El encuentro tuvo lugar en la sede de El Partido. Un grupo de guardaespaldas descansaba en la entrada mientras miraban con desgana el canal de noticias. Cuando entró a su despacho se encontró con un hombre atento que deseaba complacerle. Le extrañó mucho. – Sé lo que sabe, pero quisiera pedirle un favor personal.Había oído hablar de Pedro Lejarreta y tenía una opinión un tanto negativa de su persona. Sin embargo, la conversación fue fluida y llena de aspectos interesantes. Lejarreta le comentó que deseaba dar carpetazo a este asunto que sólo interesaba a los que querían destruir la buena imagen de El País. Y una vía era hablar con él. – Un territorio moderno no puede vivir con esa amenaza permanente –le dijo–. Y usted es más perseverante que los servicios secretos, seguro.Malpartida le agradeció el cumplido. Sabía lo que había ocurrido, pero dudaba de que la versión ofrecida por Los Terroristas no estuviera manipulada dada su clásica tendencia a distorsionar los hechos. Además, quería cerrar el caso, aunque fuese en falso como Barredo.Lejarreta le dijo que Mato era un hombre muy querido en El Partido que había realizado una labor inconmensurable desde tiempo inmemorial, cuando la democracia no existía. En aquellos años había sido designado para dirigir algún día El País. Y casi se habían cumplido las expectativas. Gracias a su capacidad había llegado muy lejos creando una red de contactos que habían servido en muchos momentos para proyectar la imagen del país, atraer inversiones o buscar alianzas políticas. Pero había ocurrido un hecho luctuoso que había disminuido su interés por las cosas. La muerte de su hijo. Fue demasiado duro como para soportarlo de una manera natural. Aún así, se recuperó, fue capaz de volver a trabajar como nunca lo había hecho antes, aunque con un carácter menos afable, más duro, más exigente. Eso no sería lo peor si no fuera porque también empezó a tener sus propias teorías sobre lo que debía ser el destino del país. – ¿Quiere decir que deseaba dirigir el gobierno?– No, el gobierno o el partido no le interesaban. Era demasiado poco para él. Iba más allá. Quería ser el verdadero artífice de la independencia de El PaísPara ello, según Lejarreta, empezó a elucubrar una peligrosa tesis. No era conocida más que por unos pocos, entre los que se encontraba él. La idea era construir una bomba atómica. Mato creía que un pueblo sólo era respetado si poseía ese instrumento. Era el caso de Israel que la tenía en secreto o el de Irán que la estaba queriendo obtener por todos los medios.– Pero es imposible fabricar una bomba atómica sin uranio enriquecido. Y, según creo, para eso hacen falta centrales nucleares –dijo el detective.– Cierto, pero como usted sabe Mato era un experto en física nuclear. El hecho de que no se llegara a construir en el país una central nuclear no era óbice para que no hubiera seguido investigando. De hecho, participó en la puesta en marcha de varias centrales en Francia y, lo que es más importante, en el diseño del programa nuclear de Israel. Por eso tenía tanto conocimiento y tantos amigos por esas zonas del mundo.– ¿O sea que Mato había estado preparándose a conciencia para ese momento?– No lo creo. Pienso que él siguió su carrera profesional en aquello para lo que se había preparado. Pero sólo en los últimos años, a punto de jubilarse, ofendido por la falta de sensibilidad de nuestras instituciones y de sus compañeros de investigación, dolido por todo y con todos, ofuscado por su declive personal, decidió demostrar de lo que era capaz.– ¿Y cómo pensaba hacerlo?– Nadie tiene la seguridad. Parece que su idea era crear lo que algunos llaman una bomba sucia, tipo la que quiere conseguir Al Qaeda. Por lo que sé, son tubos simples de unos 300 kg en donde se almacena distintas masas de uranio enriquecido que se hacen detonar provocando la explosión nuclear. Cómo iba a lograr los materiales necesarios, es una incógnita.– Me imagino que se lo quitaron de la mente, ¿no?– Me gustaría contestarle que sí, pero no fue tan sencillo.Lejarreta le contó que hubo un debate muy serio entre un grupo reducido de dirigentes dentro del El Partido para ver cómo se reaccionaba ante esta situación. – Como usted quizá sepa, en toda organización hay un cinco por ciento de idiotas que son incapaces de ver las consecuencias de sus actos. En la nuestra, también. Lejarreta todavía no llevaba la secretaría general del partido, lo que hizo que los debates fueran más surrealistas si cabe. Una minoría apostó por seguir adelante, por darle a Mato la cobertura que necesitaba para conseguir esa bomba sucia, y una vez conseguida anunciarlo al mundo.