Fueron auténticos ‘influencers’ en su época. Los Blondin, el maestro y el aprendiz, conmocionaron al mundo con sus hazañas equilibristas. Poca gente sabe que el segundo era ovetense, nacido en el Campo de Milicias. Y que por él pudo haberse instalado un circo… en plena plaza de la Escandalera.
Serían ingenuos los oyentes de este podcast si creyeran que el fenómeno que hoy denominamos ‘influencer’ es cosa de la actualidad. En el siglo XIX también los hubo. Llegaban a nosotros por medio de la prensa, generaban imitadores por doquier y los niños soñaban con ser como ellos. Uno de ellos fue un funambulista. Jean François Gravelet, alias Blondin. Que nunca había pisado España. Ni Asturias. Pero del que distan menos de seis grados de separación, ya lo van a ver, de la hoy remota pero una vez existente posibilidad de que allá donde hoy se alza la plaza de la Escandalera, en Oviedo, hubiera un circo. Esta es una historia de conexiones casi mágicas. De equilibrios en la cuerda. En el caso de Blondin, de la cuerda sobre las cataratas del Niágara, ahí es nada, que él desafió en 1860. Y cuyas hazañas, por entonces, leía con denuedo un niño en el Campo de Milicias ovetense. Un niño que se va a convertir en el protagonista de nuestra historia de hoy. Y menudo protagonista.
Los triunfos de Blondin en Londres, reza un diario en agosto de 1861, han excitado en otros acróbatas el deseo de emularlos. Hace pocos días una mujer trató de atravesar el Támesis por una cuerda floja, y después de tener un largo rato en la mayor ansiedad a los espectadores cayó al lrío, a donde al fin se la salvó en una lancha. Pero no todos los seguidores de Blondin, el viejo, lo fueron infructuosos. Sobre todo a lo largo de la década de los 60 del siglo XIX surgieron centenares de Blondines doquiera hubiera un río sobre el que desafiar a la gravedad. La prensa llegó a transformar el de Blondin en un nombre común para definir a toda suerte de funambulistas y, así, hubo Blondines estadounidenses, alemanes, franceses y rusos. Pero sobre todos ellos se destacaría la figura de uno a quien el maestro acogería como discípulo a su diestra: el Blondin asturiano. Carbayón, concretamente. Nacido en el Campo de Milicias. Y que a punto estuvo, con su fama como acróbata, de modificar la geografía ovetense tal y como hoy la conocemos.
Porque… ¿se imaginan que hoy en día, en la plaza de la Escandalera, hubiera instalado… un circo?
Pero no pretendamos correr en la historia. Para eso nos quedan aún veinte años y muchas aventuras que correr por parte de quien, emulando a su maestro, se hizo llamar, allá por 1882, Arsens Blondin. Aquel año, el joven Arsens Blondin, de veintitantos años, a quien en París conocían como el gallego, llevó a cabo una hazaña mayúscula. Así lo contó la prensa: que ayer atravesó el Sena, entre los puentes del Alma y de los Inválidos sobre un cable de alambre, y ante una multitud que no bajaría de 50 mil personas. La ovación fue colosal, el público maravillado prorrumpió varias veces en aplausos atronadores. Era Arsens, así lo dijeron, un acróbata sorprendente y un equilibrista admirable, se lanza al peligro con una serenidad, con un valor, con una desenvoltura que llenan de asombro.
Aquel chaval que se presentaba siempre a sus ejercicios acróbatas vestido con un maillot plateado, brillante, que le hacía destacar entre toda la multitud, ni se llamaba Arsens, ni se apellidaba Blondin, ni era gallego. Sus contemporáneos lo sabían, claro, pero nosotros pudimos habernos olvidado de su historia si no hubiera quedado por escrita mucho tiempo después, en el verano de 1929, que fue, también, el invierno de la vida de Arsene Blondin. En realidad, Federico Álvarez. Soy español y ese es mi verdadero nombre, dijo el ya por entonces viejo acróbata a preguntas del reportero del diario El día de Palencia. Era preciso, sin embargo, adoptar un nombre extranjero porque en España somos así. Pero nunca he dejado de cantar a mi verdadera patria. Había nacido en Oviedo. En el Cuartel de Milicias, hijo de un gallego, esta vez sí, de Cerdeira, que regentaba en la capital de Asturias un circo de caballos. Así que de casta le venía al galgo la pasión por el espectáculo.
