Así es Río de Janeiro, cuando llueve

Por Viajaelmundo @viajaelmundo

“La lluvia tiene un vago secreto de ternura, algo de soñolencia resignada y amable, una música humilde se despierta con ella que hace vibrar el alma dormida del paisaje” -Federico García Lorca

El Pao de Azúcar, visto desde la Ensenada

Llegué a Río justo al amanecer. El avión aterrizó a las 5.53 am de un día lluvioso. Río me recibió con su peor mal tiempo, sin samba pero con el repique de las gotas cayendo por todos lados. El aeropuerto apenas comenzaba a desperezarse y mi paso por inmigración duró apenas minuto y medio. Como viajé solo con un equipaje de mano, busqué la salida de inmediato y nadie me acompañaba en ese camino. Al cruzar la puerta, esa por la que sales (o entras) a la ciudad maravillosa como bien le dicen, el ruido te recibe de golpe. “Taxi, taxi, taxi”, dicen todos casi a coro, mostrando la mejor sonrisa. Una que se les borra de inmediato cuando les dices que no y buscan con la mirada al próximo viajero.

Llevaba en el bolsillo apenas 20 dólares que debía cambiar en el aeropuerto para poder llegar hasta Copabacana, donde me hospedaría. El cambio, que nunca favorece en este lugar, me dejó en la mano con 32 reales; suficientes para llegar al hostal en el que había reservado. Afuera, la lluvia y el frío estaban dispuestos a no colaborar, pero igual conseguí subirme a tiempo en el omnibús que por 12 reales y a una velocidad de vértigo para ser tan temprano, me dejaría una hora después en la calle Nuestra Señora de Copacabana sin saber muy bien si tenía que ir a la izquierda, a la derecha, bajar o subir. Ahí, en la acera, maleta en mano, mochila a tono y empapada, tomé la dirección equivocada. Eso me pasa siempre. He decidido con los años que cuando mi instinto me dice que debo ir a un lado, automáticamente debo elegir el otro. Pero no aprendo.

Río desde arriba, con el Cristo Redentor entre la niebla

Vista desde el Pao de Azúcar

En Río de Janeiro y creo que esto aplica en todo Brasil, su gente es muy amable. No les cuesta darte una mano, decirte cuál es la calle correcta y sobre todo, hacer el esfuerzo de que los entiendas y entenderte aunque hablemos idiomas distintos. Por eso, un señor que iba repartiendo frutas no tan solo me acompañó hasta la cuadra por la que tenía que cruzar, si no que también me regaló una manzana y un buenos días sonriente.

Llegué al Misti House Copacabana aún cuando nadie había despertado. Había volado toda la madrugada cubriendo la ruta Caracas-Lima-Río y no me senté en el sofá, caí en él rendida ante el sueño y la lluvia que amenazaba con estar todo el día. Era la primera vez que me quedaba en un hostal, pero eso forma parte de otra historia. Sólo digo, mientras tanto, que varios viajeros llegaron empapados también y con el ánimo intacto salieron a enfrentarse a un Río totalmente gris. Así que después de recuperar un poco de sueño, salí a caminar por una Copacabana oscura, pero que estaba despierta en los juegos improvisados en la playa, en las bicicletas que iban de un lado a otro, en un agua de coco tomada bajo un sombrilla, en los colores de las telas que mostraban los vendedores. Se podría pensar que cuando en Río llueve, sus atracciones pierden el encanto, pero yo me atrevo a afirmar que cobran otro sentido. Me parece que la neblina y el frío le da a Río una visión abstracta de su realidad y que a pesar de eso, no se detiene por nada.

En playa Vermelha, a los pies del Pao de Azúcar

Teatro Municipal, en el centro de Río

Con un Río lluvioso, me divierte jugar con la visibilidad que se logra o no de la ciudad. Me gusta sentarme en una esquina, resguardada y ver a la gente caminar con su paso apresurado para no mojarse, pero sin detenerse. Me gusta ver como otros deciden no perder ni un segundo de esos días de vacaciones y tomarse fotos, aunque atrás no se vea nada, pero seguro explicarán más tarde que, de no estar nublado, se vería el Cristo Redentor abrazando a la ciudad entera. Me gusta que brilla la cúpula del Teatro Municipal, que las caipirinhas saben igual y que si está lloviendo, no queda más remedio que abrigarse, darle rienda suelta a la imaginación y conversar; porque conversando y mirando también se entiende a la ciudad.