Asesinato-Capítulo 37

Por Gfg

Barredo le esperaba aquella tarde en el portal. Estaba entablando una animada conversación con Francisco que le escamó un poco. Igual también trabaja para la inspectora y se saca una doble gratificación el muy espabilado, pensó.– Bienvenida a mi guarida –comentó con tono fanfarrón intentando marcar territorio–. ¿Qué te trae por este mundo de Dios?La inspectora no parecía estar para muchas tonterías. Le hizo una señal, se despidió del portero y se acercaron a uno de los patios del rascacielos. Francisco había dejado abierta la puerta para facilitar su entrada.Cuando iban a traspasar el umbral, Barredo se acercó a Malpartida y le palpó la chamarra. Ante la sorpresa de Ricardo, encontró su móvil y se lo quitó. Le hizo un gesto con la mano para que estuviese en silencio. Una vez lo dejó en una repisa junto a la puerta, siguieron por el patio.– Los teléfonos están siendo controlados –comentó ella–. No por nosotros, que no seguimos a detectives de segunda, sino por la UTI.– ¿Qué dices?  – Nuestro amigo común, Trajano, ya te ha puesto en antecedentes, no te hagas el despistado. ¿O acaso piensas que a estas alturas desconozco que es él quién te suministra información? – ¿Y no te importa?– Trajano me trae muchos recuerdos y no todos buenos. Por mi parte, lo echaría del cuerpo, pero sé que desde que se metió en el sindicato es imposible. Por algo lo hizo. En cualquier caso, prefiero que sea él quien te informe a que lo haga otro al que no conozco. Eran las cosas de la intimidad. Una vez que uno se acuesta con alguien, cambia la perspectiva y se tiene la impresión de que se vincula a esa persona de por vida, incluso si ya no se le vuelve a ver hasta la jubilación. – Pero, por si acaso, te recuerdo que al asesinato de Mato se le dio código Alpha. Eso significaba que, aunque desde la Unidad de Investigación seguíamos el caso, ha habido otra gente con prioridad.Barredo iba sin maquillar y las ojeras comenzaban a aparecer en el vano de sus ojos. Estaba claro que el asesinato había afectado a todos. El mismo Malpartida había adelgazado y estaba más demacrado. El hecho de que hubiera más gente metida en la investigación no facilitaba en absoluto la calidad de vida.– ¿Quiénes son?– Nadie los conoce bien. Son una unidad especial que pertenece al Centro Estatal de Inteligencia. Protegen los intereses del estado. Actúan cuando creen detectar una amenaza seria para el país. Yo nunca me había topado con ellos antes. – Pero ¿cuál es el peligro? Es lo que no entiendo. – Nosotros no sabemos nada. Y si lo supiéramos no te lo podría decir –comentó ella con gesto ambiguo–. De todas formas, escucha atentamente e interpreta lo que creas oportuno.Malpartida comprendió el juego. Barredo no le iba a decir nada de forma directa porque se lo impedía su deontología profesional y su manía a los detectives, pero se lo estaba facilitando de todos modos. Se acordó del consejo de Trajano de colaborar con ella e intentó tender puentes.– Está claro que el caso se ha cerrado en falso  –afirmó Malpartida agarrándola ligeramente del brazo. La verdad es que la tía estaba buena y tenía su polvo. Entendía que Trajano se la hubiese cepillado en La Academia. Pensó si tendría alguna oportunidad. Le excitaba esa actitud valiente que portaba y su profesionalidad. Había descubierto recientemente que, aparte del trasero redondo, le atraían las tías que trabajaban y se lo tomaban en serio. Le daba igual que fuese una camarera o una piloto de helicópteros.– Antes de que llegaran los del servicio secreto, encontramos en el sótano un montón de documentos. Eran  cajas llenas de páginas con cuadros y fórmulas en inglés y francés, y en lo que nos pareció hebreo. Apenas pudimos abrirlas porque los chicos de la UTI se lo llevaron todo. Malpartida recordaba que Mato había estado trabajando en Estados Unidos, en Francia y en Israel. Además, visualizó el mapa que tenía en su despacho de la ciudad de Tel Aviv.– ¿Y el juez no lo impidió?– No me preguntes cómo, pero el juez también está involucrado. Ha boicoteado toda la investigación policial.Pero Barredo había sido más rápida.– Sólo se salvó un papel que me quedé yo antes de que aparecieran en manada. Estaba tirado en un rincón, fuera del bloque principal. Fue de casualidad. No me lo iba a guardar, pero justo entonces interrumpieron los del servicio secreto y nos echaron de malas maneras. Opté por esconderlo en la chaqueta. A mí esos tipos no me chulean en mi investigación. Nadie sabe que lo tengo. Ni siquiera mis compañeros de equipo. Es todo tuyo –dijo sacándolo de su chaqueta y dándoselo–. Te pido que lo leas y lo destruyas después. – ¿Qué contiene?– Prefiero que lo averigües tú mismo. Yo estoy atada de pies y manos.Barredo no quería soltar prenda.– Qué me pides a cambio –contestó Malpartida deseoso de que le solicitase acostarse con él un fin de semana.– Nada. No lo hago por ti. Lo hago porque detesto la injusticia. Tampoco me gusta que me manipulen. Y lo hago por esos rumanos que, aunque no eran unos angelitos, no se merecían morir de esa manera tan brutal. En cualquier caso, te deseo suerte. Y mucho cuidado. Son verdaderos tipejos.– Te lo agradezco, pero no te preocupes, me sé cuidar solo –dijo orgulloso–. De todos modos, ¿crees que los mataron los de la UTI?– Si quieres que te diga la verdad, prefiero no saberlo, aunque sospecho que no porque se hubieran llevado los documentos en el momento. Pero son capaces. Y no tienen que rendir cuentas como nosotros. – Gracias. Cualquier día te llamo para tomar algo fuera del trabajo.– No creo –fue su despedida, mientras recogía su móvil.Malpartida no supo interpretar si la respuesta era que no creía que le llamara, o no creía que fuese a tomar algo con él. Ya llegaría más adelante el momento de probarlo, cuando el caso estuviera cerrado. Había puesto sus esperanzas en ello.En ese momento se sentó en un escalón y abrió el sobre. Dentro encontró un folio con una especie de lista de la compra llena de fórmulas ininteligibles para un profano. Entre ellas sólo pudo entender una: uranio 235.