Arena - Miguel Ángel Oeste

Publicado el 12 marzo 2021 por Elpajaroverde

Imágenes de padres que estaban tan hambrientos e insatisfechos que se comían a sus propios hijos. Imágenes de jóvenes, adolescentes de mi edad, que levantan la vista del asfalto y quedan cegados por el sol.

BRET EASTON ELLIS, Menos que cero

Si está bien, / si está bien, / si es tan fácil, / ¿por qué duele así por dentro?

LOS PLANETAS

Me quedo parada. Colgada de la cita de Menos que cero y de los versos de la canción de Los planetas. Mis alertas activadas. ¿Qué será lo que me espera en una novela que viene precedida por esas palabras?

En Arena hay más literatura y música aparte de esta que la presenta. Hay cine, también, series, comics. Referencias culturales de su protagonista y narrador que también son, supongo, las de su autor, Miguel Ángel Oeste.

Quisiera destacar una cita de una novela que se incluye en esta otra novela que hoy os traigo. Se menciona hacia el final de Arena. La cita es de uno de los libros favoritos del Pérez. El Pérez es uno de los personajes secundarios de esta historia pero uno de esos secundarios que, cada vez que aparece, es un regalo para el lector y también para Bruno, el personaje principal y narrador. Bruno se acuerda a menudo del Pérez "porque fue el primero que me vio. Que supo lo que hacía".

"Me senté junto al Pérez. El indigente, lo llamaban algunos chavales para burlarse de él. Yo quería ser un indigente. De algún modo ya lo era. No como él. Yo quería ser su sombra. La mía se había descosido. No tenía la menor idea de dónde se encontraba. La sombra de uno, tan importante. Que se lo digan a Peter Pan; sin la sombra la vida se convierte en merodeo, vaguedad, indefinición, tristeza. Y uno crece con la añoranza de que jamás fue un niño. Ni un niño perdido. Un adulto con un niño muerto dentro".

Yo no vengo a hablaros del Pérez, aunque haya comenzado hablando de él, sino de Bruno, ese adulto con un niño muerto dentro. Porque Bruno está en esa edad en la que ya no se es niño y se comienza a ser adulto. Lo difícil, me imagino, es llegar a ser adulto cuando nunca se ha sido niño.

Para hablaros de Bruno y su historia, sin embargo, me viene muy bien esa cita que quería dejaros de la novela de Francis Scott Fitzgerald Suave es la noche. Dice así: "A veces resulta más difícil privarse de un dolor que de un placer, y el recuerdo le obsesionaba tanto que, por el momento, lo único que podía hacer era seguir fingiendo".

Bruno recuerda lo que el Pérez solía comentarle acerca de esa novela. El Pérez decía que era "la historia de una demolición, el ejemplo del dolor, así de suave puede ser la noche y cualquier destrucción, [...]".

Yo recuerdo la cita de Fitzgerald y las palabras del Pérez tras la lectura de Arena porque, lo que en ella se cuenta, es también la historia de una demolición, del recuerdo que obsesiona, de un fingimiento perpetuo, de la unión indisociable del placer y del dolor. Así, me encuentro en ella con Bruno pensando "si el dolor es la última forma de amar"; lo descubro amando "los olores que me devuelve la angustia, la memoria y los olores a sudor".

"Conocía el dolor, sus estadios, su proceder, sus recovecos. El dolor termina siendo predecible. Solo hay que escucharlo. El dolor habla. El dolor es ruido. Odia el silencio. Anhela que el cuerpo esté en un permanente after con la música a todo volumen, fuera de sí. Danza. Danza. Danza. Con frenesí".

"Danza. Danza. Danza. Con frenesí". Todos lo hemos experimentado en nuestra juventud. Esas "noches repetidas y que, sin embargo, parecían únicas". Esas noches de ese verano que se nos narra en Arena.

El verano es el de 1992. No se nos dice explícitamente pero se deduce del contexto. La referencia más clara, a mi parecer, es la de las Olimpiadas celebradas en Barcelona. No transcurre en la ciudad condal esta historia, sin embargo, sino en Málaga, la tierra no solo de Bruno sino también de su creador. Nuestro protagonista y Miguel Ángel Oeste, de quien nada sabía hasta que me encontré con esta novela en el blog Lecturápolis de Marisa, no solo comparten geografía sino generación. Es esta una novela, por tanto, que podría considerarse generacional si no fuera porque todas las generaciones tienen puntos de encuentro y porque tampoco las juventudes de un lugar difieren tanto de las de otro, al menos si el estrato social es similar. De hecho, me ha ocurrido en ocasiones leyendo Arena, verme trasladada a esas otras noches repetidas, a la par que únicas, que Selva Almada retrató con igual tino en algunos momentos de Ladrilleros.

