Domingo 14 de agosto
Josniel, nuestro extraño y rápido taxista, nos llevó puntales hasta Cayo Guillermo, uno de los cayos del archipiélago Sabana-Camagüey, un sistema de manglares, de 2517 islas e islotes rodeados de una barrera de coral, conocido como Jardines del Rey en honor a Fernando el Católico,
Algunos de los cayos que conforman el archipiélago siguen vírgenes debido a la crisis económica del país y a la burocracia que conlleva abrir cualquier hotel en algunas zonas. Y aunque se han preparado carreteras para llegar hasta ellos, siguen siendo coto de pescadores locales y observadores de aves.
Por lo contrario, otros cayos son zonas de grandes cadenas hoteleras con resorts "todo incluido" frecuentados por canadienses que solo buscan sol, playa y mucha bebida y comida de calidad más que cuestionable.
Cayo Guillermo inició el desarrollo turístico en 1993, cuando el primero de los siete resorts de la isla, Villa Cojímar, puso la primera piedra. A partir de ese momento la fiebre del "todo incluido" se extendió por toda la isla y por el vecino Cayo Coco.
Rodeado de manglares, hogar de flamencos y otras aves, de blancas playas de aguas cristalinas y de arrecifes coralinos con una fantástica variedad de peces y estrellas se mar, Cayo Guillermo tiene una de las mejores playas de Cuba y del Caribe, Playa Pilar.
El hotel Iberostar Playa Pilar ofrece un "todo incluido" a un precio relativamente económico comparado con los resort vecinos, caro si lo hacemos con las habitaciones cubanas en las que nos hemos alojado durante nuestro viaje.
Ubicado en una bahía espectacular con accesos de madera sobre el mar, es posible ver estrellas de mar a pocos metros de la orilla y enormes barracudas en sus aguas. Las instalaciones comunes están bien cuidadas: jardines, piscinas, restaurantes. El buffet es una mierda enorme (perdón!), la comida no vale nada y está plagado de, principalmente, canadienses de estómagos insaciables que llenan enormes platos de comida mezclada sin ningún tipo de criterio y que, a menudo, acaba en la basura. La capacidad enorme para la ingesta de alcohol sin límite es otra de las características del cliente tipo de este estilo de hoteles.
Las habitaciones son una auténtica basura. Muebles mal conservados, paredes y suelos que parecen haber salido de una reciente obra y no haber sido limpiados todavía, bichos a mansalva, hormigas en la cama y una almohada que huele a rayos.
Evidentemente, se viene reclamación y os hago un poco de spoiler si os digo que, una vez en Barcelona y después de dar mucho la matraca, Iberostar me devolvió la mitad del dinero pagado por las dos noches.
Sin embargo, creo que los maravillosos atardeceres desde las pasarelas de madera sobre el mar podrán hacerme olvidar, a corto plazo, semejante despropósito.
Algunas actividades acuáticas están, también, incluidas en el precio del hotel. Entre ellas, una hora de kayak por la apacible bahía donde es posible ver a simple vista una gran cantidad de peces y estrellas de mar.
Con gafas de snorkel podemos acercarnos a ellas que no tocarlas, está prohibido y, aunque la barrera de coral se encuentra un poco lejos de la orilla, la vida marina a pocos metros es tan variada y espectacular que no hace falta ir hasta ella para disfrutar del espectáculo natural.
El resto del día lo pasamos entre piscinas, gintonics, atardeceres y ponernos guapos y elegantes para cenar en el restaurante temático criollo del hotel. El tiempo pasó sin tener tiempo para escribir mi diario de viaje, actividad que esperaba poder hacer en las horas muertas resguardada bajo una sombrilla. Pero esos momentos, finalmente, no fueron ni largos ni aburridos.
Martes 16 de agostoAprovechamos la mañana para recorrer la bahía en un pequeño catamarán, otra de las actividades incluida en el hotel, hasta que llegó la hora del check-out y de dejar la habitación.
