
Siguiendo la huella de Koestler, durante muchos años devoré los libros de cuanto autor se me antojara particularmente agudo y revelador, y llegué a elaborar un sueño muy preciso sobre la revelación del Sentido Oculto: un gran telón rojo se abre repentinamente y me concede el supremo derecho de conocer la Verdad, el derecho de saber, que me hace humano… entonces descubro que el escenario no alberga los ordenamientos impecables ni las deslumbrantes armonías cósmicas que cabría esperar: sólo veo a un grupo de actores que representa una obra de Shakespeare, como en cualquier teatro del mundo, porque Shakespeare resumió todos los destellos, todos los sobresaltos y todas las tinieblas del espíritu humano, y en sus obras aflora el Sentido Oculto que nos define y nos limita: el nudo de pasiones e instintos primitivos que decide nuestros actos a espaldas de la racionalidad, sometiéndonos a un condicionamiento biológico que nos mantiene siempre a medio camino entre lo sórdido y lo sublime, más cerca del carbón que del diamante.