Es esta:
Mañana está en juego la última barricada que los contiene. Es una barricada muy delgada, de papel, casi invisible y muy probablemente quedará arrumbada por la acometida de esa bestia que todo lo devora y que se llama MERCADO. En realidad ese término no es más que un eufemismo. Detrás de la palabra MERCADO, como si de una careta se tratara, se ocultan la derecha liberal (antes los llamábamos conservadores), las multinacionales, los bancos, las financieras, las agencias de evaluación de riesgos, los especuladores, los brokers y toda esa cuadrilla de empresarios oportunistas, gorrones y avarientos que siguen a pies juntillas los postulados de Carlos Solchaga: enriquécete pronto y rápido. Junto a estas poderosas fuerzas, que cabalgan como potros desbocados desde que desapareció el contrapeso de la Unión Soviética, se asocian otros colaboradores necesarios, como algunos medios de comunicación, que trabajan sin descanso en la lobotomización de la conciencia ciudadana. Nos bombardean con telebasura, programas de vísceras, realities infumables y fútbol, además de elevar a la categoría de reinas mediáticas a hembras incultas y chabacanas, gentuza sin oficio ni beneficio, que, por obra de la caja tonta, se nos aparecen con más brillo que la Virgen de Fátima. Paralelamente, las mismas multinacionales nos ahogan con una insoportable lluvia de mensajes publicitarios para convertir en imprescindibles todo tipo de objetos, artilugios y cachivaches que compramos compulsivamente hasta entramparnos de por vida (ipod, blackberrys, coches, televisores de plasma, electrodomésticos varios, zapatillas de deporte de esta u otra marca...) Así consiguen enredarnos en su juego: nos pagan poco y lo poco que ganamos lo gastamos en sus economatos. Tenemos libertad de elección, sí, pero solo en teoría, porque la presión es tan brutal que obedecemos sin darnos cuenta y les reembolsamos nuestro salario a cambio de sus abalorios. Quienes deberían defendernos, simplemente, se dejan llevar para no perder posiciones de privilegio, como le sucede al gobierno socialista, que cumple sumisamente con todo lo que le ordenan desde el FMI, el BM, la CEOE y hasta la Conferencia Episcopal sin la menor resistencia, y renunciando a lo que nos había dicho que eran sus principios irrenunciables.