– Después se conseguiría la independencia por la fuerza de los hechos. Nadie se atrevería a negarla, decían.Sin embargo, la mayoría vio que no tenía ningún sentido, que era la muerte de su movimiento porque ninguna de las grandes potencias iba a permitir que una región tuviera esa capacidad destructora. Y menos con terroristas que podían hacerse con ella.Malpartida se acordó de los comentarios del encapuchado. Ni ellos mismos deseaban tal presión.– Por eso decidimos ordenarle que se abstuviera de poner en marcha esa iniciativa. – ¿Y les hizo caso?– No, claro. Y lo peor es que una parte de nuestra gente le apoyó a nuestras espaldas sin valorar lo que nos jugábamos.Según el secretario general, el partido decidió cortar por lo sano ese proyecto y puso en cuarentena a Mato. Eso significaba que se le recortaron aun más los fondos para la investigación y se le empezó a vigilar de cerca. – Sabíamos todo lo que hacía, con quién se movía, a quién visitaba. Hasta pusimos a uno de nuestros hombres como chófer para que nos contase lo que veía.Aún así, algunos miembros del partido le siguieron ayudando, le alquilaron un piso para que tuviera sus investigaciones, le facilitaron dinero, le animaron.Mato era un hombre de recursos. Siguió adelante y comenzó a utilizar sus contactos en el extranjero. Para eso jugó con la empresa NANOTEC. Por ello se hizo nombrar consejero para poder tener acceso a ciertos productos. Aparte, metió en la administración a una mujer que se encargaba de sustraer información privilegiada. – ¿Quién le asesinó?– Nunca lo hemos sabido. Tampoco nos importa demasiado, si quiere que le sea sincero. Se había convertido en una persona descontrolada y ningún partido se lo puede permitir. Supongo que alguno de los servicios secretos se encargó del tema. Desde luego, nosotros no.– ¿Me equivoco si le digo que ustedes les alertaron para que lo neutralizaran?Se removió incómodo. No contestó al principio. Cuando se despedían por la puerta se sinceró:– No nos dejó otra salida.
El encuentro tuvo lugar en la sede de El Partido. Un grupo de guardaespaldas descansaba en la entrada mientras miraban con desgana el canal de noticias. Cuando entró a su despacho se encontró con un hombre atento que deseaba complacerle. Le extrañó mucho. – Sé lo que sabe, pero quisiera pedirle un favor personal.Había oído hablar de Pedro Lejarreta y tenía una opinión un tanto negativa de su persona. Sin embargo, la conversación fue fluida y llena de aspectos interesantes. Lejarreta le comentó que deseaba dar carpetazo a este asunto que sólo interesaba a los que querían destruir la buena imagen de El País. Y una vía era hablar con él. – Un territorio moderno no puede vivir con esa amenaza permanente –le dijo–. Y usted es más perseverante que los servicios secretos, seguro.Malpartida le agradeció el cumplido. Sabía lo que había ocurrido, pero dudaba de que la versión ofrecida por Los Terroristas no estuviera manipulada dada su clásica tendencia a distorsionar los hechos. Además, quería cerrar el caso, aunque fuese en falso como Barredo.Lejarreta le dijo que Mato era un hombre muy querido en El Partido que había realizado una labor inconmensurable desde tiempo inmemorial, cuando la democracia no existía. En aquellos años había sido designado para dirigir algún día El País. Y casi se habían cumplido las expectativas. Gracias a su capacidad había llegado muy lejos creando una red de contactos que habían servido en muchos momentos para proyectar la imagen del país, atraer inversiones o buscar alianzas políticas. Pero había ocurrido un hecho luctuoso que había disminuido su interés por las cosas. La muerte de su hijo. Fue demasiado duro como para soportarlo de una manera natural. Aún así, se recuperó, fue capaz de volver a trabajar como nunca lo había hecho antes, aunque con un carácter menos afable, más duro, más exigente. Eso no sería lo peor si no fuera porque también empezó a tener sus propias teorías sobre lo que debía ser el destino del país. – ¿Quiere decir que deseaba dirigir el gobierno?