"Hurry sundown" no es probablemente ninguna de las dos cosas.
Porque hay que contar con su último film, "The human factor" y porque ya sus dos películas precedentes, "In harm´s way" y "Bunny Lake is missing" - que por cierto ni cuando el estreno de "The changeling" de Clint Eastwood fue apenas recordada - son bastante desagregables de esa serie de obras maestras que se inicia, ya sin interrupciones, con "Anatomy of a murder" en 1959 y porque desde "The Cardinal" sus films fueron mal en taquilla y no tuvieron la estima crítica que merecían.
A este paso, esa locura de la que ni Huxley ni Leary deben tener culpa alguna, llamada "Skidoo" y tal vez "Such good friends" también, se reconsiderarán antes.
Pudiera parecer vista ahora "Hurry sundown" la típica película mal acogida porque fue vendida de la forma equivocada, que debe su mala fama a una decepción generalizada por ser lo que no se esperaba.
Y algo de ello hay, porque este caliente drama sureño es una tardía incursión en el americana sin efluvios, pese a su envoltorio, a lo Tennessee Williams, que era lo que estaba de moda (o lo estuvo, lo cual empeora las cosas) y quizá más emparentable con films de pésima o nula reputación como "Parrish" de Delmer Daves, "This earth is mine" de Henry King, o "Island in the sun" de Robert Rossen, sobre los que pesan parecidas acusaciones: maniqueos, simplistas, afectados, "demasiado" melodramáticos para ser buenos melodramas.
Film apasionado, más denso que tenso, como solían ser los suyos, valientemente pro-negro (situado en la posguerra, pero rodado en 1966 y estrenado en 1967: en el interín, nace el Partido de las Panteras Negras y se empieza a hablar en todas partes del Black Power), con los jóvenes y atractivos, pero inesperadamente turbios cuando no despreciables, Michael Caine y Jane Fonda, ya lo quisiera para sí el cine americano actual. "In harm´s way" había certificado inmejorablemente de nuevo y por si quedaban algunos ángulos rezagados, la conquista de una cumbre - algo que se acerca a un concepto posible de cine total, que hunde sus raíces en la Historia pero habla siempre en presente, que se incorpora a lo que narra, se adelanta incluso a los acontecimientos venideros, reflexión instantánea, clarividente sobre unos hombres y mujeres, una institución, un pais, una época y sus avatares - poco transitada desde Griffith y donde ni Ford ni Walsh aspiraron casi nunca a plantar la bandera, pudiendo haberlo hecho (Ford definitivamente ya no quiso después de la guerra) y alcanzada por otros medios en los ignotos Rossellini que bullían en las sombras. Tras una (otra más) demostración de ese calibre, debió pensar Preminger para sus adentros que debía dirigir sus pasos a otros lugares, probarse en otros ambientes, estilos, registros, por qué no los pasados. Cuando se concita ese poder como cineasta y se es consciente íntimamente del logro, haya sido reconocido por el público y la crítica o no, haya dejado una satisfacción plena o un amargo poso de grandeza cercenada por las circunstancias, como Mankiewicz tras "Cleopatra", cuando se es capaz de alcanzar esa sostenida tensión creadora que arrolla los encuadres y los sentidos, imagino que surge la duda de si queda algo por decir.
Personajes casi todos ellos negros, pobres, probablemente ignorantes, perdedores, excombatientes que cumplieron con su deber y al volver no encontraron nada, pero que serán discreta pero firmemente más cívicos, resistentes, respetuosos y tendrán mejor memoria que los blancos, ricos o pura white trash y a la postre el único residuo de autenticidad que le queda a un país de vuelta de un conflicto en el que nunca quiso participar.
Desde esa posición, más comprometida que la adoptada por los directores que filmaron westerns pro-indios - al fin y al cabo un conflicto del pasado aunque sin terminar de solucionarse -, el proverbialmente cerebral Preminger se la juega (literalmente, era su dinero) sin pensar ni un momento en su fama.