El ambiente en casa estaba cargado. Adriana le rehuía y él tampoco quería hablar demasiado. Así que cada uno se distribuyó como pudo en un espacio de apenas setenta metros cuadrados. Había hablado con Eva tras los mensajes en el móvil. En pocas palabras le había comentado la discusión con su hija y que iba a quedarse a descansar porque tenía el cuerpo reventado. Por supuesto, no había dicho nada de Rhía. No porque pensase que no debía hacerlo, sino para no crear más tensión en el entorno. Eva conocía su historia con Rhía, aunque pensaba que había acabado definitivamente, y era cierto, ya no eran amantes, ni salían juntos, ni se acostaban, excepto en raras ocasiones. Pero era mejor evitarlo, dejar que la vida transcurriese sin sobresaltos, que para complicaciones ya tenía bastantes, dentro y fuera de casa.
Al mismo tiempo, sus chivatos habían comenzado a pasarle información muy inconexa. Parecía que toda la ciudad estaba revuelta con este tema. Según decía su confidente en El Periódico, la prensa había recibido estrictas recomendaciones de cómo tratar el asunto. Eso quería decir que los redactores se tentaban mucho la ropa antes de escribir y que alguien, dentro del diario, supervisaba todo lo que se publicaba sobre el tema. Además, le informó que según el redactor de aspectos científicos, Mato nunca había inventado nada de verdad.
Por otra parte, la policía estaba actuando con bastante brutalidad con los informantes para que aportasen alguna pista fiable. Al contrario que él, los agentes del orden creían que por medio de la fuerza y el miedo se conseguía mucho. El era partidario de otras técnicas. Creía que una buena persuasión podía hacer milagros.
Por último, un par de rateros rumanos habían desaparecido de la ciudad y, según decían, habían sido invitados a no volver nunca.
Nadie entendía nada, excepto que se intuía el nerviosismo de los poderosos intentando organizar la salida de la crisis.
Lo más importante, sin duda, era la prensa. Ellos siempre metían bulla con tal de vender periódicos, pero como estaban conchabados con las autoridades, podían modular ese griterío de acuerdo con intereses mucho más altos.
Mientras reflexionaba, se hizo un par de huevos fritos con unas patatas. Apenas sabía cocinar nada decente. De hecho, comía de los restos que su hija dejaba en el frigorífico. A menudo llegaban repetir el mismo plato tres o cuatro veces. Menos mal que le quedaba la salvación in extremis de los espaguetis a la carbonara.
Desde luego, Adriana no se había muerto de hambre por casualidad. Pobre cría. Qué podía pensar una niña de ese desastre de vida. Le entró un poco de cargo de conciencia. La pequeña era rara, indisciplinada, pero tenía sus virtudes, le gustaba jugar con el ordenador y cocinar. Al menos un punto de apoyo por el que salir adelante. Quizá fuera mejor no meterse con ella, dejarla hacer, no querer imponerse. No sabía muy bien cómo actuar, nadie le había enseñado a educar a su hija, tampoco Eva.
Se tomó los huevos y decidió sumergirse en la televisión. No solía encenderla, era como un mal dolor de muelas, pero era consciente de que necesitaba anestesiar su cabeza, parar de pensar. Al mismo tiempo, su hija veía algo en su cuarto a todo volumen. Estuvo a punto de entrar y decirle que lo bajase, pero pensó que no, que más valía una jaqueca por ruido que por enfado.
Tumbado ante la televisión se durmió a los pocos minutos. Estaba viendo, como medio país, un programa donde aparecía Belén Esteban. No le importó. Sabía que la chica era carne de cañón y que se moriría cualquier día como Marilyn Monroe. El se postulaba a ser el detective que investigase el asunto. Y para eso debía conocerla a fondo mientras estuviera con aliento.
Entre cabezada y cabezada, pensó en Eva. Le gustaba mucho. Era muy atractiva y lista, mucho más lista que él. Tenía ese punto loco que a todo hombre le encanta. Pero no podía con su nivel de exigencia y su tontería intelectual. Pensaba que lo iba a cambiar, y eso le ponía algo nervioso. Ella había decidido reconvertirlo a él, y eso era imposible. No habría podido ni su madre, así que cómo iba a ser capaz Eva. Era una locura, una estúpida locura que podía echar al traste toda la relación. Además, su pretensión de casarse por cuestiones fiscales le parecía ridícula. Una burda trampa para cazarle. El no se iba con nadie por dinero. Sólo faltaba.
Se durmió mientras la Esteban insultaba a algún contertulio.