– No, el gobierno o el partido no le interesaban. Era demasiado poco para él. Iba más allá. Quería ser el verdadero artífice de la independencia de El PaísPara ello, según Lejarreta, empezó a elucubrar una peligrosa tesis. No era conocida más que por unos pocos, entre los que se encontraba él. La idea era construir una bomba atómica. Mato creía que un pueblo sólo era respetado si poseía ese instrumento. Era el caso de Israel que la tenía en secreto o el de Irán que la estaba queriendo obtener por todos los medios.– Pero es imposible fabricar una bomba atómica sin uranio enriquecido. Y, según creo, para eso hacen falta centrales nucleares –dijo el detective.– Cierto, pero como usted sabe Mato era un experto en física nuclear. El hecho de que no se llegara a construir en el país una central nuclear no era óbice para que no hubiera seguido investigando. De hecho, participó en la puesta en marcha de varias centrales en Francia y, lo que es más importante, en el diseño del programa nuclear de Israel. Por eso tenía tanto conocimiento y tantos amigos por esas zonas del mundo.– ¿O sea que Mato había estado preparándose a conciencia para ese momento?– No lo creo. Pienso que él siguió su carrera profesional en aquello para lo que se había preparado. Pero sólo en los últimos años, a punto de jubilarse, ofendido por la falta de sensibilidad de nuestras instituciones y de sus compañeros de investigación, dolido por todo y con todos, ofuscado por su declive personal, decidió demostrar de lo que era capaz.– ¿Y cómo pensaba hacerlo?– Nadie tiene la seguridad. Parece que su idea era crear lo que algunos llaman una bomba sucia, tipo la que quiere conseguir Al Qaeda. Por lo que sé, son tubos simples de unos 300 kg en donde se almacena distintas masas de uranio enriquecido que se hacen detonar provocando la explosión nuclear. Cómo iba a lograr los materiales necesarios, es una incógnita.– Me imagino que se lo quitaron de la mente, ¿no?– Me gustaría contestarle que sí, pero no fue tan sencillo.Lejarreta le contó que hubo un debate muy serio entre un grupo reducido de dirigentes dentro del El Partido para ver cómo se reaccionaba ante esta situación. – Como usted quizá sepa, en toda organización hay un cinco por ciento de idiotas que son incapaces de ver las consecuencias de sus actos. En la nuestra, también. Lejarreta todavía no llevaba la secretaría general del partido, lo que hizo que los debates fueran más surrealistas si cabe. Una minoría apostó por seguir adelante, por darle a Mato la cobertura que necesitaba para conseguir esa bomba sucia, y una vez conseguida anunciarlo al mundo.– Después se conseguiría la independencia por la fuerza de los hechos. Nadie se atrevería a negarla, decían.Sin embargo, la mayoría vio que no tenía ningún sentido, que era la muerte de su movimiento porque ninguna de las grandes potencias iba a permitir que una región tuviera esa capacidad destructora. Y menos con terroristas que podían hacerse con ella.Malpartida se acordó de los comentarios del encapuchado. Ni ellos mismos deseaban tal presión.– Por eso decidimos ordenarle que se abstuviera de poner en marcha esa iniciativa. – ¿Y les hizo caso?– No, claro. Y lo peor es que una parte de nuestra gente le apoyó a nuestras espaldas sin valorar lo que nos jugábamos.Según el secretario general, el partido decidió cortar por lo sano ese proyecto y puso en cuarentena a Mato. Eso significaba que se le recortaron aun más los fondos para la investigación y se le empezó a vigilar de cerca. – Sabíamos todo lo que hacía, con quién se movía, a quién visitaba. Hasta pusimos a uno de nuestros hombres como chófer para que nos contase lo que veía.Aún así, algunos miembros del partido le siguieron ayudando, le alquilaron un piso para que tuviera sus investigaciones, le facilitaron dinero, le animaron.Mato era un hombre de recursos. Siguió adelante y comenzó a utilizar sus contactos en el extranjero. Para eso jugó con la empresa NANOTEC. Por ello se hizo nombrar consejero para poder tener acceso a ciertos productos. Aparte, metió en la administración a una mujer que se encargaba de sustraer información privilegiada. – ¿Quién le asesinó?– Nunca lo hemos sabido. Tampoco nos importa demasiado, si quiere que le sea sincero. Se había convertido en una persona descontrolada y ningún partido se lo puede permitir. Supongo que alguno de los servicios secretos se encargó del tema. Desde luego, nosotros no.– ¿Me equivoco si le digo que ustedes les alertaron para que lo neutralizaran?Se removió incómodo. No contestó al principio. Cuando se despedían por la puerta se sinceró:– No nos dejó otra salida.