- Entonces, ¿estás muy convencido que pedirle ayuda al Cardenal de la Fortaleza es la mejor línea de acción?
- Muy, pero muy, realmente no, querida. Solo estoy convencido de que el Cardenal puede ayudar en este caso en particular. Desde tiempos históricos, siempre que ha habido problemas que amenazan la estabilidad del Reino, la Fortaleza ha sido un aliado seguro.
- Ja, mi padre siempre decía que de la Fortaleza era de dónde salían todos esos problemas.
- Honestamente, tu padre era un gran hombre, aunque sencillo y campechano mi estimada. Cuando los holandeses, franceses, yankees o los portugueses del Brasil invadían nuestras fronteras, es claro que no eran maquinaciones de la Fortaleza.
- Ok, entiendo el punto y sería infructuoso ponernos a discutir la historia pasada del país. Sin embargo, tengo reservas, nunca me ha gustado esta gente que tras un aura de diplomacia e intriga resuelve asuntos.
- También comprendo tu aprehensión querida Ada, pero ten en cuenta que muchos temas de la vida no se resuelven únicamente por la fuerza o meramente con frialdad. Esta gente de la Fortaleza por siglos han desarrollado cierta habilidad en las artes cortesanas y son muy efectivos en ello, no es algo a desechar o subestimar.
- Supongo que nuestros pasajeros serán de la misma opinión que tú, luego de 4 horas de viaje en una VAN a través de la selva de la Fortaleza, y que por muy lujoso y moderno que sea este vehículo harían que cualquiera te dé la razón.
- Exageras nena, unos años atrás ni carretera había y podía uno tardar días o semanas enteras para tan solo ir a la Sede del Cardenal, pura jungla salvaje, pero ahora con esta moderna autopista llega uno casi que instantáneamente, de hecho el GPS dice que arribaremos en cuestión de Minutos.
- Pues sí, ya puedo ver la dichosa y legendaria ciudad capital de la Fortaleza
- ¡Mazzarina! - gritó con voz entusiasta Carbonell de modo que todos los pasajeros que fueran en la VAN pudieran escucharlo con claridad. El llamado fue recibido con diferentes voces, unas de aprobación, otras de alivio y una que otra meramente de quejido y disgusto por el paseo.
La Ciudad de Mazzarina es un testimonio arquitectónico impresionante que combina una rica historia con un esplendor artístico inigualable. Enclavada en el corazón de La Fortaleza, el famoso estado eclesiástico de Aragca y que además es reconocido mundialmente como un hito arquitectónico único. La Gran Basílica del Patriarca Dricus Richelieu, con su cúpula icónica y su impresionante fachada, se alza majestuosamente como el epicentro de la ciudad. Sus interiores magníficos están adornados con obras maestras de los más grandes pintores del pasado majestuoso del Reino, como "Los Once Guerreros" de Aristóbulo Myrnos. Los Museos de Mazzarina, con su laberinto de galerías y salas, exhiben tesoros artísticos y arqueológicos de valor incalculable.
Toma menos de 30 minutos a 100 kilómetros por hora atravesar por completo toda la ciudad, para un conductor con la habilidad y conocimientos de Carbonell fue fácil arribar a la muy nombrada 'Gran Basílica del Patriarca', sede histórica de todos los Cardenales (y en ocasiones también de algunos Archimandritas y otros Obispos notables) que han gobernado la legendaria isla de la Fortaleza, enclavada en el Mar Caribe, al norte de Aragca.
Lo primero que vieron Ada, Carbonell y su comitiva una vez que descendieron de la VAN y entraron a la capilla principal de la Gran Basilica de Patriarca (que no se le antojó muy grande a Ada) era la enorme cantidad de peregrinos y turistas interesados en las estatuas de Juan Calvino y Martín Lutero, que en la Basílica están situados frente a frente como si estuvieran en actitud de discutir un oscuro pasaje del evangelio de Tomás. No tuvieron mucho tiempo para apreciar dichas maravillas de la escultura Mazzarinista, porque un hombre vestido de traje negro y de corbata, con aspecto de trabajar para alguna agencia de servicios secretos como la CIA o la KGB, se acercó a la comitiva con gesto grave.
El hombre se dirigió específicamente a Carbonell, cruzaron un rápido saludo y le indico que lo siguieran hacia el fondo de la capilla, en donde al final había una puerta cerrada similar a la de una celda de una cárcel y que se veía que conducía hacia unas escaleras de piedra con dirección a algún pasaje subterráneo. El hombre sacó un manojo de llaves, abrió la puerta e hizo pasar a toda la comitiva. Bajaron por las escaleras que tenía unos 15 escalones, luego caminaron unos segundos por un túnel oscuro y finalmente llegaron a una estancia que parecía todo menos algo que fuera parte de una iglesia antigua.
