Repasando los libros de historia del fútbol de los primeros años del siglo XX aparece en escena un brasileño de lo más curioso: Arthur Friedenreich, un sudamericano de origen alemán que jugó para Brasil durante más de 10 años y que tiene tras de sí una de las historias más curiosas del balompié.
Para empezar era mulato de madre brasileña y padre germano ( de ahí su apellido), mezcla que le provocaba no pocos problemas en un país que por aquel entonces no permitía la presencia de negros en su selección. Para corregir esa característica de su piel, se peinaba hacía atrás el pelo con gomina con el fin de parecerse a un blanco y poder jugar con la canarinha.
Arthur Friedenreich, el Rey antes de la llegada de Pelé
Más allá de eso, se dice que este hombre nacido en 1892 marcó más goles que el mítico Pelé, que su colección de tantos llega a los 1.329 tantos en otros mismos encuentros, lo que le promedia un gol por partido, cifras sólo al alcance de Bernabé Ferreyra y Valeriano López en Sudamérica, y que superan de largo los 1.284 de O Rei. Se dice, porque a ciencia cierta nadie sabe con exactitud el número concreto en una época donde las estadísticas brillaban por su ausencia.
Astuto, rápido, hábil, presume de tener en su haber siete Paulistas con el Paulistano y nueve premios de máximo goleador. Originario de Sao Paulo, precisamente el hecho de ser de esa ciudad le privó de jugar el Mundial de Uruguay en 1930, su sueño, pues en esa edición Brasil sólo llevó futbolistas de Río de Janeiro por disputas entre las dos grandes urbes del país.
Denominado cariñosamente el «el Rey de Reyes» o el «Rey del Fútbol», así como el «Mulato de los ojos verdes», hay una leyenda de que es uno de los pocos futbolistas del mundo que nunca falló un penalti en su carrera siendo habitual lanzador de ellos. Su clave, quizás, radicaba en que era ambidiestro y que tan pronto podía lanzar con la izquierda como con la derecha, pues la potencia era similar.
Para muchos en su momento, mejor que Pelé
Criado en las calles de Sao Paulo, con Friedenreich se combinó el pragmatismo, la belleza y la elegancia. Podía meter goles feos, bonitos y espectaculares. Pero sobre todo, su legado significó la victoria al racismo y la segregación en la primera mitad de siglo XX en Brasil. Porque si algo marcó su vida fue su lucha contra él.
Muerto en 1969, un año antes de que Pelé hiciera maravillas en México, muchos que le vieron jugar dijeron que fue mejor que el mismísimo o Rei. Tal vez, tengan razón.