Ayer unos hombres de semblante serio ataron a otro hombre, lo subieron a lo alto de un edificio, cegaron sus ojos y lo arrojaron a una plaza abarrotada de personas.Le quedaba un hálito de vida, y las personas que asistían a su ejecución le desfiguraron rostro y cuerpo con duras pedradas. Su delito: amar. Lo mataron porque amaba. Porque mantenía relaciones consentidas con otro adulto de su mismo género. Dormirían abrazados siempre de una misma manera y se hablarían sin palabras, con la intimidad que sólo se aprende tras muchos años de mirarse a los ojos.Asesinos del amor, que nunca sonríen. El cuerpo de un hombre que cae desmadejado desde una altura imposible para la vida, arrojado por hombres que invocan a un Dios receloso de la ternura.
En mi país hay hombres que arrojan piedras hechas de palabras, amasadas en el desprecio hacia los homosexuales, piedras con las que levantan muros de incomprensión. Y lo hacen invocando a otro Dios distinto. No matan el cuerpo; destrozan la dignidad del amor.El arzobispo de la ciudad en la que vivo recuerda en su página web oficial que el apóstol Pablo declara excluidos del reino de los cielos a los «impuros, idólatras, adúlteros, afeminados, homosexuales, ladrones, avaros, borrachos, ultrajadores y rapaces» Recuerda el prelado que según la Congragación para la Doctrina de la Fe «Los obispos deben procurar sostener con los medios a su disposición el desarrollo de formas especializadas de atención pastoral para las personas homosexuales. Esto podría incluir la colaboración de las ciencias psicológicas, sociológicas y médicas, manteniéndose siempre en plena fidelidad con la doctrina de la Iglesia».
Hay que curar a los homosexuales de su forma de amar.Por si no ha quedado claro: «La “tendencia sexual” no constituye una cualidad comparable con la raza, el origen étnico, etc., respecto a la no discriminación. A diferencia de esas cualidades, la tendencia homosexual es un desorden objetivo (cf. Carta, n. 3) y conlleva una cuestión moral».Todo esto me da asco y pena.
Son pedradas contra el amor.
Antonio Carrillo