- Estamos en las oficinas de Asuntos y Relaciones Exteriores de la Fortaleza - indicó el hombre que los había guiado hasta allí - por favor entren a esta sala de juntas, en un momento avisaré al Archimandrita Montfaucon de su presencia. Mientras pónganse cómodos.
- Pensé que nos atendería el Cardenal en persona - protesto Carbonell con tono un tanto enojado
- Su Majestad el Cardenal se encuentra hoy en reunión con la Condesa Ferrara y el Ministro de Salud atendiendo un asunto de delicada importancia. Además, no está de más decirlo, pero hablar con el Archimandrita Montfaucon es igual que hablar con el Cardenal - y sin agregar una sílaba más el hombre se despidió cortésmente y dejo a Carbonell y su comitiva esperando en la elegante sala de juntas.
- ¿Lo ves? Te lo dije, querido Inspector Carbonell, no se puede uno confiar de la gente de la Fortaleza, ellos acomodan todo a sus planes y gustos a última hora.
Iba a contestar Carbonell el puntilloso comentario de Ada, cuando entro a la sala un hombre que era fácil de identificar como un prelado debido a sus vestiduras eclesiásticas en toda regla.
- Buenas tardes, soy Juan Aguilar-Priego, Protonotario Apostólico de Honor de su Majestad el Cardenal. El Archimandrita Mountfaucont me ha indicado que va a recibir con mucho gusto al Inspector Carbonell, a la Detective Esculi y a sus cuatro distinguidos invitados en su propio Castillo
- Agradezco el gesto, pero ir al Castillo del Archimandrita, que está en la punta más extrema de la Isla, nos tomaría agregar al menos 6 horas más de viaje y tampoco tenemos suficiente combustible para emprender otro tramo más de recorrido por la selva de esta Isla. Nuestros invitados ya están bastante fastidiados y cansados - replicó Carbonell
- El Archimandrita comprende perfectamente la precariedad de la situación y es por eso que ha dispuesto para ustedes el uso de su helicóptero personal, de modo que en cuestión de menos de 15 minutos estarán ustedes al otro lado de la isla. De hecho, ya otros dos miembros de su comitiva se encuentran cómodamente instalados en el Castillo y dos más van en camino, con ustedes serían, pues, diez personas en total, las que estará dispuesto a atender de buena voluntad su Señoría Mountfaucont. Mi gente, por otra parte, tendrá a cuidado guarnecer el vehículo en el que ustedes vinieron. No hay tiempo que perder, el Helicóptero, ya está listo para ustedes, lo tenemos aquí mismo en los jardines de la Gran Basílica, preparado y equipado para trasladarlos.
Dicho y hecho, en menos de lo que canta un gallo, ya estaban en el aire, unos minutos de vuelo y el piloto le indico a Carbonell el sitio en donde estaba el Castillo del Archimandrita, que a pesar de la neblina que lo rodeaba, el conjunto de su arquitectura era bastante bien distinguible, visto desde el aire parecía la boca abierta de un Dragón gigantesco. El paraje evocaba a toda la comitiva de Carbonell imágenes agresivas de un pasado de historias siniestras y macabras.
En la plataforma de aterrizaje del helicóptero estaba esperándolos un hombre vestido con el traje sencillo de un monje, se trataba del Prior Barcelos una de esas personas que siempre tienen cara de tener afán y que mantienen un gesto solemne de estar muy preocupado por los sucesos cotidianos, ese tipo de gente que se toma la vida demasiado en serio. Cuando ya todos los pasajeros descendieron del aparato (que al juzgar de Ada parecía más un transporte artillado de guerra que un simple helicóptero de negocios). Barcelos con aprensión se dirigió a Carbonell diciendo:
- Su Honorable Señoría, el Archimandrita Montfaucon, no se encuentra hoy con nosotros, tuvo que partir a una reunión urgente con la Baronesa Valier-Cifuentes, en su lugar la Abadesa Lucrecia De los Azagra procederá a atenderlos para facilitarles todo aquello que ustedes necesiten. Tratar con la Abadesa es exactamente igual que tratar con el Archimandrita.
En este punto Ada le dirigió una mirada a Carbonell que él no pudo discernir si era de reproche o de franca burla, sin embargo, se sintió algo incómodo por el gesto.
