Arqueolibertad

Publicado el 09 junio 2011 por Cosechadel66

Allá por 1531, un portugués llamado Vicente Pegado andaba por aquellas tierras del Sur de África, e hizo lo que dice su apellido con unas ruinas de lo que parecía una ciudad antigua. Asi lo contaba:

Entre las minas de oro de las planícies del interior entre los ríos LimpopoZambeze hay una fortaleza construida a base de piedras de un enorme tamaño, y parece no haber argamasa uniéndolas… Este edificio está casi rodeado por colinas, sobre las que hay otros parecidos, con el mismo tipo de piedra y sin argamasa, y uno de ellos es una torre más alta de 12 brazas. Los nativos del país llaman a estos edificios Symbaoe, lo que de acuerdo con su idioma significa “palacio”.

La cosa, o el descubrimiento mejor dicho, se quedó así durante tres siglos más. “Será por ruinas”, debieron pensar los portugueses. Y al cabo de esos trescientos años, en plena era de colonización europea de África, un cazador las redescubrió. Y es que los europeos cazábamos de todo en África. Desde leones a ruinas, desde oro a elefantes, de gacelas a diamantes. El principal explorador que investigó de manera más o menos seria las ruinas era un tal Mauch, alemán. Este lince de la investigación proclamó a los cuatro vientos que las ruinas del Gran Zimbabwe, que es como se denominan, pertenecían a la mítica ciudad de Ofir, la mismita, mismita desde la cual la Reina de Saba enviaba riquezas sin final para camelarse al bueno de Salomón, el de la sabiduría.

Lo que ni Mauch ni cualquier otro “investigador” europeo podían entender, es que esas edificaciones hubieran podido ser hecho por africanos de raza negra. Podían haber sido fenicios, griegos, árabes o marcianos, pero no la misma raza a la que estaban, por otra parte, robando la tierras y esclavizando. Así que lo mejor era tirar de mitos y leyendas. Mauch era de la cuerda de Cecil Rhodes, de cuyos pensamientos y acciones son reflejos frases como esta:

Tenemos que encontrar nuevas tierras a partir de las cuales podamos obtener fácilmente las materias primas y, al mismo tiempo explotar la barata mano de obra esclava que está disponible de los nativos de las colonias. Las colonias también proporcionarían un vertedero de los excedentes de bienes producidos en nuestras fábricas.

Rhodes llegó a controlar el 90 %  del comercio de diamantes a finales del siglo XIX, a través de la compañía De Beers (que en la actualidad aún controla el 60%, pobrecitos, lo que han bajado). Su inmensa fortuna le permitió hacer y deshacer a su antojo en la región Sur de África, hasta el punto que a su muerte, la colonia británica en la que actuaba pasó a llamarse Rhodesia en su honor. Uno de los argumentos de Rhodes y por ende del imperialimo británico y europeo en África era que esas tierras habian sido colonizadas casi a la vez por ellos y los habitantes de color, por lo que no había lugar a ninguna reivindicación territorial por parte de los indígenas. Las ruinas del Gran Zimbabwe, con su evidente antigúedad y demostración de una cultura floreciente y avanzada, no deberían sino demostrar eso. Para intentar dejarlo aún más claro, el propio Cecilio (que nombres más raros se ponen estos ingleses) encargo a otro lumbreras, Theodore Michael Bent, que certificara la procedencia de las ruinas. Como donde hay patrón no manda arqueólogo, Bent no hizo sino firmar el papelito confirmando que el Gran Zimbabwe había sido construido sin intervención de la población local.

Pero hete aquí que la Arqueología, la ciencia, el conocimiento, iba a librar esa batalla política y social. En los comienzos del siglo XX, entre 1905 y 1906, un arqueólogo, esta vez con todas las letras, inició la primera investigación seria de las ruinas. Concluyó que no había ningún resto en ellas que no tuviera un origen distinto del africano. Otra colega suya, Gertrude Caton-Thomas, hizo un exhaustivo trabajo de excavación en el lugar dos décadas después (1928-1929), y concluyo que, sin lugar a dudas, aquellas ruinas tenian de europeas, fenicias o árabes lo mismo que Bruce Lee, cero patatero. Que ni Reina de Saba ni Cristo que lo fundo, y nunca mejor dicho, porque la ciudad debieron fundarla individuos pertenecientes a una civilización tan prospera como africana, y que lo único que no se sabe a ciencia cierta es porque abandonaron el lugar. Aquello fue un duro golpe para las teorías europeistas y de supremacía blanca que mantenían el régimen de Rhodesia, confirmado años más tarde por dataciones de carbono, que establecieron su antigüedad en torno al siglo XIII después de Cristo.

Asi pues, los colegas de Indiana Jones, pero esta vez sin más armas que la pura demostración científica, fueron los que dieron argumentos de peso para que las reivindicaciones de la mayoría de la población tuvieran una base histórica. Hasta tal punto las ruinas de Gran Zimbabwe fueron importantes como símbolo, que cuando en 1980 el país consiguió su independencia, ese fue el nombre elegido: Zimbabwe. Y uno de los elementos más conocidos y característicos de lo encontrado allí, una escultura de pájaro, fue incorporado a su bandera como símbolo de su glorioso pasado. Ni Salomón hubiera podido impartir tanta justicia.

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