Artur Mas está triste, ¿ qué le pasa a Mas?

Publicado el 13 febrero 2017 por José Simón Gracia @mehuelea

Artur Mas no ha poseido ni posee la astucia que cree poseer; ni la verdad, que, en él, es un desierto”

Escuchar decir a Artur Mas, en sede judicial, que la responsabilidad de organizar el 9-N es de los voluntarios constituye un acto de cobardía solo comparable al protagonizado por Josep Dencàs, líder de las juventudes del Estat Català, cuando, tras la proclamación del Estado catalán en octubre de 1934, huyó por las alcantarillas del palacio de la Generalidad y fue a refugiarse en el regazo del muy demócrata Mussolini.

Artur Mas dista mucho de ser lo que él quería hacer creer que es; no ha sido ni es un estadista ni un gran presidente; no ha sido ni es el líder indiscutible del pueblo catalán. Sin embargo, sí ha tenido ambición, osadía y determinación para serlo; también seguidores: fieles unos, aduladores otros, y de cuchara los más; y recursos institucionales, materiales, humanos, y económicos, gratis total.

Soñador y seductor, ha usado y usa los recursos que ofrece la democracia para comprar voluntades y sembrar el territorio de comisarios para poner el poble a sus pies, como cualquier tirano haría por la fuerza de la violencia. Para Mas, el poble no es sujeto ni objeto, sino un mero instrumento para garantizar su impunidad.

Pero Artur Mas no ha poseido ni posee la astucia que cree poseer; ni la verdad, que, en él, es un desierto. Por eso, primero fue abandonado por sus electores, luego, por sus compañeros de partido, y, finalmente, por sus socios secesionistas que le instaron a ceder la Presidencia de la Generalidad. El único que no le ha abandonado ha sido el pueblo catalán porque nunca ha sido suyo.

El pueblo catalán –incluido
el poble– ha sido y es la gran víctima de Artur Mas. El expresidente no se ha preocupado ni se preocupa del empleo, de la educación, de la sanidad, de la dependencia, .. De su política de empleo, recuerdo la que colocaba a los suyos –familia Mas-Rakosnik–; de su política sanitaria, de educación o de seguridad, las generosas comisiones –donativos– que recibían sus Fundaciones por cada construcción o reforma de hospital, escuela o comisaría de Mossos; de su política social y cultural, que sus fondos se desviaron a propaganda.

Ahora, abandonado por todos –incluidos los extras a sueldo del penúltimo acto de propaganda del 6F–, ahora que solo la justicia le acoge en su seno, Artur Mas se siente triste. Y duda: entre la valentía y la excusa, entre el pacto y la condena, entre la dignidad y la cobardía de un Dencás cualquiera buscando cobijo en Donald Trump a falta de un Mussolini cualquiera.

Artur Mas está triste, ¿qué le pasa a Mas?

José SIMÓN GRACIA

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