Según nos dijo Josniel, a la una del mediodía nos pasaría a recoger para llevarnos a Cayo Santa María. Los taxis que contratan los maleteros del hotel cobraban 180€ por el trayecto, con Josniel pactamos 130€. Y aunque, cabía la posibilidad de que no apareciese, cumplió su palabra y pese a no poder él mismo por un fallo mecánico en el coche, envío a otro chófer a recogernos para hacer el trayecto de cuatro horas por carreteras secundarias en no muy buenas condiciones.
No recuerdo su nombre, pero siempre quedará en mi memoria ese trayecto por los paisajes de verde vegetación y por la parada que hicimos a medio camino para saludar a unos amigos suyos. Un pueblo perdido, una humilde casa, una familia cubana, un café delicioso de recolección propia y un rato de agradable conversación. Nos fuimos de allí con una bolsa de guayabas recién cogidas del árbol con ese olor tan característico de Cuba. Porque si a algo huele Cuba, es a guayaba.
Llegamos al hotel Meliá Paradisus Los Cayos en Cayo Santa María y pensamos que a ese hotel, algo más exclusivo que el Iberostar, sí que podríamos acostumbrarnos. Y así fue la primera noche: unas estupendas instalaciones, un buffet con algo más de calidad y una habitación superior a la que habíamos pagado limpia, amplia y con todas las comodidades de un hotel 5*. Parecía que habíamos acertado esta vez. Pero el sueño duró poco.
Los cayos de Villa Clara son un desperdigado archipiélago que mezcla resorts de lujo con la reserva de la Biosfera de Buenavista. Los hoteles, cada vez más numerosos, ocupan tres cayos diferentes ( Las Brujas, Ensenachos y Santa María) conectados por una carretera elevada de 48 kilómetros.
Las playas de arena blanca y las aguas cristalinas y poco profundas son abundantes en esta zona donde los resorts han copado los accesos a la mayoría de las playas.
Empezaron los problemas en el resort Paradisus. A las largas colas del único buffet abierto, se añadió el hecho de que no podíamos reservar la cena en ninguno de los restaurantes temáticos por no estar más de cuatro noches, información que en ningún momento se nos dió al contratar el "todo incluido". La falta de fruta o pan y la nula información que se ofrecía en recepción a la llegada fueron otros de los motivos que nos llevaron a visitar varias veces el despacho de atención al cliente. No fuimos los únicos. En estos hoteles la organización es pésima y eso influye en el bienestar de los clientes que pagamos mucho dinero para alojarnos allí, siendo la única oferta hotelera de la zona.
Por otra parte, las playas del hotel son dignas de postal pero se llenan y la búsqueda de una sombrilla y un par de hamacas se asemeja bastante a lacapturade la copa de helado del buffet. Pero caminando hacia el este a lo largo de la costa, pasado el resort Valentin Perla Blanca (actualmente cerrado), se llega a playa Las Gaviotas, una playa virgen en el extremo del cayo y que se ubica dentro de una reserva natural. Sorprendentemente tranquila y con cabañas hechas con troncos y ramas para resguardarse del sol, es un paraíso para bañarse y relajarse lejos del egoísmo imperante entre el cliente tipo de los resorts.
Al atardecer, conseguimos, finalmente, cenar en uno de los restaurantes temáticos del hotel. El menú publicado en la web y lo que comimos en realidad, no tenía nada que ver. Entiendo el desabastecimiento, pero la información no debería faltar en estas situaciones y mentir o esconder la verdad tampoco te va a salvar del aluvión de críticas y reclamaciones.
Por contra, las piñas coladas del Sky Bar eran dignas de mención.
Desde los hoteles no se ofrecen muchas excursiones ni información sobre traslados para poder hacerlas por cuenta propia. De hecho, forma parte del sistema en el que los taxis privados se llevan un alto porcentaje del mercado de traslados de toda la isla y de ellos cuelgan comisiones de las que acaba chupando todo el mundo. Por este motivo, moverse desde los resorts hacia cualquier otro lugar es sumamente caro y complicado.
