Una pata del régimen
El pasado mes de Julio asistí a una jornada de trabajo de las entidades sociales de Catalunya. A ella acudía como invitado David Fernández, exdiputado de la CUP y, ante todo, periodista con un punto de vista social como pocos se he visto. De su intervención, me quedo con una frase que cayó como el plomo entre la audiencia: “Durante el 15M (PAM), las entidades sociales fueron vistas como una pata más del régimen (PAM), del mismo régimen que había que derrocar (PAM)”. Tres disparos en voz baja, como habla David, para dejar en el suelo el cuerpo de los defensores de los pobres y los oprimidos. Enmienda a la totalidad. Se acabó. Finito. Kaputt.
Una sensación parecida tuve hace un año, cuando leía el interesante libro Africa Uprising, sobre los 15M africanos. ¿Dónde estaba yo cuando todas esas protestas se extendían por el continente? De algunas me enteré. Pero, en general, la gran mayoría pasaron inadvertidas para alguien que, como yo, está interesado en el continente africano.
En cambio, durante los mismos días en que se desarrollaba el Occupy Nigeria, o las protestas de Sudán, me pude enterar, casi sin querer, de los últimos informes sobre los logros de los Objetivos de Desarrollo del Milenio. También pude leer estupendas crónicas de viajes de intrépidos reporteros que viajan a conocer los avances de tal o cual proyecto de desarrollo. Historias humanas y políticas de éxito global. África Subsahariana iba a mejor, parecía. No entiendo cómo era posible que los africanos y las africanas no lo vieran y anduvieran protestando.
Ya vivimos de esto
La realidad es que tenemos un sector de entidades sociales de cooperación cooptado por la lógica del proyecto y la –feroz- lucha por los –escasos- fondos de cooperación. La complejidad de los proyectos de desarrollo se ha elevado tanto que movimientos sociales que crearon asociaciones o fundaciones para la cooperación han terminado por profesionalizarse al máximo de sus capacidades. Metidos en una espiral de la profesionalización y la tecnificación constante, las ONGD acabaron por sucumbir e integrarse en el régimen –David Fernández dixit-, trabajando por el desarrollo de los pueblos del Sur, pero también por la subsistencia de sus propias estructuras técnicas –sin las cuales sería imposible acceder a los fondos que permiten los proyectos. Una Trampa 22 de manual.
La lógica de los proyectos nos ha obligado a luchar por la visibilidad de nuestras acciones. El financiador siempre exige su logo en la puerta de la oficina, del centro de formación o de la escuela. Y si conseguimos que salga en la prensa escrita, más puntos para la siguiente convocatoria. La lógica se pervirtió tanto que se dieron subvenciones de la Generalitat de Valencia en las que la propia Generalitat se quedaba con un porcentaje de lo subvencionado para hacer ella, en su web, publicidad del proyecto.
La alternativa a la subvención pública o privada no ha sido la reconfiguración del modelo de ONGD, sino la búsqueda de otras fuentes de financiación. La captación de socios, sean estructurales –de apoyo a la entidad-, sean para proyectos concretos, ha incidido en dos maneras. O bien se destaca la gravedad del problema que se pretende abordar, perdiendo la imprescindible explicación política -¡Hola Comité Español de UNICEF!-, o bien se sacaba músculo ante los éxitos del sector, llegando a dar continuidad a absurdas manipulaciones políticas, como el éxito de los ODM.
Pegar tiros en Nicaragua
Durante mi época de estudiante de cooperación, cuando coincidí con uno de los grandes pensadores sobre el sector, escuché un comentario sobre él que me impactó: “Este se fue a pegar tiros a Nicaragua”. Casi al mismo tiempo, nos poníamos a homenajear a los pocos brigadistas internacionales de la Guerra Civil que quedaban con vida. Eran, los brigadistas o los que se marchaban a Nicaragua, los máximos exponentes de aquello que se llamaba Solidaridad Internacional. Con mayúsculas por favor, que hablamos de algo importante.
Hemos cambiado esa solidaridad por la cooperación. Y lo hemos hecho abrazando un velo de neutralidad y tecnicismo. Nos atenaza el miedo a equivocarnos, a que nuestro socio en el terreno se constituya en un cacique local, a que nuestra intervención no salga bien o cause más problemas de los que resuelve. Hemos abrazado el desarrollo, y abandonado la emancipación.
Todo esto se traduce en cambios importantes en el impacto de las ONGD en nuestra casa. La sensibilización y la Educación para el Desarrollo se han hecho con una parte importante de las actividades de cada entidad. Se trata de que la gente comprenda las injusticias sociales a nivel global, y el objetivo último es convencerles de cambiar en algo su modo de vida. Cómo se hace eso a través de una exposición que te financia el Ayuntamiento más cercano, nunca lo he sabido. Quizás es que ahora andamos creando personas sensibilizadas por la injusticia global y no buscamos militantes con una causa.
Nueva política y nueva sociedad civil
Naomi Klein habla en La doctrina del Shock sobre cómo Amnistía Internacional despolitizó las luchas por la liberación política y económica al centrar los discursos en el concepto de Derechos Humanos, y no en el sistema de producción y de dominación que existe en cada país. Hemos hecho lo mismo con el movimiento internacionalista. Hemos pensado que el desarrollo es una cuestión técnica. O, en el mejor de los casos, técnico-política. Y a ello nos hemos dedicado desde las ONGD.
Hace falta que el sector de la cooperación vuelva a las plazas. Que comience a buscar más líneas de solidaridad y lucha conjunta con quienes se levantan en las plazas africanas (o asiáticas, o americanas). Que un levantamiento al sur del Sahara sea entendido como una señal de necesario compromiso militante de cada miembro de este sector. Hace falta despejar las dudas, y aprender por el camino. Vuelvo a David Fernández y su intervención: “la cabeza piensa donde están los pies”. Hoy arden Etiopía y República Democrática del Congo. Dos países clave en la estructura económica mundial actual –el uno por sus niveles de crecimiento, el otro por sus recursos naturales- y sin embargo no hay ningún contacto entre estos movimientos emancipatorios y el movimiento por la solidaridad internacional que tenemos en nuestra sociedad.
No podemos esperar que la nueva política arregle estas distorsiones. Podemos ha fijado su referencia en Grecia. La CUP, en el Kurdistán. La nueva política tiene que verse empujada por una nueva sociedad civil, capaz de conocer y verse reflejada en los movimientos políticos locales del Sur. Una nueva solidaridad, popular y capaz de conectar plazas, capaz de sumar fuerzas locales, una a una, hasta que el gran Leviatán internacional haya caído.
¿O es que hemos tirado la toalla y ya no queremos cambiar el mundo?
Foto: Temi Kogbe