Me pregunto si la crisis económica como motivo literario despierta el interés de los lectores o, por el contrario, produce fatiga, por aquello de que la precariedad no ha terminado y tal vez no resulte apetecible para quien lee con el propósito de evadirse de los problemas cotidianos. A mí, en cualquier caso, sí me llama la atención, porque me interesa conocer cómo los escritores retratan esta realidad, mi realidad, qué les sugiere, qué les inspira. Julio Fajardo Herrero (1979), tinerfeño afincado en Barcelona, es el último en aportar «material» para este creciente corpus literario con su segunda novela, Asamblea ordinaria(2016), que, en la línea de obras como La trabajadora (2014), de Elvira Navarro, apuesta por retratar el malestar a pie de calle, en las relaciones de la gente corriente, sin posicionarse ideológicamente.Asamblea ordinariacomprende tres historias, organizadas en capítulos alternos, que nunca se llegan a cruzar. Muestran cómo la crisis influye en la relación entre dos personajes (una pareja con una hija pequeña, un empleado y su ex jefe, un joven y su tía anciana), en forma de breves radiografías que desgranan las tensiones latentes en la rutina. Se sitúan en Madrid, Barcelona y Zaragoza, aunque podrían ser otras ciudades. Hay una voluntad de buscar la identificación del lector: los personajes no tienen nombre ni se facilita mucha información sobre ellos, en un intento de que puedan ser cualquier persona. El autor emplea una escritura «hablada», cercana; cada episodio parece un desahogo en voz baja, cómplice. Tiene un estilo depurado, preciso, de frases largas y ramificadas, sin diálogo, como el fluir de la conciencia. Cada capítulo está conformado por un único párrafo, de unas cuatro o cinco páginas. Esta excesiva rigidez formal (las historias siempre en el mismo orden, los capítulos siempre como un párrafo similar) resulta monótona y cansa por momentos.El primer relato desgrana el distanciamiento de una pareja desde que él se queda en el paro. La narradora es la mujer, la que carga con todo (la casa, la niña, la madre que se hace mayor) a pesar de que sus condiciones laborales han empeorado. Él, por su parte, se pasa el día conectado a internet, donde se une a un movimiento tipo 15-M. Cuanto más se involucra en la plataforma, más se aleja del hogar. Ante la falta de estímulos profesionales, ocupa su tiempo con el compromiso social, una actividad en la que antes jamás habría pensado. La novela no se posiciona a favor ni en contra de estas organizaciones, sino que se limita a mostrar cómo repercuten en la convivencia de una pareja estable, que difiere del perfil del joven sin responsabilidades al que a menudo se asocia con estas iniciativas. Y, claro, surgen conflictos por la desigual implicación en casa, por las diferentes formas de criar a la niña, por los pequeños gastos que antaño no eran una preocupación… También se aborda el trato con otras parejas, desde la incomodidad frente a los que tienen más a la empatía (y un cierto alivio, como si fuera una penuria compartida) con los que están igual.En la segunda historia, un chico se dirige al que fue su jefe, un hombre adinerado que montó una empresa pionera. El lenguaje está salpicado de neologismos anglosajones para enfatizar la novedad del proyecto, que contrasta con la explotación en la oficina. La relación entre jefe y empleado invita a preguntarse hasta qué punto se puede mantener un trato amistoso cuando existe una diferencia de clase y poder tan grande. El joven procede de un pueblo de Zamora, sus padres son trabajadores y él cursó estudios superiores con la esperanza de mejorar su nivel de vida; sin embargo, se encuentra con la hipocresía de que el negocio innova en los contenidos pero utiliza viejas técnicas de cacique con los empleados. El propietario, por su parte, muestra la simpatía condescendiente del rico hacia el pobre. La actitud del chico pasa de la fascinación inicial por su jefe al progresivo desencanto por las pésimas condiciones laborales. Para que la voz no suene igual que la de la anterior narradora, el autor emplea expresiones más juveniles y coloquiales e intercala algunas palabras (un poco metidas con calzador) en catalán, para que quede claro el vínculo de la empresa moderna con Barcelona.La última historia está contada en tercera persona por un observador externo y es la única que da voz a otra generación. Un chico se muda a casa de su tía anciana, viuda y sin hijos, para ahorrarse el alquiler. El interés aquí reside en la relación intergeneracional: la precariedad ha llevado a muchos jóvenes a permanecer más tiempo con sus mayores, y esto no está exento de tensiones por las diferentes maneras de encarar la convivencia. Tía y sobrino encuentran un punto en común en el pasado, en los recuerdos de momentos compartidos cuando él era un niño y en un viaje que hacen al pueblo de la mujer. El chico, en otras circunstancias, no se habría interesado por su tía, pero ahora se descubre preocupándose por ella: la soledad de la anciana, la estafa de las preferentes, un estilo de vida «de antes» que no regresará. La crisis puede unir a gente que atraviesa etapas vitales muy distintas. No hay duda de que Julio Fajardo Herrero tiene buen ojo para desmenuzar las complejidades de las relaciones humanas con la precariedad de por medio. Ha construido una novela que abarca diversas manifestaciones de la crisis, poniendo énfasis en la pluralidad de puntos de vista para ofrecer un retrato lo más rico posible. Su capacidad para exprimir cada tema (pareja, paternidad, movimientos ciudadanos, desigualdad, estancamiento profesional, tercera edad), para mirar con lupa lo que se cuece en cada entorno, es digna de un antropólogo. Dentro de unos años, no sé si muchos o pocos, Asamblea ordinaria se podrá leer como el testimonio de una época, como un texto muy, muy próximo a esta realidad. Sería curioso comparar esta lectura con la interpretación de lectores ajenos a esta crisis; la novela está tan ligada a un contexto particular que no sé hasta qué punto puede entenderse en determinados países, en los que palabras como «preferentes» o «paro juvenil» no salen en las noticias.
Julio Fajardo Herrero