La excursión en catamarán es la actividad estrella que ofrecen, al mismo precio, todos los hoteles. Actualmente no sale cada día, así que si no se coincide hay la posibilidad de hacer otra actividad más económica y que requiere menos tiempo: lanchas rápidas y snorkel. Ambas actividades se organizan en la marina Gaviota, el puerto deportivo de Cayo Las Brujas, y están gestionadas por la empresa estatal Gaviota, como no podía ser de otro modo.
La actividad tiene un coste de 39$ por persona e incluye el traslado desde el hotel hasta la marina, el alquiler de lanchas rápidas biplaza navegando por a través de un laberinto de canales y manglares entre los islotes de Cayo Las Brujas, Cayo Tío Pepe y Cayo Francés, combinando la emoción de montar tu propia embarcación (¡al estilo James Bond!) con la oportunidad de descubrir y observar la rica fauna y flora de la zona, y una parada para bucear en las aguas cálidas y claras para descubrir las maravillas del arrecife de coral habitado por una vida marina abundante y colorida.
Una de las curiosidades de la zona es el San Pascual, un petrolero de hormigón construido en San Diego en 1920 como barco de la Flota de Emergencias de la primera Guerra Mundial. En 1921 fue dañado por una tormenta y atracó hasta 1924, cuando fue comprado por Old Time Molasses de La Habana y utilizado para almacenar melaza en Santiago de Cuba. En 1933 se hundió frente a las costas de Cayo Brujas y ese mismo año fue izado y encallado, pero el azúcar que contenía en su interior sigue dentro noventa años después, fermentado y emitiendo un fuerte olor a ron perceptible a varios metros de distancia. Durante la revolución cubana, sirvió como prisión para el ejército del Che Guevara. Desde entonces, el barco ha sido sede de concursos de clubes de pesca y ha servido como base para buceadores. Con el tiempo, el barco se convirtió en un hotel de 10 habitaciones, ahora cerrado. Las travesías para ver el barco de cerca están incluidas en las diferentes excursiones que se realizan por la zona.
Tras la actividad náutica, el autocar vuelve a recorrer todos los hoteles de los cayos para ir dejando a los turistas. Al llegar al hotel Paradisus nos encontramos con una fiesta criolla en el Market Grill con platos tradicionales, cócteles, coco, mucho ron y música cubana para amenizar el evento.
La tarde la pasamos en las piscinas de nuestro sector Reserve, solo nosotros sin que nadie pudiera molestarnos, mientras los demás se peleaban en la playa por una sombrilla y una hamaca.
Al atardecer, cámara en mano, es el momento ideal para hacernos fotos en este paraíso terrenal. La Golden Hour cubana tiñe el cielo de colores cálidos que se reflejan en unas aguas que pasan de turquesa a naranja a medida que el sol se va escondiendo por el horizonte.
Tras una ligera cena en el desastroso buffet, volvemos a la playa. El cielo ya está oscuro y la poca contaminación lumínica permite ver un majestuoso escaparate estrellado en el que es posible observar algunas constelaciones.
Después de muchas quejas a la dirección del hotel, conseguí que nos regalasen dos botellas de ron y tres masajes como compensación por el nefasto trato recibido estos días, así como el abono de 80$ (que, finalmente, serán 282€ cuando lleguemos a Barcelona). No disponíamos de mucho tiempo antes de nuestra salida hacia La Habana, así que los tres masajes se convirtieron en dos y el tiempo dedicado a ellos fue menor porque nos ubicaron en otro lugar al establecido inicialmente, lo que nos hizo perder el tiempo en el traslado. Cosa que no ayuda a disminuir mi enfado con la gestión del resort.
Por suerte, la mañana fue espectacular. Volvimos a la playa Las Gaviotas con sus aguas cristalinas y poco profundas, todo un paraíso para nosotros, solo compartido con las aves que habitan el lugar.
A las tres de la tarde hicimos el checkout y nos recogió el autocar que nos llevó de vuelta a La Habana, un largo trayecto de más de seis horas que nos acercó, un poco más, al final de nuestro viaje por Cuba.