- Por favor, Señor Inspector, pase usted a la oficina privada de la Abadesa que quiere entrevistarse a solas con usted, mientras yo me encargaré de que su comitiva sea atendida de la mejor manera posible.
El Prior Barcelos, condujo a Carbonell al despacho de la Abadesa, golpeo suavemente a la puerta, la abrió y anuncio al interior la presencia del Inspector.
Cuando Carbonell entro, vio a la Abadesa sentada tras un escritorio, lleno de una infinidad de papeles, pulcramente ordenados. Ella levantó la mirada y ofreció asiento al Inspector.
- Tenemos lista la sala en donde usted se puede reunir con su comitiva, no ha sido una labor fácil disponer de un sitio inexpugnable y a prueba de balas para ese fin. Sin embargo, a cambio solo pedimos un requerimiento: Una persona de mi confianza estará presente con ustedes. Él es Ignatius Roncalli, un seglar, con grado de Teólogo y tiene toda mi confianza. Tratar con Ignatius ...
- ... es como si estuviera tratando contigo - apuntó Carbonell, con gesto irónico.
- Roncalli es un hombre de muchas capacidades, ha hecho maravillas no solo para mí sino para toda la comunidad aquí en la Fortaleza, no solo lo aprecia el Archimandrita, sino que es uno de los Favoritos del Cardenal
- Eso no lo dudo Lucrecia
- Inspector Carbonell le recuerdo que aquí soy La Abadesa Lucrecia De los Azagra, mano izquierda y derecha del Archimandrita Montfaucon. Quizás en el pasado entre nosotros hubo cierta informalidad, pero ahora estamos en otro tiempo y lugar ajenos a aquello que hallamos vivido en nuestro pasado
- Muy bien Abadesa Lucrecia De los Azagra, ya hemos corrido demasiados riesgos para juntar un equipo de gente notable que nos ayudara resolver el crimen de los 3 jueces del reality, pero agregar una persona más al grupo no solo pone en riesgo la misión sino las vidas de todos nosotros
- Muy bien, tómelo o déjelo Inspector. ¿Quería un lugar a prueba de explosiones nucleares, en donde nadie pueda interceptarlos? Pues lo tenemos al alcance de su mano. Pero todos esos lujos tienen un precio. Y el nuestro es poco, tan solo agregar a Roncalli a la reunión y dejemos de llorar. Si usted dispone de un mejor sitio, pues lo felicito y haga uso de el. Sino ajústese a nuestras condiciones.
-¡Hecho! - respondió Carbonell secamente.
- Perfecto, Inspector. El mismo Roncalli se encargará de llevarlos a nuestro "Cuarto del Pánico", el sitio más seguro del Reino de Aragca. Ni los dioses pueden entrar allí, claro, salvo que los invitemos.
Carbonell sabia que la Abadesa no estaba fanfarroneando o hablando en vano, si alguien quisiera sabotear la reunión que estaba planeada en el "Cuarto del Pánico", tendría que ser alguien con al menos un ejército de 1000 mercenarios bien armados, entrenados y altamente sazonados en las artes de la guerra, para que así fueran capaces de hacer frente a la seguridad del Castillo con forma de Boca de Dragón. Incluso aun teniendo éxito, un ataque de esa escala pronto atraería las represalias de los aliados de su Señoría Montfaucon, esto es, no solo los otros 3 Archimandritas que hay en otros rincones de Aragca, sino las fuerzas mismas del Cardenal de la Fortaleza, nadie en sus cinco sentidos es tan loco como para atraer la atención de enemigos tan formidables y sutiles.
El Cuarto del Pánico es un recinto bajo tierra justo debajo de los dientes de la Boca del Dragón, está al menos situado a unos 200 metros de la superficie, el exterior del recinto está forrado en 32 pulgadas de revestimientos del acero de Tungsteno y más allá 4 o 5 metros de roca fría y dura.
El cuarto era llamado de ese modo porque se decía que en el pasado era la cámara en donde se "interrogaba" a la usanza de la Inquisión a cualquiera que hubiera tenido el infortunio de haber sido sospechoso de herejía o blasfemia.
Con el tiempo el cuarto paso a servir de cámara secreta en donde los altos personajes de la Fortaleza o nobles de Aragca hacían reuniones en donde se requiriera especial discreción. El lugar ofrecía un sitio inigualable para mantener o discutir asuntos que requerían extrema seguridad. Carbonell sabía que no había sitio mejor para su Concilio de Notables.