nada más en aquellas sonrisas sostenidas de mi madre y tías, sino también en sus manos gastadas por tantas horas cocinando, limpiando y procurando que todo estuviera en orden. Allí me pregunto: ¿qué pueden significar estas prácticas? ¿A qué estamos expuestas las mujeres en la época navideña?
Las costumbres de la cultura navideña que se han instaurado en cada una de las familias venezolanas, con sus formas diferenciadas, han introducido expresiones de violencia hacia las mujeres, que no son perceptibles en un primer momento, porque se han normalizado, y cuando algo es así resulta difícil distinguir lo que podría estar mal. En este sentido, la hora de la cena suele ser un espacio en el que se manifiestan comentarios y chistes «aparentemente inofensivos» que generan incomodidad, pero también son motivo de risa para algunas personas.
¿Cuántas opiniones hemos escuchado sobre el cuerpo de las mujeres, sus relaciones erótico-afectivas o incluso su expresión de género u orientación sexual? Oímos frases como: «Tienes esos cachetes rellenitos», «Cuidado con la cantidad de comida que te sirves», «¿Para cuándo los hijos?», «¿Y el novio?», «¿Te vas a poner eso? Parece ropa de hombre…», y así podemos continuar hasta dejar una larga lista de comentarios y juicios a los que están expuestas las mujeres, y que pueden volverse el tema de conversación o de risa.
Cansadas de estos comentarios, tal vez decidimos hacer caso omiso y mostrar en nuestro rostro una sonrisa nerviosa/incómoda, o respondemos de la mejor manera que podemos, ocasionando una oleada de réplicas que nos catalogan de exageradas, sensibles y dramáticas. También escogemos quedarnos en silencio maquinando cómo podemos salir de ese espacio porque deseamos no pasar un momento incómodo. Todas esas opiniones que intentamos evitar representan formas de violencia, ya que reafirman estereotipos, roles e imaginarios que resultan en la cosificación del cuerpo de las mujeres, la desvalorización de su sentir, la puesta en duda de su valor y, además, refuerzan ideas sobre la concepción de lo femenino que no corresponden a la realidad.
¿Acaso solo somos un cuerpo? ¿Solo somos las cocineras en las navidades? ¿Solo somos las encargadas de que todo esté en orden? Las construcciones sociales de lo que es ser mujer y hombre responden a estas preguntas por nosotras, reduciéndonos a lo que el patriarcado ha fijado como cánones para cada género, que además pujan por convertirse en verdades «justas para todas las personas».
En estas navidades recordemos que las incomodidades que siente cada fibra de nuestro cuerpo ante comentarios o miradas durante las cenas navideñas no son exageraciones, sino que son la quimera del patriarcado. Las acompañan distintas expresiones de violencia y las ideas que reducen nuestra existencia a unos roles que nos despojan de la esencia que cada una pueda construir de sí misma. No podemos evitar vivir en esta sociedad patriarcal, pero podemos intentar romper con sus esquemas y (des)aprender lo que nos han dicho y enseñado sobre ser mujer, para así fracturar el determinismo que aquella pretende instaurar.
Ya hemos dado un paso leyendo este artículo y poniéndole nombre a lo que nos hace sentir incómodas: patriarcado y violencia machista.