Criado al calor de las crónicas de las hazañas de Blondin, el viejo, y formado en Madrid, donde recibió sus primeras lecciones como equilibrista en el centro de la calle de la Cueva y comenzó a actuar, en el circo Príncipe Alfonso, según él ante la mismísima reina Isabel II, quiso la suerte que Blondin, el joven, el carbayón, ejecutara su gran número sobre el Sena en el mes de septiembre, casi cuando su ciudad natal festejaba a San Mateo. Y lo hizo, quizás amparado por el patrón en la distancia, de forma espectacular. De espaldas, su segundo viaje aéreo; bajo la lluvia, a la que se sobrepuso sin que un solo espectador abandonara por ello el acto, tan impresionados como estaban por su agilidad. Otra de las travesías las hizo metido en un saco y, además, tocó a la vez dos cornetines, porque también era músico. Los dos, bajo el agua del río Sena. Sus manos estaban ocupadas en tener los instrumentos; tocó sentado dejando colgado del cable su balancín, dijo la prensa. ¡Impresionante! Pero faltaba otro ejercicio aún más asombroso que todos los anteriores: Arsens se levantó, puso el balancín atravesado sobre el cable y se colocó encima, fijando uno de sus pies en el balancín, bastante apartado del punto de apoyo como si se preparara a dar un paso hacia el abismo. Mientras un eléctrico estremecimiento agitó a la multitud, el músico acróbata reanudaba su doble tocata sin dar una falsa nota, sin interrumpir la música ni un segundo.
Aquel día, el asturiano tocó el cielo de París. Y eso era solo el inicio de una carrera que se desarrollaría a lo largo de dos siglos.
Los años que le duró la juventud a Arsene Blondin, es decir, a nuestro Federico Álvarez, estuvieron bien aprovechados. Nunca llegó a superar el éxito rotundo de aquella actuación sobre el Sena, pero sí desafió a las aguas del Tíber, en Roma; a las del Pó en Turín y a las del Arno en Florencia. En Amsterdam, cabalgó sobre las del Amstel, y también sobre las del Danubio en Viena. Cruzó el Pisuerga, a su paso por Valladolid, y el Nervión en Bilbao. Y solo él supo si era verdad aquello que dijo, cuando le entrevistaron en 1929, de que había sido el primer europeo que ha entrado en el Rif a enseñar música a los moros. Fue en el año 1906. En aquel año recibí una proposición del caid el Roghi para organizar una banda de música con elementos moros. Acepté gustosamente porque me seducía la aventura y allá me fui con mi hijo Antonio que a la sazón se encontraba en Melilla, trabajando como mecánico. Llegó a formar una banda de 22 músicos en la que él, como no podía ser de otra manera, tocaba el cornetín. Pero, según sus propias palabras, a los moros les gustaba más el acordar tiros que notas del pentagrama. Vi mal la cosa y determiné escapar antes que la previsión resultara inútil.
Pero quién sabe si nuestro peculiar Blondin decía o no la verdad. El mundo del espectáculo tiene, también, mucho de truco, de audacia y de juego malabar. Unas artes menores que en la patria de Blondin no tenían cabida porque, si se dan cuenta quienes hoy nos oigan y tengan en la cabeza la topografía del espectáculo en el Oviedo que se abría al siglo XX, ningún recinto, por aquel entonces, estaba habilitado para ellas. Y lo cierto es que ninguno de los afluentes del Nalón que transitan por allí cerca, desde el Trubia hasta el Nora, ni el Gafo ni el San Claudio, son tan impresionantes, a la hora de atravesarlos, como lo son el Sena o el Danubio. De modo que si Federico Álvarez quería ser profeta en su tierra tenía que buscarse la vida. Y lo hizo. ¿Por qué no poner, pensaba él, un circo allá donde hubiera el espacio suficiente y a los ovetenses no les pillase muy lejos de sus casas, doquiera vivieran? Agilidad no le faltaba al buen Blondin, pero tampoco audacia.
