Su cabeza daba vueltas tras un par de horas con la gente de Arcadia. Quería concentrarse, pero no podía. Debía clarificar sus ideas, no embarullarse. Nada mejor que un poco de alcohol para eso. Salió a la calle y se dirigió al primer bar que vio. Pidió un whisky porque necesitaba algo fuerte. Se lo bebió de un trago. Después solicitó otro. Nunca le bastaba el primero. No sabía bien la razón, aunque su ex mujer se lo hubiera echado en cara siempre, casi desde que la conoció en aquel antro de perdición. Qué sabría ella, la muy puñetera, se dijo. En un primer momento, a su ex no le importó, claro. El le había sacudido al tipo aquel que le estaba intentando meter mano. Y le había golpeado tan fuerte que se había dislocado la muñeca. Ella le acompañó a la casa de socorro para su curación. De eso hacía mucho tiempo, demasiado. Siguió bebiendo un poco más e intentó concentrarse y cambiar de pensamientos.
Malpartida estaba realmente preocupado. Notaba que iba abriendo hipótesis de trabajo sin cerrar ninguna. Eso podía estar bien en las novelas policíacas donde los lectores se dejan llevar como corderos hasta el punto final, pero no tenía ni pies ni cabeza en la realidad. ¿Quién había asesinado a Mato? ¿Y por qué?
Al menos había aclarado algunos aspectos. Estaba convencido que el apartamento de La Alameda era una pista segura. Había intentado visitarlo con los técnicos de la constructora, pero le habían dicho que no merecía la pena, que ya estaba medio derribado. El juez había dejado continuar la obra tras comprobar que no había pruebas destacadas en el edificio. Muchas prisas para cosa buena, pensó. Le parecía una temeridad. Sospechaba que las influencias de Zumendia habían servido para agilizar los papeleos. Era mucho el dinero metido en esa construcción. En cualquier caso se enteraría por Trajano. No había como estar conectado con la policía.
El problema derivaba de la desaparición. La policía también habría podido tener acceso al local. Y, sin embargo, no había encontrado nada. Por eso no habría sido dejado ahí, en su apartamento, sino que habría sido movido o ejecutado en uno de los sótanos cercanos. Así el asesino ganaba tiempo.
Por otra parte, le surgía otra duda. ¿Por qué se había hablado de suicidio si era evidente que no podía existir? Nadie se mata y se encierra dentro de un desván por fuera. Sospechaba que desde el principio se había querido jugar a la inmolación porque era mucho más elegante para la ciudad. Un suicidio, por importante que fuese el sujeto, siempre tenía algo íntimo, asociado a un periodo de demencia más o menos justificable. Un crimen dejaba a la ciudad del diseño en pésimo lugar.
De todas maneras, gracias al tipo con apariencia servil responsable de comunicación, que buscaba congraciarse con el detective, se había llevado el nombre y el teléfono del administrador de fincas que había gestionado el edificio hasta su derribo. Con él podría hablar e intentar conseguir el listado de los inquilinos y, muy especialmente, el contacto del dueño del apartamento de Mato.
Mientras acababa de beber su segundo whisky y se tomaba unas aceitunas para compensar el estómago, le llamó para verse. No le costó mucho. Los administradores de fincas están acostumbrados a todo tipo de cambalaches. Por eso quedaron para última hora de tarde, pero con una condición, que su nombre no saliera por ningún lado. Según el administrador, su labor no necesitaba de más publicidad para estar mal vista.
Después de un rato de dejarse llevar por sus pensamientos y de observar a la gente del bar, para su desgracia, Eva le recordó con su llamada que tenía dentista ese mismo día. Sus muelas careadas necesitaban reparación urgente. Ni sabía cuánto tiempo había estado sin hacerse una revisión. Como no había tenido presupuesto extra hasta entonces, había ido dejando las intervenciones para mejor ocasión. Al final, Eva le había obligado. Ella sí que llevaba una dentadura de lujo. Hasta se había puesto un aparato cuando la conoció para doblegar tardíamente alguna malformación congénita. Sonrió mientras recordaba con aprensión la primera mamada que le hizo con el aparato puesto.
