Arranca tus estacas

Por Candreu

¡Cómo he disfrutado esta semana en dos multitudinarias sesiones en Levante!. Además he tenido la oportunidad de reencontrarme con viejos amigos y de poder disfrutar en la estación Joaquín Sorolla de Valencia, mientras esperaba al Euromed que me trasladaba a Alicante, de un café con Santiago Pérez Castillo.
A Santiago le conocí hace unos cuantos años en un curso en el Colegio de Ingenieros Industriales. Hace unos años dio un giro radical a su carrera profesional y ahora se dedica a ayudar a personas y organizaciones a gestionar el cambio. Me contó este cuento:
A una pequeña ciudad llegó hace años la caravana de un circo. En sus carromatos llegaban trapecistas, equilibristas, magos, payasos y domadores con sus fieras. Desplegaron su campamento en una pradera junto al río y los niños se divertían pasando la tarde viendo las fieras enjauladas.
Junto al fiero león, el animal que más les gustaba era el elefante. Durante la función, aquella enorme bestia desplegaba toda su fuerza, tamaño y peso descomunal. Pero tras la función, el elefante quedaba sujeto solamente por una cadena que ajustada a una de sus patas se anclaba en una estaca clavada en el suelo. La estaca era un pequeño pedazo de madera apenas incrustado unos centímetros en el suelo. Parecía obvio que un animal de la fuerza y el ímpetu del elefante que era capaz de arrancar de cuajo un árbol podría sin apenas esfuerzo arrancar la estaca y huir. Pero no lo hacía.
Los niños apostaban cual era la causa de aquella mansedumbre, y terminaron preguntándole al maestro de la escuela. Este les explicó que el animal estaba amaestrado. Pero entonces ¿por qué lo encadenaban?. El maestro les contó que el elefante cuando era muy muy pequeño debió estar anclado a una estaca como aquella. Y aquel elefantito debió tirar y empujar y sudar tratando de soltarse. Y a pesar de todo su esfuerzo, no lo conseguió. Se dormiría agotado y lo volvería a intentar al día siguiente y al siguiente y al otro y al otro.
La estaca era muy fuerte para un elefante tan pequeñito. Y lo siguió intentando días y días hasta que un terrible día decidió no volver a intentarlo. Aceptó su impotencia y se rindió. Se resignó a su destino y desde entonces permanece allí atado. El cree que no puede. Lo tiene grabado en lo más profundo de su enorme cuerpo. Pero lo peor es que jamás se ha vuelto a cuestionar esta falsa creencia. Jamás intentó poner a prueba su fuerza otra vez.
¿Cuantas cadenas te atan a una pequeña estaca que podrías romper con facilidad pero que hace tiempo que ya no lo intentas porque te has dado por vencido?. Revisa este fin de semana aquellas creencias limitadoras que deberías actualizar... Y actualízalas.