El Ayuntamiento de Madrid y el Ministerio del Interior están nerviosos. El Papa viene a España y quieren dejar la casa limpia, que todo parezca inmaculado, muy al gusto del pontífice. Los indignados son un grano en el culo de las instituciones. A pocos días de la llegada de Benedicto XVI, la horda del 15M no quiere irse a casa e insisten en tomar la plaza del Sol. Un engorro. El gobierno y el Ayuntamiento de la capital no han obviado ningún detalle para que Ratzinger se sienta como en casa. Incluso una famosa empresa de papel higiénico ha creado una línea exclusiva y limitada de rollos con los colores papales, para que el peregrino sienta el loor de santidad en sus posaderas. No sabemos muy bien si los chicos del 15M se animarán y crearán su propio merchandisin higiénico -lo dudo-, pero ganas no les faltarán de limpiarse la indignación en la cara del pontífice y las instituciones.
Pese al espíritu garantista que caracteriza a nuestra democracia, vivimos tiempos de asepsia. La corrección política, el maquillaje y la escenografía de cartón piedra parecen protagonizar la vida política y religiosa. Todo el mundo quiere estar limpio, despegar de sí los agentes patógenos que incomodan su imagen pública. El movimiento 15M era hasta hace nada un ejemplo de democracia ciudadana; toda Europa tenía puestos los ojos en las virtudes de un colectivo que ha logrado llamar la atención de las instituciones de manera pacífica y organizada. Pero el día 16 viene el Papa y debemos hacerle hueco en la plaza, a él y su tropa de fans adolescentes. No parece compatible la defensa de la libertad de expresión y la demanda ciudadana de mejoras democráticas con el catecismo cristiano. Con la Iglesia hemos topado. Incluso un ejecutivo como el de Zapatero, considerado hasta hoy azote de la cristiandad y mecenas de un laicismo inmisericorde, inclina rodilla ante el Vaticano y saca a la calle 300 policías para asegurarse que Sol resplandece con una luz salvífica. Ratzinger es un hombre de Estado, el jefe supremo de un paraíso moral, ajeno a los latigazos de la prima de riesgo y exento de respetar derechos universales, y como tal debe rendírsele pleitesía. La cuestión es que su visita no obedece a cuestiones políticas, sino que se presenta ante los españoles como pontífice, padre espiritual, defensor de creencias privadas.
Lo dicho, en política es más importante mantener las apariencias intactas, ofrecer una imagen pública de integridad, estabilidad y seguridad. El binomio paradójico entre el 15M y la visita papal pone sobre la mesa esta actitud higiénica por parte de las instituciones políticas, a costa de alejarse de los aires renovadores que demanda la ciudadanía. Uno de los puntos esenciales que vindica el colectivo 15M es la transparencia política y cauces de comunicación más directos y eficaces entre la ciudadanía y la clase política. La crisis de Sol ha puesto en entredicho la voluntad política de que esta demanda llegue algún día a tener sustrato real. El Ministerio del Interior y el Ayuntamiento de Madrid han preferido no dar explicación alguna a la ciudadanía -ni antes ni después de la intervención policial- acerca de las razones que le obligan a cercar la plaza. La comunicación entre políticos y portavoces del 15M es inexistente.
Los indignados empiezan a resultar molestos a la clase política. El ejecutivo socialista no acaba de encontrar la fórmula que consiga acercar los objetivos de este movimiento a su agenda política. Por el contrario, se desmarca del 15M con decisiones como la tomada en la plaza del Sol. Por su parte, los medios de comunicación conservadores intentan en lo posible crear una imagen negativa de este colectivo, tildándolos de perroflautas, sucios e insolidarios con el resto de ciudadanos. Aún así, las imágenes no muestran otro hecho que la concentración pacífica de ciudadanos en demanda de derechos constitucionales. No es de esperar que el 15M vaya, más aún a la luz de los acontecimientos de estos días, a desistir de su voluntad vindicativa. Ratzinger, Zapatero, Aguirre y Gallardón van a tener que convivir con la indignación de la ciudadanía española, pese a que las circunstancias recomienden el recurso aséptico de esconder la mierda debajo de la alfombra
Ramón Besonías Román