En realidad casi ningún general alemán estaba de acuerdo en la oportunidad de la ofensiva, aunque nadie se atrevía a contradecir a Hitler. Desguarnecer el frente del Este iba a tener consecuencias devastadoras, como pronto se comprobaría. Además, la abrumadora superioridad de medios aéreos de los Aliados hacía muy complicados los movimientos de tropas alemanas. Se decidió que el ataque se efectuara con mal tiempo y se eligió la zona más vulnerable del frente, donde los americanos jamás esperarían ser agredidos, una región boscosa, con malas carreteras, donde se habían establecido, casi para descansar, las tropas que acababan de combatir en la durísima batalla del bosque de Hürtgen junto con soldados bisoños que acababan de llegar de los campos de entrenamiento. Los primeros momentos fueron de avance arrasador de los panzer alemanes frente al desconcierto del alto mando estadounidense.
Los soldados, tomados por sorpresa, huían o se rendían en masa, aunque se organizaron pequeñas y heroícas bolsas de resistencia que ralentizaron el avance nazi. La desafortunada 106ª División, por ejemplo, fue destruida casi por completo. A su vez, se había lanzado una operación, dirigida por el famoso coronel Otto Skorzeny, consistente en infliltrar tras la líneas enemigas a soldados alemanes vestidos con uniformes americanos que hablaban inglés, para sembrar la confusión en el retaguardia. Más que las acciones reales de este grupo, lo que causó más impacto entre los soldados aliados fue la sensación de que cada compañero podía ser un enemigo disfrazado. El alemán que era capturado vestido con uniforme americano (y hubo casos en los que se trataba de soldados que le habían quitado alguna prenda a un cadáver para protegerse del intenso frío), era fusilado de inmediato.
Mientras tanto, los dirigentes aliados trataban de ver más clara la situación y organizarse. Parecía imposible que Hitler, al que todos creían derrotado, hubiera reunido tantas divisiones en tan corto espacio de tiempo. En realidad el dirigente alemán estaba echando el resto con esta ofensiva. Si fallaba, perdería para siempre la iniciativa. Además, muchos de sus soldados eran jóvenes de incluso quince años, sus imponentes blindados estaban faltos de un combustible que esperaban conseguir de los centros de abastecimiento de los Aliados y la Luftwaffe era una sombra de lo que había sido. Pese a todo, el pánico se desató en Bélgica, en Luxemburgo e incluso en París. No era un miedo infundado. Las tropas nazis llegaban a los pueblos con ánimos de venganza y actuaron en muchos casos de forma brutal contra los belgas:
"Los habitantes del pueblo se vieron rodeados de repente por uno de los grupos del Sicherheitsdienst (servicio de seguridad) de las SS. Enseguida dieron comienzo unos interrogatorios brutales con el fin de identificar a los miembros de la resistencia belga y a cualquier persona que hubiera acogido con entusiasmo la llegada de los estadounidenses en septiembre. Los esbirros de las SS llevaban consigo fotografías de periódico del acontecimiento. En Bourcy un hombre, tras sufrir una brutal paliza, fue sacado al exterior y asesinado a martillazos. Los alemanes habían encontrado en su sótano una bandera estadounidense de fabricación casera. El servicio de seguridad se trasladó entonces a Noville, donde sus integrantes asesinaron a siete hombres, entre ellos al cura del pueblo, el padre Delvaux, y al maestro de la escuela."
La batalla de las Ardenas fue toda una prueba de fuego para los americanos, no solo porque debieron organizar con toda rapidez un contraataque liderado por Patton, sino porque se cuestionó en todo momento la labor del general Bradley, a quien se consideró responsable de haber desguarnecido ese sector del frente, algo que fue aprovechado por el vanidoso mariscal británico Montgomery para solicitar el mando de todas las tropas aliadas, mientras se ponía medallas haciendo ver que su actuación había evitado el desmoronamiento del frente. Eisenhower, como comandante supremo, tuvo que lidiar con todo eso y consiguió superar la crisis. Según Beevor, en una entrevista publicada por el diario La Razón, fueron muchos factores los que convirtieron esta batalla en la más dura librada en el frente occidental, entre otros la matanza de prisioneros americanos en Malmédy, que provocó represalias contra los cautivos alemanes:
"Fue la más sucia del frente occidental, y, también, el momento en que el frente oriental entró en el occidental. En el caso de los americanos, no les dijeron que mataran a sus prisioneros. Eso es algo que hicieron por su cuenta, aunque los altos mandos les habían animado a que lo hicieran o lo habían permitido. En cambio, en los alemanes había dos elementos. Hitler, en diciembre, cuatro días antes de la operación, ordenó a los generales atacar con la máxima brutalidad con la esperanza de provocar un colapso completo entre las fuerzas americanas. (...) El otro motivo para incrementar la atrocidad fueron las divisiones Panzer de la SS que habían luchado en el frente oriental y que acudieron a luchar con las mismas tácticas a Occidente. Les habían hecho que tomaran represalias por los bombardeos que habían padecido las ciudades alemanas y, también, aprovecharon para vengarse de los civiles belgas por los ataques que ellos habían padecido de la resistencia de este país durante su retirada a través de su territorio en diciembre de 1944."
Al escribir sobre las Ardenas, Beevor no abandona jamás el estilo que le ha hecho famoso, atento al cuadro de la situación general, pero también a descripciones detalladas del sufrimiento de los soldados de ambos bandos, sometidos a unas condiciones atmosféricas terribles y a una constante falta de suministros, sobre todo del lado alemán, siguiendo también los pasos de algunas celebridades que participaron en la batalla, como los escritores Ernest Hemingway, Jerome D. Salinger o Kurt Vonnegut que sería llevado como prisionero a Dresde, donde sería testigo del atroz bombardeo de la ciudad, inspiración de su obra más conocida, Matadero Cinco.
Al final los auténticos favorecidos por esta campaña fueron los soviéticos, que contaron con mucha menor oposición en su ofensiva final y pudieron quedarse con el gran premio que suponía entrar en la ciudad de Berlín. La apuesta de Hitler había fallado estrepitosamente y sus últimas reservas fueron consumidas de forma casi suicida: el contraataque americano, unido a la mejora del tiempo y la salida de la avición aliada, terminaron de provocar el desastre para unos soldados que en los últimos días ni siquiera recibían raciones de comida y cuya única salida terminó siendo la rendición.