El axioma según el cual una verdad no puede contradecir a otra verdad sólo tiene sentido si lo verdadero se concibe en términos de no contradicción lógica. Pues, si adoptásemos parámetros más amplios, igualando verdad y realidad percibida, habría que admitir que todos los hechos ciertos difieren entre sí y se excluyen recíprocamente. De lo que se concluiría un principio opuesto al antecitado, a saber, que es necesario que las verdades se contradigan unas a otras, lo que es absurdo. Por tanto, lo verdadero ha de asimilarse a lo no contradictorio antes que a lo fáctico.
Si se acepta la conclusión anterior, en modo alguno cabe atribuir a la ciencia empírica el descubrimiento de la verdad. O no más que en el siguiente sentido: que algo se repute falso en tanto es refutado por hechos que se tienen por indudables, como el movimiento de los cuerpos o la mortalidad natural de los animales. Entonces, estos hechos o bien son verdades absolutamente seguras y susceptibles de demostración "a priori", o bien producen al menos certeza moral en cuanto a sus efectos, aunque se desconozca su fundamentación, y deben por ello preferirse a nuestros débiles razonamientos sobre cuestiones poco claras.
Dos proposiciones contrarias entre sí no pueden ser ciertas al mismo tiempo. Pero nada obsta a que ambas sean verdaderas, esto es, inteligibles sin consideración temporal. Tal se sigue de la naturaleza de la verdad, que es siempre eterna, porque nada verdadero puede dejar de serlo.
No hay comunicación posible entre lo verdadero y lo falso. Sin embargo, se da una unión continua e indisoluble entre lo inexistente y lo existente, ya que lo que engendra deja de existir o muda su ser para dar lugar a lo engendrado. La conexión entre lo verdadero y lo real es, así, puramente metafísica: se remonta a la causa primera.