Ilustración: Tomás G. Michel
Todo aquel que ha vivido por Santa Rita, que en su mayoría de los casos, son estudiantes hospedados en la cercanía de la universidad, pues residen muy lejos Río Piedras, y se ven arrastrados por los estudios a quasi-emigrar, sabe que a veces este maltrecho lugar se puede convertir en un completo dolor de cabeza.
Ya he perdido la cuenta de los cristales rotos; vehículos con que estudiantes universitarios, con copioso ahínco se transportan a instruirse a la UPRRP, son victimas del imparable vandalismo. Ya han sido demasiados. Se topan con que mantener un promedio alto, no es la única de sus preocupaciones. Es difícil tener que venir de un día de lecturas, libros e infinitas memorizaciones, y encontrarte con que tu carro esta vuelto un desastre. Verlo tan cojonudamente profanado. Sé la rabia y frustración que se siente, pues no fui precisamente la exención a la regla. Cuando por mala jugada del destino, le tocó a mi carro a que lo desmadraran y le rompieran un cristal, mi hermano y yo salimos en búsqueda de algún sospechoso por los alrededores, para darle una buena paliza, y no quedarme con la impunidad abofeteándome la cara. Pues todos sabemos, que los policías están muy ocupados poniendo tickets de transito, los cuales le son más rentables. Malditos ladrones, deambulantes y tecatos que no piensan en las vicisitudes que muchos de nosotros tenemos que encarar cada día. Mas si estoy conscientes de que hay unas realidades sociales. A muchos de ellos el sistema le ha fallado. No todos son drogadictos, algunos son solo personas que se han visto despojados de trabajos u hogares, y tienen responsabilidades para con su familia ¿Que crees que alguien sin trabajo haría si un hijo le dice que tiene hambre, y no tiene nada en los bolsillos? A eso agrégale la perra crisis que ha estado estrangulando la isla en los últimos años, en la decadencia de la efectividad del Estado Libre Asociado para regir este pueblo, henos aquí pagando las consecuencias de los daños colaterales. Para el colmo, los atracos a mano armada, son la orden del día. No es para mi chistoso, salir a la galería de mi residencia y tener que escuchar los gritos de una estudiante, que le despojan de sus pertenencias. Para el colmo de los colmos, el tener que lidiar con el hecho, de que sales un momento a las siete de la mañana, dejas la puerta de rejas abierta por unos pocos segundos, pues se te ha olvidado algo en la casa y te topas con que un hombre con una actitud un tanto psicoactiva, entre sigilosamente a tu residencia, en tu propia cara —quien al no percatarse de tu presencia— para ver que podía robar. Yo en estas me quedé callado, por que quería ver lo que el hacia. Mi novia quien andaba conmigo, de la rabia por su atrevimiento, le hecho un grito que se escucho en toda la biosfera, que hizo que saliera corriendo. Y lo bonito del caso, es que en los últimos meses (dada la insoportable situación económica), la nueva modalidad de los ladrones es que ya no te quieren esperar a que salgas para robarte. Ellos mismos, se están tomando la molestia de entrar a tu casa por la fuerza, amarrarte y Dios quiera no pase de ahí y llevarse todas tus cosas, con tu propio carro, en tu plena cara.
Pero dentro de este nefasto panorama en el que muchos tenemos que vivir, hay una que otra cosa que vale mencionar. Hay una chica, que desde hace varios años, se ocupa de darle comida a los gatos que merodean el lugar. Muchas veces sale a horas no tan seguras a realizar su faena, me imagino que por los quehaceres de su día, pero para nada se olvida de estos animalitos. Siempre que corría por la urbanización por las tardes, la veía como traía en su SUV sacos de comidas, los cuales todos saben, no son nada baratos, y así procedía cada dos o tres esquinas a dejar varios platos de comida. Te dabas cuenta desde lejos por los montones de gatos que desde podían percibir que ella estaba por llegar al amontonarse de felicidad —supongo que también por el hambre—. Que alguien haga este gesto en el área metro, es mucho decir, pues la apatía que prepondera en los alrededores, es estruendosa. Y la realidad es que me llena de satisfacción y felicidad, ver ese tipo de gestos y desprendimientos de parte de las personas, que no solo viven en lugares colmados de concreto, si no que lo cargan dentro de si, amurallando su humanidad.