19 de febrero de 1902. El progreso de Asturias, uno de los muchos diarios publicados por entonces en la región, asegura que ante mucho público celebró anoche otra función la compañía del señor Blondin, en el circo provisional instalado en la Escandalera. Todos los artistas fueron muy aplaudidos en los diversos y difíciles trabajos que ejecutaron. (…) Anoche se decía que, en vista del buen resultado que se promete la familia Blondín, pensaba cubrir con zinc el nuevo circo y establecer en él todas las mejoras necesarias para hacerlo digno de Oviedo, si se le concedía en buenas condiciones el terreno durante cuatro años.
Una decisión difícil la que le caía ahora al municipio ovetense. Blondin frisaba ya la cincuentena y comenzaba a buscar un retiro cómodo de sus actividades circenses, que le habían proporcionado una fama tal a lo largo de las décadas que sus compatriotas ovetenses estaban, claro, dispuestos a recibirle con los brazos abiertos. Y con lo que hiciera falta. La llegada de nuevas formas de entretenimiento popular, como el cine, por ejemplo, además, hacía a la ciudad adolecer de lugares apropiados donde desarrollarlas. Dice, así, El progreso de Asturias que realmente, en esta ciudad hace mucha falta un edificio público donde puedan celebrarse ciertas fiestas y reuniones para las que no se presta el teatro Campoamor, pero el Ayuntamiento debe procurar que el nuevo edificio de haga en las debidas condiciones de ornato y seguridad y se coloque en sitio que no impida el embellecimiento y desarrollo de la población.
Ya lo ven: solo dos meses, ¡pero qué dos meses!, duró el hoy olvidado circo de la Escandalera, gestionado por uno de los personajes ovetenses más curiosos de todos los que hayan nacido a los pies del histórico Carbayón. No acabó ahí la historia. Hoy sabemos que la saga de Blondin se alarga a lo largo de todo el siglo XX, y también del XXI, por sus descendientes, también equilibristas. Y, aunque la Escandalera se yergue hoy ya desnuda de barracones, aunque colmada de múltiples elementos que también la alejan de ser aquel barrizal sin mucho uso que denuncia la prensa finisecular del XIX, tampoco fue el circo Blondin el último. En septiembre de aquel mismo año, 1902, por ejemplo, se instalaron allí varios barracones, coincidiendo también con San Mateo, visitadísimos todos, principalmente los de los cinematógrafos Royal Cosmograph y Leonés.
Un último ofrecimiento, esta vez de los señores Ramírez y Cachero, llegó poco tiempo después, en octubre. Ofrecían instalar, para ofrecer al público ovetense constantes distracciones, variadas y del mayor atractivo, un elegante pabellón que reúna condiciones para circo, salón de baile y otros espectáculos, comprometiéndose a hacerlo desaparecer en cuanto el Ayuntamiento le avise al efecto de tal suerte que no impida esta edificación ningún plan de aprovechamiento o arreglo de la plaza.
No pudo ser, y aún tuvo que esperar la capital asturiana, según la prensa local una de las que peores condiciones reúne para ofrecer distracciones a los vecinos y forasteros, para poder disfrutar de los espectáculos más populares y económicos que en aquella época, colmada de la magia de los Blondines y los Edisons y los Lumière, comenzaban a surgir. Las cosas de palacio, ya lo saben… suelen ir muy, pero que muy despacio. Todo lo contrario que don Arsens Blondin, Federico Álvarez para los amigos, sobre las dubitativas y frágiles cuerdas que lo sostuvieron sobre las aguas del Sena.
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