Una de las mayores juergas vividas por los miembros de Arizona Baby tuvo lugar el año pasado en Café Teatro, un lugar de encuentro mítico en la noche de Valladolid. A las cuatro de la mañana, sus dueños bajaron el cierre y ahí se quedaron hasta la madrugada los miembros de este trío vallisoletano, junto a Xoel López (Deluxe), que sacó una guitarra con sólo cinco cuerdas, con la que estuvieron cantando canciones de los Who, los Beatles y otros clásicos del rock. “Ese sitio es mítico. Se lían bien gordas. Que cuenten Pereza cómo fue su última juerga ahí”, suelta enigmático y con una sonrisa Javier Vielba, el barbudo vocalista, guitarrista y líder, de 31 años, de esta banda revelación, que no ha parado de tocar el último año, tras salir su segundo y último disco Second to none (2009).
Estamos en un concierto de SalottoLive by 500 y ROLLING STONE. No hay ningún cierre echado, hay más instrumentos que una guitarra destartalada y la noche no ha hecho más que empezar. Pero la estampa aquí no es menos singular que la descrita por el vocalista: nos encontramos en el amplio salón de una casa, en pleno centro de Madrid. Los instrumentos y los micrófonos están colocados en el suelo. No hay escenario. Un centenar de espectadores espera a que empiece a sonar el rock austero y añejo de este grupo, conocido, además de por sus enormes barbas (hay fans que se las ponen postizas en sus conciertos), por no utilizar guitarras eléctricas. Sólo tocan con acústicas. El dueño de la casa se mantiene tranquilo a un lado del escenario, ejem, de su salón. “¿Si me preocupa que se vayan a estropear mis cuadros? No, qué va, confío en la buena fe de la gente”, responde Enrique García Lozano, artista y dueño de esta casa. En las altas paredes del amplio espacio, en el que también pinta, están colgadas sus obras. El ambiente es familiar y de trato agradable.
“Antes ha pasado aquí al lado el batería de Arizona Baby, he estado a punto de decirle algo pero me echado para atrás”, suelta Álvaro, estudiante de 19 años. Él es uno de los ganadores de los concursos organizados por SalottoLive, Fiat y ROLLING STONE, para ver a Arizona Baby en este salón. Su hermano, Ricardo, un año menor, explica la devoción que sienten ambos por el trío: “Vimos a Arizona Baby hace una semana, aquí en Madrid, en una sala grande y estuvo genial. Pero hoy creo que va a ser más especial”. Pocos minutos después arranca el concierto y los dos hermanos miran con atención. El grupo suena rodado y la sobriedad del entorno juega a favor: su rock sencillo y clásico, con su solvencia instrumental, funciona sin luces ni humo ni otros efectos escénicos. Junto al vocalista y guitarrista están Rubén Marrón (también guitarrista) y Hermo (batería y percusiones); los tres se centran en los temas su segundo y último disco. El cantante ejerce de centro de atención: es dicharachero, agradecido y se salta el guión. “¿Alguien me puede traer más vino?”, reclama, con el vaso vacío tras la segunda canción; después de la sexta, agarra la botella directamente. El público, sentado sobre almohadas en el suelo, da palmas, ríe y canta (sobre todo en el estribillo de Shiralee, tema más popular de la banda).
Aunque las palabras de Paola no son del todo ciertas: cuando Arizona Baby termina su concierto con una versión de Lucille, el salvaje rock and roll de los 50 y clásico de Little Richard, nadie está sentado en suelo: los presentes bailan y siguen los coros del cantante. Las almohadas están desperdigadas, mientras Arizona Baby dan los últimos acordes, con sus guitarras en alto. El público abandona el salón, los cuadros mantienen, impolutos, su sitio (para satisfacción del dueño de la casa) y los dos hermanos concursantes, Álvaro y Ricardo, sonríen, mientras salen por la puerta principal. “Soy guitarrista y ha sido un placer poder ver cómo tocan, desde tan cerca. Son unos monstruos”, dice el mayor de los hermanos.
(Ivar Muñoz-Rojas, www.rollingstone.es)