Se hace necesario, por tanto, emprender campañas más eficaces de sensibilización social y, sobre todo, de educación individual basadas en el respeto, la igualdad y la libertad de hombres y mujeres, sin distinción, orientadas a eliminar roles y arquetipos arcaicos que condenan a la mujer a depender del hombre. Hay que tomar cuántas medidas sirvan para evitar aceptar como “normal” el goteo imparable y tenaz de mujeres asesinadas por sus parejas y exparejas, sin que ningún mecanismo legal, ninguna reacción social ni la sensibilidad de las personas se vean impelidas a poner freno a tamaño delito, al mal que se cierne sobre la mujer por el mero hecho de ser mujer. Hay que exigir una mayor implicación por parte de los poderes públicos y mayores recursos para afrontar este problema con eficacia y contundencia, hasta que se considere como uno de los problemas más graves al que nos enfrentamos colectivamente. No es posible asumir el asesinato de ninguna mujer, por parte de su pareja o expareja, sin que ello suponga una afrenta inaceptable a nuestras libertades y a los derechos que nos asisten como ciudadanos de un país democrático y avanzado, en el que la igualdad entre hombres y mujeres es un valor reconocido y protegido legalmente. No podemos tolerar ninguna mujer asesinada más por violencia machista sin alzar nuestra voz y expresar nuestra repugnancia por un comportamiento tan deleznable que como sociedad no hemos sabido evitar ni prevenir. No podemos vivir en paz si muchas mujeres ni siquiera pueden vivir. Hay que actuar, ya.
Se hace necesario, por tanto, emprender campañas más eficaces de sensibilización social y, sobre todo, de educación individual basadas en el respeto, la igualdad y la libertad de hombres y mujeres, sin distinción, orientadas a eliminar roles y arquetipos arcaicos que condenan a la mujer a depender del hombre. Hay que tomar cuántas medidas sirvan para evitar aceptar como “normal” el goteo imparable y tenaz de mujeres asesinadas por sus parejas y exparejas, sin que ningún mecanismo legal, ninguna reacción social ni la sensibilidad de las personas se vean impelidas a poner freno a tamaño delito, al mal que se cierne sobre la mujer por el mero hecho de ser mujer. Hay que exigir una mayor implicación por parte de los poderes públicos y mayores recursos para afrontar este problema con eficacia y contundencia, hasta que se considere como uno de los problemas más graves al que nos enfrentamos colectivamente. No es posible asumir el asesinato de ninguna mujer, por parte de su pareja o expareja, sin que ello suponga una afrenta inaceptable a nuestras libertades y a los derechos que nos asisten como ciudadanos de un país democrático y avanzado, en el que la igualdad entre hombres y mujeres es un valor reconocido y protegido legalmente. No podemos tolerar ninguna mujer asesinada más por violencia machista sin alzar nuestra voz y expresar nuestra repugnancia por un comportamiento tan deleznable que como sociedad no hemos sabido evitar ni prevenir. No podemos vivir en paz si muchas mujeres ni siquiera pueden vivir. Hay que actuar, ya.