Hace pocos días, un empresario que en el pasado vivió de la sociología y al que considero un experto en mercados y comportamientos mercantiles, me dijo que si los independentistas catalanes continúan despreciando a España, abominando de la unidad y avanzando hacia la secesión, provocarían un "tsunami emocional" de gran envergadura que se llevaría por delante a gran parte de la capacidad industrial y comercial de Cataluña. Me aseguró que los grandes empresarios catalanes ya se lo han advertido a Artur Mas, pero que el president, según cuentan algunos de esos empresarios, está desatado y fuera de control.
Ante el desprecio agresivo del catalanismo político indepentista, la reacción emocional de los ciudadanos españoles puede ser muy fuerte y, con independencia de lo que haga el Estado español para defenderse, adoptando medidas legales como el veto a la Cataluña independiente en las instituciones europeas, el cierre de fronteras y el establecimiento de duros aranceles al comercio, se traduciría en un boicot popular masivo a todo lo que procediera de la comunidad insolidaria y desafecta.
Los expertos en marqueting y sociología creen que esa reacción tendría la fuerza de un tsunami, que pondría de rodillas a Cataluña entera. Los equipos catalanes de fútbol dejarían de jugar en la liga española, el turismo de españoles caería en picado y la gente se negaría a comprar coches o cualquier otra mercancia o servicios "made in Cataluña", mientras se cerraría masivamente las cuentas y depósitos en bancos con sedes en Cataluña, una reacción que ni siquiera la poderosa Caixa podría soportar.
La reacción ciudadana sería de un alcance y calado desconocidos, lo que significaría cortar toda relación con aquellos que han rechazado ser españoles. Esa reacción se traduciría en medidas orientadas a pagar a los que nos desprecian con la misma moneda.
Mas habría abierto de ese modo la caja de los truenos y Cataluña perdería no sólo sus ventajas actuales, sino también casi todas sus bazas para la supervivencia futura como pàis, desde el acceso al crédito en los mercados a la devalución dramática de su cuantiosa deuda y buena parte de su envidiable capacidad productiva. El paro se triplicaría en pocos meses y su nueva moneda sufrirtía una depreciación tras otra. El propio pueblo catalán, acorralado y asustado ante el avance de la ruina, se comería vivos a los políticos frívolos y soberbios que les hubieran conducido hacia ese estado de catástrofe.