Arcadi Espada y la violencia de género. La última del mayor humorista involuntario de la prensa española.

Publicado el 16 noviembre 2015 por Casoledo
¿Han visto alguna vez Gran Hermano, Mujeres y hombres y viceversa, Gandía Shore o algún programa similar? Seguro que sí, aunque sea por la vía del tropiezo, cuando uno cambia de canal y se queda fascinado por la diversidad de los seres humanos. Arcadi Espada no ve esa clase de televisión, claro está, y sin embargo debería, siempre es agradable saber que no estás solo en el mundo, que hay muchos como tú, vamos. Y eso es precisamente lo que puede encontrarse en tales espectáculos televisivos. Hay un rasgo común en todos los chicos y chicas que acuden a ellos, y es esa mirada furtiva que lanzan a los espejos, o a la pantalla que transmite el propio programa, con la finalidad de verse al tiempo que hablan. ¿Os habéis fijado con qué frecuencia se les escapa una sonrisilla al comprobar lo guapos que están, lo cincelado que llevan el abdomen, lo bien que se han arreglado las cejas o se ha hecho el último tatuaje? Y todo ello mientras actúan frente a la cámara, gustándose, como se suele decir.Así es la prosa de Arcadi. Tan ufana de sí misma, con tal escorzo para ver reflejada su inteligencia, que cuesta acabar uno de sus artículos sin padecer el mal de Stendhal o descojonarse, a elegir. Lo mismo ocurre en sus intervenciones televisivas, donde le encanta provocar con gestos y palabras de desprecio intelectual, sabedor de que no hay nada que saque más de quicio a los acomplejados. Parece que hable siempre como subido un par de escalones por encima del otro -que, oh casualidad, suele ser "otra", vean con qué energía reduce a las aguerridas tertulianas-, y uno a veces se pregunta desde qué extraña autoridad habla, quién se la habrá conferido. Recuerdo que mi padre, cuando se encontraba con un chulo, solía decir "si éste llega a medir metro ochenta..." (por aquella época era una altura considerable para la media), así que podemos imaginarnos a qué cotas llegaría Arcadi si llega a tener más estudios. Se establecerían, quizá, procesos selectivos de mérito y capacidad para sentarse con él en una mesa. Lo que para sí mismo son opiniones audaces de acerada inteligencia, otros lo vemos como vulgares provocaciones a la manera de Sostres, técnicas para hacerse un hueco y ganarse la vida apelando a las pasiones esforzadamente contenidas de ciertos sectores sociales deseosos de que alguien diga "verdades como puños". Y entre ellos, cómo no, están los machistas, o neomachistas, que viene a ser lo mismo, pero con un maquillaje discreto y sofisticado, sin dejar de ser viril. En uno de sus últimos artículos tiene el coraje de atacar a las feministas. Hace falta coraje, claro, para hacer algo así en este país, lo mismo te destrozan... con unos cuantos tweets. Las mujeres están siendo asesinadas como moscas, prosigue el sexismo y la discriminación en muchos ámbitos de nuestra sociedad, sería larguísimo enumerar la cantidad de males en que todo ello se concreta día tras día. Para qué hacerlo, no merece la pena, A Arcadi y su público les importa más bien poco. Se trata de ocupar un lugar en el escaparate, y seguir cobrando. La "valentía" con la que acusa a las manifestantes de la Marcha estatal contra las violencias machistas del pasado 7 de noviembre, en el sentido de aprovecharse de las muertas para obtener réditos políticos, es seguramente lo más original de su artículo. El resto se limita a las piruetas habituales para llamar la atención, como un niño zangolotino que necesitase destacar a toda costa: los suicidios de los hombres, el cáncer de próstata... Y sobre todo la negación del propio concepto de violencia de género. Da igual que se trate ya de una disciplina científica estudiada a lo largo y ancho del mundo por especialistas difícilmente caricaturizables como a él le gusta (feminazis manipuladoras y amargadas), quién puede rivalizar en inteligencia y conocimiento con el licenciado Arcadi. Da igual que calificar tales crímenes como "de individuos, cuyo tratamiento y persecución ha de corresponder a sus características" roce la crueldad y pretenda retrotraernos a la época del asesinato "pasional", cuya propia definición llevaba incluido el atenuante. Todo da igual. Arcadi Espada ha lanzado alimento sangrante a las bestias que estaban esperando verdades como puños de esos que se estampan a diario en los cuerpos femeninos, ha dicho, "con dos cojones", "lo que nadie se atreve a decir". Y consolida su lugar en el escaparate, y un salario digno. No en vano al día siguiente algunos medios de comunicación afines hablaban de "linchamiento", ya saben, unos cuantos tweets. Seguro que lo habrán celebrado en una comida de amigotes.