No fue agradable esperar su turno y abrir la boca tumbado mientras un par de personas le agujereaban las encías y le sorbían las babas sin demasiados miramientos. Los odontólogos no eran sus amigos, eran amigos de su novia, y se notaba en el trato. Sin embargo, el whisky y la anestesia relajaron la situación y le permitieron adormilarse mientras le hacían múltiples preguntas de imposible contestación en su estado de indefensión. Era algo que solía pasar con los dentistas –y con los peluqueros de barrio–, aunque con desigual intensidad. Todos se ven en la obligación de ser parlanchines con el cliente, cuando el susodicho no está para bromas. No duró mucho la intervención, lo suficiente como para sentir que había olvidado algo importante, recoger el informe del grafólogo.
Cuando acabó la escabechina, escupió la sangre, se limpió la cara y pagó los 62 euros de rigor, ante sonrisas vacuas de la enfermera, se dio cuenta que media boca iba en una dirección y la otra media, en otra. O, al menos, eso le parecía. No le importó mucho, la verdad. Fue consciente de que era el momento de rematar la faena con un tercer whisky. Total, de perdidos al río, se dijo. Además, aprovechó para realizar la llamada a su amigo Cesáreo, que no le entendió en absoluto. El grafólogo le animó a que se pasase por su consulta, pero Malpartida estaba dolido, con mal sabor de boca y saturado, por una temporada, de batas blancas. Por ello, prefirió que le soltase por teléfono la descripción psicológica de Mato.
Cesáreo leyó el informe íntegro mientras él tomaba de mala manera algunas notas en su agenda negra:
“Angel Mato tiene buen nivel intelectual. Claridad mental y orden de ideas. Buena memoria, constancia. Rápida asimilación. Dinamismo. Habilidad para asimilar y exponer lo esencial, con facilidad para simplificar las cuestiones que aborda con lógica y síntesis. Notable acentuación de la eficacia mental teórica. Agudeza de observación y capacidad para captar los detalles. Responsabilidad y conciencia profesional. Excelente ritmo de trabajo. Visión radical de las cosas con tendencia al extremismo. Buena adaptación, mostrándose sociable o aislable a voluntad. Espontaneidad, cordialidad, extraversión, aunque el sujeto mantiene, socialmente, una actitud controlada y firme. Enamoramientos fáciles y repentinos. Espíritu apasionado. Maniático en la presentación personal. Decisión, firmeza de carácter. Facilidad de palabra y de expresión. Falta de sentido en la distribución del tiempo, esfuerzo y dinero. Orgullo y soberbia. Se considera superior. Deseos de aparentar y de recibir reconocimiento. Actividad, iniciativa. Seguridad en sí mismo. Buen nivel de resistencia frente a las influencias exteriores”.
– Vale, no me atosigues –comentó Malpartida tras subrayar algunas partes-. Parece un tipo curioso. ¿Qué destacarías tú que eres el experto?
– No es fácil, pero si me pides opinión, diría que tiene mucha personalidad. Me ha sorprendido su capacidad de trabajo y su necesidad de reconocimiento. Por supuesto, nada fácil convivir con él.
Estaba claro que este retrato revelaba un ser humano complejo que se salía de lo normal. Sabía que tenía que ser orgulloso y soberbio. Lo solían ser todos los que estaban expuestos al público. Le llamaba la atención la mención de enamoradizo. Eso podía significar que la relación con su mujer no era todo lo leal que ella se imaginaba. Bueno, estaba aventurando mucho porque ignoraba la fiabilidad del análisis grafológico por mucho que su amigo asegurase que no fallaba, pero al menos tenía la sensación de contar con una visión mucho más nítida del desconocido Mato.