Todo lo que dice es con sentido y lo dice bien. El tono general quejumbroso (“Me quejo de que la lectura y la escritura me han dado acceso a conocimientos íntimos que me hacen con frecuencia infeliz”) termina cansando un poco, pero es difícil encontrar peros a la mayoría de sus argumentos.
Una lectura valiosa en que la he anotado varias cosas, como esta defensa del poder del libro:
La perversión está en la belleza. Las palabras tienen atractivo y seducen. Sade es perverso porque sus argumentos hacen creíble lo que cuenta y puede convencer, por la seducción de las palabras y de los razonamientos, de su verdad. Un chiste verde o una copla carnavalera son exabruptos, bromas, que no convencen a nadie ni tratan de hacerlo. El Marqués si. Por eso la literatura es tan peligrosa y tan poderosa.
O esta (exagerada) propuesta:
Si quitamos los libros de texto obligatorios en los estudios, los que hablan de cuestiones prácticas y los diccionarios y otras obras de consulta, no creo que una persona culta deba leer más allá de 100 libros en toda su vida.
O el apoyo en San Buenaventura para no prestar libros:
Nadie está obligado a proporcionar a otros cosas no necesarias descuidando sus intereses.
O en Ramón G. De la Serna para interrumpir las lecturas inútiles:
No hay que leer enteros los libros malos. Si voy por un vallado y veo asomar dos largas orejas y oigo un rebuzno no tengo porque saltar para saber que detrás hay un burro.
Y, naturalmente, han salido otras cerezas enlazadas para futuras lecturas: unos aforismos de Oliván, el Bomarzo de Mújica Laínez, etc.