Es otoño. Sigo enraizada en esta tierra. Otros árboles me acompañan, estoy protegida por ellos y yo acurruco a los pequeños arbustos. Ya llega la hora, oigo como sopla el viento y extiendo mis ramas para que suelten una a una cada hoja. Aquel miedo, aquella experiencia, ese dolor, se aleja la angustia, se caen, se irán cayendo. Ahí van, las amarillas, las rojizas, las marrones y las casi negras. Siento como silvan cerca de mí, como me rozan y golpean, en caída lenta, vuelan, libres, chocan, suben, se mantienen y por fin caen. Ahora el viento las recoge y coloca en mi lecho para que nos sirvan de alimento.