Asesinato-Capítulo 28

Por Gfg
La visita a la Academia de las Ciencias fue más divertida de lo previsto. En la entrada le recibió un señor de unos noventa años, enjuto y lleno de caspa.  Se llamaba Vicente Núñez. Era el presidente. Se resistía a dejar el ilustre sillón con el mismo empeño que se oponía a dejar la vida. El hombre era todo amabilidad, pero se le entendía poco por un problema con la dentadura postiza. En cualquier caso, Malpartida supo que tenía ante su presencia a toda la historia de la ciencia del país, y se tranquilizó.
Como siempre que comenzaba una entrevista, intentaba ponerse en la piel del otro. Lo que ocurría en este caso es que la piel estaba ajada. Aún así, intentó despertar su interés preguntando por su vida como investigador. Su narrativa fue desigual porque aportaba datos que iban desde la Dictadura de Primo de Rivera hasta la época actual, pasando por la República y la Dictadura de Franco. Cuando el detective intentaba centrar el tiro, el cerebro de Núñez se escabullía como del agua hirviendo. Gracias a la paciencia que desplegó Malpartida, pudo ir sacándole aspectos de interés.
Por lo que pudo deducir, el mundo científico era muy pacato en ese país, con una gran cantidad de investigadores poniéndose la zancadilla constantemente. Esa inercia se había acentuado con las nuevas generaciones que querían ser científicos y millonarios al mismo tiempo y que, según pensaba el noble anciano, se equivocaban. Para eso había otras profesiones más acordes, como los futbolistas o los banqueros que eran reconocidos por sus escasos valores cívicos y por sus reputadas cuentas corrientes.
– La investigación conlleva mucho sacrificio y muchas puñaladas –dijo con voz que sonaba a estropajo.
La razón era simple según el anciano, los recursos para invertir en ciencia eran siempre escasos y se los llevaba el mejor posicionado o el que tenía mejores contactos. El no lo aprobaba, pero así era.
La conversación transcurría tranquila, interrumpida por múltiples levantamientos del anciano en busca de un papel, o una foto, o un simple recorte de prensa, viniera a cuento o no. 
Cuando Malpartida le introdujo en el caso Mato, fue como si sus neuronas resucitaran de júbilo. Habló de él de manera precisa, como sólo un enemigo eterno puede hacerlo. Fue capaz de recordar un montón de afrentas que el difunto investigador había causado en su trabajo al mundo.
– Era capaz de remover Roma con Santiago para que se le concediese una subvención o un premio –dijo–, pero, lo que es más grave, era capaz de interrumpir un Consejo de Gobierno con tal de que se le negase una ayuda a otro científico por considerarle no apto o no suficientemente afecto a la causa. Se creía único y hacía todo lo posible para serlo.
Cuando le preguntó por la causa, contestó que la causa era siempre la misma, su propio ego porque lo demás no le interesaba para nada, por mucho que hiciera aspavientos e intentará mostrar que defendía unas ideas políticas determinadas.
– Su ego era lo único que le movía– comentó. Y añadió–. ¿Sabía que cuando reservaba mesa en los restaurantes decía el catedrático Angel Mato, Premio Nacional de Investigación?
Malpartida no lo sabía aunque podía intuirlo por el informe grafológico y por lo que iba conociendo del personaje en cuestión. Suponía que la muerte del hijo tampoco habría ayudado a nada bueno.
– Aparte, se reía de su hermano –comentó con una mueca tonta–. Fue cruel. Creía que era una mala imitación de él mismo. Tuvieron más de una trifulca en público. No quiero saber lo que pasaba en privado.
Eso le sorprendió más a Malpartida. El había entendido a Mónica Barandiarán que la vida, los viajes, habían separado a los hermanos, pero no que se llevaran mal o que tuvieran enfrentamientos. Parecía que no era una familia tan feliz como la viuda le pintó el primer día en su oficina y corroboró cuando estuvo en su casa.
– ¿Por qué razón?
– Guillermo Mato nunca ha destacado mucho, la verdad. Es un investigador de equipo, no un líder. Le falta ambición. Y supongo que imaginación. Tampoco estuvo en primera fila en nada. Para eso es necesario mucho sacrificio. Por el contrario, su hermano fue un kamikaze. Se apuntaba a todo, luchaba por todo, peleaba hasta el final. Le gustaba aniquilar. En su descargo diré que era brillante y que trabajaba como ninguno de los que había por aquí.
La conversación siguió un rumbo errático pero no por eso, menos interesante. Núñez se cansaba y dejaba de hablar varios minutos mientras caía en una especie de sopor. Cuando perdía el hilo, Malpartida procuraba reconducirlo.
De esa manera, siguió interrogándole. Le preguntó por el causante de la muerte de Mato. El anciano no supo contestar nada. Intentó escabullirse como lo hacen las serpientes, sin apenas dejar rastro. Pero Malpartida no le dejó, le contó que sabía que estaba investigando en temas de nanotecnología. Malpartida no sabía muy bien lo que era ni para qué servía, pero Núñez le explicó que era un nuevo campo científico que abría grandes posibilidades para mejorar el mundo en áreas médicas, industriales, energéticas, etc.
– ¿Podía ser esa la causa de su asesinato, que hubiera descubierto algo especial y algún competidor lo hubiese liquidado?
Fue esa leve insinuación lo que le hizo retomar la conversación. No lo creía. Los niveles de investigación no eran tan altos en El País por mucho que se hablase de inversiones relacionadas con el PIB. Se estaba comenzando en esta materia. Había otros lugares como Estados Unidos o Israel que les llevaban décadas de ventaja.
– Sólo si con un golpe de suerte hubiera conseguido una potencial patente que arruinase los esfuerzos de alguien. Nada fácil, se lo aseguro.
Lo que le parecía más verosímil era otra teoría, poco agradable, por cierto. Según el viejo, Mato había apadrinado a muchos investigadores durante décadas. Algunos de ellos habían sido dejados después en la estacada cuando no le servían. Hasta había habido algún caso de suicidio. Cualquiera de ellos, o de sus familiares, podía haber tenido el resentimiento y la iniciativa para vengarse.
– Interesante, pero mi experiencia me indica que ese tipo de acciones se ejecutan en caliente, cuando ocurren las ofensas y la persona está en pleno poder, no en la jubilación. De haberse concebido así, tendría que ser una mente diabólica.
Antes de irse le pidió un par de nombres de discípulos de Angel Mato. Aunque a regañadientes, se los dio. No había que soltar esa pista tampoco.