Argumento para un gran grito

Publicado el 10 febrero 2010 por Hache

ARGUMENTO PARA UN GRAN GRITO
“Cuando el público dice que una obra es ininteligible
quiere decir que el artista ha dicho o hecho una cosa bella que es nueva;
cuando dice que una obra es inmoral, quiere decir que el artista ha dicho
o hecho una cosa bella que es verdadera.” Oscar Wilde

Alguna vez me ha pasado que mirándote fijamente he encontrado cejas o tobillos o codos fuera de lugar. Y no es esa estupidez óptica de ver una cara donde tus senos sean ojos o confundir un trozo de la hendidura de la espalda con tu nuca. Es precisamente lo que he dicho: encontrar rasgos donde no deben estar. Es, por ejemplo, ver una nariz en tu ombligo o globos oculares en tus corvas, así, claramente, sin espacio para los espejismos. Es ver sexos masculinos saliendo de tus omóplatos u orejas en tus muslos. Y, perdona, pero todo esto me empieza a volver loco.
Que de tus labios entreabiertos, anhelantes, aparezca de pronto un pie desamparado y viril, no es mi idea de la sensualidad. Estoy seguro de que me comprendes, de que a pesar de tu desconocimiento del mundo sabes que algo no marcha bien, y por eso me gusta esa expresión de niña uniformada sin uniforme y con los rasgos principiantes en su sitio. Pero es que, verás, no es la primera vez. fue en una excursión al monte con una novia mía de allá (pero, por favor, por favor, no me pongas esa carita, sabes que eso ya es pasado, que ahora tú eres la única, la hembra que quiero, aun con esos dos pezones en las mejillas). En los matorrales, ya desnudos y cansados y triunfantes, ella estaba vuelta y yo jjugaba a dibujarle en la espalda hámsters o maldiciones o sierras (perdóname, perdona que te tenga que dar estos detalles tan escabrosos pero es necesario, vidita mía, para que comprendas). Entonces vi uno de esos rostros como los que salen en las paredes o en los jamones, una cara como de Cristo sonriendo pero que no era Cristo sonriendo, sino otra cosa. Y pensé que eran figuraciones mías, que había distorsionado los lunares de su lomo hasta ver aquello, pero no.
Me siguió pasando (me siguió pasando y pasando, arropito de mis labios). Con ella y con todas las demás. Opacas noches de amor convertidas al alba en pesadillas. Con la luz y mi vigilia aparecían en los cuerpos de mis amantes los amargos retazos de los que creía seres errabundos por purgatorios y limbos, trozos de seres perdidos en los pasillos tenebrosos de la eternidad, rasgos de personas pudriéndose en el más acá.
No sé si lo entiendes, tú eres tan joven. Pero me atormenta no poder enamorarme de una cajera de grandes almacenes y esperarla ahumado cada noche a la salida entre las sonrisitas y los empujones de sus comadres, me mata tanto no poder jugar con una chiquilla como tú a inventar futuros con dos coches y dos casas y dos niños. Pero no te pongas así, ya quisiera yo evitar todo esto, poder acercarme a tus padres y contarles lo hacendoso que soy, el brillante porvenir que me espera y no tener que escondernos de esta manera tan estúpida. Ya quisiera yo, amebita de papel de regalo, poder olvidarme de todo esto y enamorarme y vulgarizarme y dejar mi vida a tus pies mutantes para lo que tengas a bien hacer o deshacer con ella. Te juro que ya quisiera yo cerrar los ojos y no tener que ver esos brazos como sierpes, esas lenguas como péndulos acelerados, esas pestañas como almejas velludas, esos dedos como actores saludando.
Ojalá pudiera cerrar los ojos para perderme en las carnes simples, en las curvas simples, en las tibiezas simples y dormir abrazado a un ser indivisible y a veces extraño o bello o tierno o nada. Te juro que ojalá pudiera acariciar una cara o un torso o un muslo sin accidentes geográficos inverosímiles, sin sorpresas en el relieve. Yo sólo quiero eso, nada más que eso.
Te lo cuento porque ya no puedo más, porque hasta veo vísceras ajenas y corazones y tráqueas y huesos, porque ahora, por ejemplo, aunque no lo creas, tienes un riñón ligeramente ensangrentado saliéndote de la cadera y unos labios huecos entre los senos. Te lo digo (querida, queridita) aunque los oídos estén en tus talones, para que lo sepas, aunque tu cerebro esté manchando de sabiduría mis manos que buscan dónde ponértelo.
David Galindo. Inédito.