"Pensé que si alguien nos tomaba una foto en ese instante nos retrataría febriles, idos, ensimismados, ambiguos, y me pregunté si la imagen sería capaz de revelar la otra capa del lugar donde nos encontrábamos, no la de los saltos y el movimiento ondulante de los brazos, una parte proclive al disimulo, sino la parte mental en la que corríamos como hámsteres en una rueda, la zona de la que no podíamos huir por mucho empeño que pusiéramos, el lugar entre viñetas, la historia que no se apreciaba a simple vista".

Las noches y los días de ese verano de 1992 son horas de sol, arena, sudor; de birras, alcohol y lo que se tercie. Son noches de sexo, también, pero no de ese sexo que procura placer o de ese otro experimental e iniciático, sino de aquel que nos "hace indiferentes, egoístas, salvajes".

Las noches y los días de ese verano de 1992 los pasa Bruno con sus amigos de siempre. Con el Manco, Pipo y el Bocina. Hay quien dice que los amigos son la verdadera familia por ser elegida y no impuesta. Alguien le espetará a Bruno ese verano "¿Quién es tu familia?" Ante su silencio, ese alguien insistirá: "La pregunta es sencilla. Tu familia, ¿quién la forma?"

"Se ama solo una vez, Bruno. Lo demás son variaciones en el vacío, simulaciones, simulacros, [...], y siempre erramos, confundimos el amor incondicional con otra cosa, y nos da igual, chupamos y chupamos hasta secarnos, como si una forma de placer fuese borrarnos desde dentro, dejar de ser nosotros mismos, anulados por amor".

La pregunta no es tan sencilla como aparenta ser y Bruno no sabe qué responder. De sus amigos, en cambio, sí tiene claro que "nadie preguntaba por nadie. En eso consistía la amistad. En actuar como si todo fuera bien".

Bruno no es el único que maneja el arte del fingimiento, pues. En la vida a veces uno finge que toda va bien por no incomodar, por comodidad propia, por no meter el dedo en la llaga, por evadir, porque, ante determinadas situaciones, uno solo atina a quedarse "callado. La cabeza gacha. Las palabras evasivas. Al aire. Que se las llevaran. ¿Y si las palabras y las ideas son rocas graníticas? ¿Cómo se las va a llevar el viento?"

Las palabras en este libro son rocas graníticas. Rocas que Bruno se traga y con las que se atraganta. Imposibles, pues, de digerir. Miguel Ángel Oeste, sin embargo, no nos muestra esas palabras. Somos nosotros quienes tenemos que rescatarlas al limpiarlas del esputo que su protagonista va expulsando. Entre la narración de los sucesos de ese verano de 1992, el autor va intercalando los recuerdos que a Bruno tanto le duelen. Son escenas y sensaciones inconexas que tenemos que montar y rellenar y con las que iremos haciéndonos una composición de lugar a medida que avanzamos en la lectura. Son escenas y sensaciones con las que Bruno no sabe qué hacer. El joven quiere dedicarse a escribir y a dibujar, pero siempre encuentra cosas mejores que hacer, "echarme a la calle a lo que fuera. Y cuando estaba deambulando por cualquier sitio, entonces sí, escribir en el aire, en el olvido, en la nada". Es incapaz de seguir el consejo que una vez le diera el Pérez, ese de que "lo que uno quiere escribir hay que olvidarlo. Apunta lo que no quieras escribir. Lo que te resulte más difícil. Sin máscaras. Lo que te duela".

Lo que le duele a Bruno son sus recuerdos y sus recuerdos son como la arena del verano. Esa arena que el sudor incrusta en nuestra piel y de la que somos incapaces de desprendernos. Esa arena que se cuela en la ropa, en el pelo, la que nos llevamos cual polizón en las toallas aunque las hayamos sacudido previamente. Todo es arena y sudor en esta novela. Hasta las paredes de la casa de Bruno sudan, con ese gotelé que tal pareciera exudar recuerdos que invaden al muchacho y por ello siempre escapa de entre esas paredes. Arena en las orejas, en los ojos, en las fosas nasales, en la boca. Tormenta de arena que nos arrastra hacia el final y así llegamos a él, con la boca pastosa y repleta de arena. Así, también, dejamos a Bruno tras ese final, tragando arena, sintiendo el desgarro que le producen los granos silícicos al introducirse en su cuerpo, y sin saber si le place más el dolor que ello le produce o si le duele más el placer que le ocasiona.

"La vergüenza. El placer. La culpa. El odio. El resentimiento. Quise irme. No pude. Una mosca atrapada en una telaraña".

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