La cosa va de que unos malechores deciden un buen día secuestrar un vagón de metro de Nueva York reteniendo a los pasajeros en su interior. Los malechores tienen un plan, pedir un suculento rescate a cambio del grupo de rehenes que tienen en su poder. Su cabecilla, un tal Ryder, mantendrá las negociaciones con un controlador de vías, Walter Garber, quien, al parecer, eligió un mal día para dejar de esnifar pegamento. A partir del momento del secuestro empezará una fuerte guerra psicológica entre ambos bandos para lograr mantener el control de la situación, sacando a la luz los caracteres de ambos personajes, el secuestrador mucho más irracional y frenético y el trabajador del metro, más tranquilo y sereno, a pesar de los acontecimientos, manteniendo ambos personajes, durante buen parte del metraje, una tenso rifi rafe.
La peli es un remake de Pelham uno, dos, tres, un thriller del año 1974 protagonizado por Walter Matthau. En esta ocasión es Tony Scott quien decide llevar de nuevo la historia a la gran pantalla. Tony Scott (el hermanísimo) se dio a conocer con la película El ansia y, desde entonces, tiene en su haber una fructífera carrera como director plagada de películas tan conocidas como fácilmente odiables. Suyas son, por ejemplo, Top Gun, Superdetective en Hollywood II, Días de trueno, Revenge (con Kevin Costner), El último Boy Scout, Amor a quemarropa (con guión de Tarantino), Fanático (con deNiro), Enemigo público o Domino. No sería yo su mayor valedor. Más bien estaría situado al otro extremo, en el de la gente dispuesta a montar un linchamiento popular para evitar que vuelva a ponerse detrás de una cámara. Se podría decir que, simplemente, no estoy muy en sintonía con con su concepción de espectáculo cinematográfico.
Entre los actores encontramos un duelo entre Denzel Washington, siendo esta su cuarta película a las ordenes del director después de Marea roja, El fuego de la venganza y Déjà Vu (se rumorea que ya han tramitado los papeles para declararse pareja de echo) y John Travolta, quien, al parecer, le cogió el gusto a hacer de malo y después de Campo de batalla: La tierra, volvió a ejercer de villano en Operación Swordfish y El castigador. Además, por la película también se dejan caer James Gandolfini (Tony Soprano) que interpreta al alcalde de Nueva York y John Turturro, quien vuelve a demostrar una vez más que lo de aparecer como secundario en películas chorras debe estar muy bien pagado, porque el hombre no para.
La película no es gran cosa porque, lo cierto, es que en la película no sucede gran cosa. Asistimos desde nuestra butaca al secuestro del metro y el posterior duelo entre los dos personajes protagonistas (personajes que tampoco es que sean nada del otro mundo, ni siquiera de este). Luego está lo que sucede alrededor de los dos protas. Por un lado tenemos el vagón retenido, con unos secuestradores sosos a matar y unos secuestrados que en lugar de transmitir tensión transmiten sopor (por favor, que tonta la historia de la tia que está al otro lado del ordenador portátil de uno de los secuestrados, tuve que ponerme a respirar dentro de una bolsa de plástico para sobrellevar la historia). Por el otro lado tenemos al controlador de trenes, con sus superiores actuando como todos ya sabemos, incluso antes de que empiece la película, que acabarán actuando (y mención aparte merece el personaje del alcalde de Nueva York que prefiere ir en metro que en coche oficial, ¿porque le dedican tantos minutos a un personaje que aporta tan poco a la historia?).
Como guinda, está Tony Scott, que oliéndose que la historia, tal y como estaba escrita, no daba para más, en cierto momento del metraje en el que no sucede nada más espectacular que ver a unos policías transportando el dinero del rescate, decide montar la escena a modo de acción trepidante (cuando no lo es), con persecuciones (donde nadie persigue a nadie), con varios coches volando por los aires, policías heridos, víctimas civiles y demás parafernalia made in Tony Scott. El momento más espectacular de todo el fim y, sin duda alguna, el más sonrojante.