En la cama no encontraba postura. Le gustaba dormir desnudo con un ligero edredón por encima y con su pistola debajo de la almohada. Así fue como estuvo escuchando un buen rato a los pocos paseantes que todavía danzaban por la calle a esas horas de la madrugada.
No había avanzado mucho, aunque se sentía fuerte para soportar la complejidad de una investigación a varias bandas. El hecho de haber ingresado el talón en su banco le había supuesto ganar algo de tiempo. Estaba en las últimas y las entidades financieras habían comenzado a presionar con llamadas y cartas recriminatorias por sus números rojos.
También parecía oportuno hacerles un regalo a su hija y a Eva. Adriana era más fácil porque le encantaba la ropa y eso se solucionaba rápido yendo a las tiendas de turno. Siempre elegía prendas similares a las que llevaba París Hilton, con sus pantalones apretados, sus camisas coloristas y sus tacones.
Eva era más complicada ya que, como buena intelectual, se hacía la interesante. Si le regalaba un vestido, decía que tenía muchos, que era un despilfarro, que había mucha necesidad en el mundo, además de criticar su mal gusto. Si era una joya, la miraba con aprensión, como si estuviese queriendo comprar su conciencia y su honestidad, aparte de pensar que era de segunda mano o robada, cosa que solía ser cierta aunque él siempre lo negara. Si se inclinaba por un aparato electrónico, como hizo cuando le regaló uno de esos e-books, lo despreciaba sin rodeos. Ella no soportaba la moda y amaba los libros gordos y sesudos por encima de todas las cosas. De hecho, una vez se atrevió con uno de los famosos premios planeta que vio apilados a montones en una librería del centro y el adminículo salió por la ventana con bolsa de plástico y todo mientras escuchaba que ella no leía literatura basura, que para eso ya estaban los blogs.
Lo tenía complicado. Tal vez debiera cambiar de táctica e invitarla a un buen restaurante, a uno de esos con parafernalia michelín, pensó. No sabía cuál y, sobre todo, no estaba seguro de que sus modales fuesen lo suficientemente exquisitos para el lugar. Además, le acusaría de derrochador y le recordaría que en el mundo el noventa por ciento de la población vive con menos de un dólar al día.
Entonces, ¿por qué salía Eva con él?, se preguntaba aturdido mientras daba vueltas en la cama. Nunca lo había entendido del todo. Si era tan desastre, debería dejarlo. Parecía que no tenía ninguna virtud. No podía ser sólo por su polla, aunque algo influiría, seguro. Siempre había estado bien dotado, aunque no como esos negros de las películas porno que de vez en cuando veían juntos en el vídeo. Tenía que ser porque se sentía sola o débil y necesitaba a alguien que pareciese fuerte. O que lo fuera de verdad.
Porque Malpartida tenía muchos defectos, pero contaba con una virtud: su fortaleza, una de esas fortalezas que no se notan a primera vista, pero que son profundas por su simplicidad. Vivía sin más. Y nunca pensaba en el futuro, no quería pensar en el futuro. Por otra parte, observaba el mundo con una mirada juvenil, sin envidia. Se conformaba con lo que tenía. Le daban igual las pretensiones de los otros. Y aunque reconocía que el mundo era injusto, no quería corregirlo a toda costa, excepto si le pagaban por ello o veía una abuso cercano.
Además, era mucho más tierno que esos empresarios, abogados o profesores de universidad de mierda que tanto adoctrinaban sobre lo que estaba bien o mal en la sociedad y que dejaban de pagar los impuestos en cuanto salían del confesionario de misa. Ricardo también lo hacía, pero nunca tenía pretensiones moralizantes, no era quién para tenerlas.
Pero tenía un punto débil, podía enamorarse de cualquiera, incluso cuando la ocasión no lo merecía. Eran amores ligeros, intensos, pero vacíos. Lo hacía sin pensar que era algo malo, que podía estar lesionando a otras personas. Es más, creía que era una forma de funcionar como otra cualquiera, dejando que el instinto le condujese sin rumbo fijo. El no era hombre de una mujer, por mucho que Eva le dijese que tenía que comprometerse, que su vida mejoraría. Y ella para entonces debía saberlo porque se lo había dicho reiteradamente.
¿Y él cómo reaccionaría ante un comportamiento similar de Eva? ¿Qué pasaría si le cazaba en una situación parecida, tonteando con cualquier artista de tres al cuarto? Alguna ligera sospecha ya había tenido, pero había preferido dejarla pasar porque no quería acabar paranoico, que con su profesión eso no era tan difícil. Uno siempre ve sospechosos por todas partes.
Tras un buen rato, se durmió de agotamiento sin bajar la persiana, como solía hacer cuando, a su pesar, tenía que funcionar al día siguiente.