Expliquémoslo no "pa tontos", sino "pa inteligentes": imaginemos una serie de televisión muy popular en el que uno de los personajes es, pongamos, un chico gordo y pelirrojo, presentado en la ficción como alguien patético, risible, desagradable y protagonista de situaciones supuestamente divertidas, aunque de dudoso gusto. Si comenzásemos a enterarnos de que en una ciudad o pueblo de España ha habido un acto de abuso o acoso a un adolescente gordo y pelirrojo, y unos días después otro, y a la semana siguiente otros tres, y a la siguiente otro más, etc., no cabe duda de que a cualquier responsable público con dos dedos de frente se le ocurriría investigar el porqué de ese patrón repetido, cuál es la personalidad de los agresores, y cuál la de las víctimas. Y no necesitaría ser demasiado listo, ni menos aún pertenecer al lobby de los pelirrojos, para darse cuenta de que a través de aquella serie televisiva se estaría transmitiendo una información cultural con un claro contenido discriminatorio que, en determinadas personas especialmente proclives, suscitaría el comportamiento agresivo derivado de la preeminecia de uno y la minusvaloracion del otro. Transmisión cultural. Generación de roles. Eso que llamamos género. ¿Quiere esto decir que los agresores de los pelirrojos conformarían un grupo organizado, que estarían en permanente comunicación para anunciarse "tú dale hoy al tuyo, que mañana me toca a mí"?  Y el hecho de que evidentemente no fuese así, ¿conduciría a su tratamiento individualizado, esto es, no resultaría legítimo y necesario analizar cuáles serían los motivos de fondo que perpetuaban el patrón? Según el sabio omnisciente Arcadi, no. Cada crimen de violencia machista en una actuación individual, y como tal se la debe tratar. El hecho de que se repita unas setenta veces al año con resultado de muerte, y muchos miles más sin él -de momento-, nada tiene que ver. Lo mismo podríamos decir de la violencia en los estadios de fútbol, los crímenes de odio racial o de diferencia sexual, o los ataques de los antisistemas a la propiedad privada... ¡Ah no, perdón, esto último sí que requiere una legislación específica! (Y conste que estoy de acuerdo con ello.) Las diferentes varas de medir parecen de la misma longitud si se las muestra con gesto displicente de intelectual hastiado del vulgar mundo. Hay varones blancos heterosexuales y occidentales que no nos sentimos aludidos ni atacados cuando se habla de violencia machista, al igual que tampoco ocurre ante las noticias de ataques racistas o ahorcamiento de galgos. Algunos, también, discrepamos con el modo en que determinadas personas defienden ciertas causas con las que fundamentalmente coincidimos, y de hecho nos agrada más bien poco participar en grandes movimientos colectivos si no estamos bien informados acerca de quién, cómo y para qué los organiza. Claro que de ahí a negar la mayor hay un paso. Y para darlo basta con ser un ignorante acerca de la materia, tener la radicalidad del converso y convencer a la gente de que llevas un traje de un diseño tan sofisticado que resulta incomprensible para ellos. Arcadi Espada, señoras y señoras, va en pelota picada. Y huele a sudor rancio. Aspirante a intelectual (?) de referencia, no pasa de humorista involuntario.