Para su primera novela, Oé colocó a un grupo de niños en un pueblo aislado durante la Segunda Guerra Mundial para hacérselo pasar muy mal. Y así, de paso, dejar al lector con la sensación de sangre en la boca.
Siempre me ha llamado la atención la grandiosa capacidad de Oé para animalizar a las personas, para que los propios seres humanos que las rodean sean capaces de percibirlos como especies raras a las que aislar o domesticar. Este caso por supuesto no es la excepeción en su bibliografía, así que toca volver a sumergir la cabeza en los bajos instintos.
Entre la actuación particular del individuo ante situaciones extraordinarias y su necesidad de mantenerse dentro de un grupo, los niños de Oé viven un duro aislamiento al que deben enfrentarse desconociendo los límites y actuaciones de la edad adulta, como cachorros a los que a nadie le ha dado tiempo a domesticar y que son incapaces de comprender las consecuencias morales de su impuesto destierro.
Os lo recomiendo si tenéis estómago. Hay pasajes muy duros con los niños y también con los animales del pueblo, pero también merece la pena reflexionar de vez en cuando sobre las actuaciones de los individuos en casos de extrema necesidad.