Es como acercarse al vacío pero no atreverse a saltar, es como encontrarse al final del camino erróneo sin ganas de retroceder, es como perforar el orgullo sin haber extraído la espina del desatino más brutal. Ya no sorteo mis equivocaciones, ahora me ahogo en ellas. Porque vivo arrepentida de no haber sabido valorar tu amor, tus rosas, tus besos. No me duele tanto el perder como el no haber sabido ganar. Y te perdí poco a poco pero irremediablemente. Quisiera aferrarme a nuestro tiempo juntos pero es inútil tratar de recomponer los pedazos. Me quedo con el silencio y sus susurros, castigando mi falta de tacto, maldiciendo tu ausencia, bordeando los límites de la locura más dolorosa y sensata, la del histriónico arrepentimiento y su amiga íntima, la penitencia de tu desencanto. Te pido perdón y asumo mi culpa, me llevo todos tus males. Aprenderé a vivir con los pies en la tierra, empezaré desde cero alejada de los actos que lastiman y hacen daño. De tus rosas ya marchitas sólo me quedan sus espinas rondando el corazón y los pétalos deshechos que, cansados de esperar unos ojos que por fin miran la luz, se secan entre mis manos, despidiéndose con nostalgia (o quizás alivio) de una mujer que no merecía su belleza.